Hace algo más de una semana, las Naciones Unidas, que también se dedica a tonteras, declaró a la wiphala símbolo de los pueblos originarios de Bolivia y recomendó su uso en instituciones públicas y en eventos especiales.
No logro entender cómo puede haber un departamento en ese importante organismo internacional que se dedique a esos menesteres, sobre todo cuando el mundo está pasando por lo que está pasando. Tal vez sea una forma de procastinación institucional.
Ahora bien, la wiphala es una bandera muy bonita, muy vistosa. Se la regalé a un sobrino mío que vive en Australia. Le dije que es de origen completamente aymara desde los 90. Él feliz. La colgó en la ventana de su cuarto que da a la calle. Su padre le hizo notar que tal vez crearía malos entendidos porque la bandera se parecía mucho a la del movimiento gay. Mi sobrino la guardó.
Unos meses después le comenté a un conocido, dirigente campesino, que la wiphala y la bandera del acoíris del Cusco (en la cual estaba inspirada) se parecían mucho a la bandera que enarbolaban los gays. Él se puso serio y me dijo que “íbamos a hacer que no me había escuchado”.
Como buena parte de la humanidad y de su comunidad, el hombre era profundamente homofóbico y ya le había desarrollado cariño, por razones ideológicas, a la recientemente creada wiphala.
Sayura Loza, la muy conocida hija de la famosa Remedios y famosa por mérito propio, se animó a asociar a la wiphala con la esvástica y (casi) todos le saltaron encima. Debemos aclarar que la asociación, en términos netamente estéticos, es un poco forzada.
La wiphala que conocemos hoy es una variante de la bandera del acoíris cusqueña, que tiene un retrogusto incaico y cristiano. Es que este tipo de símbolos tiene su lado universal. Fue la familia real inca, específicamente Sayre Tupac, la que, durante la época colonial, seguramente consolidó el símbolo del acoíris en su escudo de armas concedido por la corona española. Este ha debido tener su origen en la astuta simbología del imperio incaico, que mostraba a sus gobernantes como descendientes y representantes del Sol. Como sabemos, el sol solo no ayuda en nada, pero el sol con agua, con lluvia, sí, significa fertilidad y prosperidad. Es posible que a partir de ahí se hubiera incluido al arcoíris como parte de la simbología religiosa política del llamado Tahuantinsuyo.
Sayuri tiene razón en dos aspectos. La esvástica tiene un origen extremadamente amable, como lo tiene la bandera cusqueña (madre de la wiphala) para el mundo judeocristiano, incluidos los andes actuales. En ambos casos, los símbolos han sido pervertido a partir de su uso político por parte de partidos políticos que –horror– coincidían en un autoconcepto de superioridad racial. No olvidemos a Evo, que el día que fue posesionado Presidente de la República, proclamó ante el mundo su célebre e inaceptable frase: “Somos la reserva moral de la humanidad”.
Los símbolos son bonitos y cohesionan, pero pueden ser muy mal utilizados. Eso hizo el MAS con la wiphala y creó reacciones también innecesarias y desagradables.
Lo que quisiera saber respecto a la acción de las Naciones Unidas es qué clase de estudios realizó para decidir que era importante declarar la whipala un símbolo que representa a los pueblos indígenas de Bolivia, considerando, ante todo, la historia reciente del apropiamiento político de la mencionada bandera. ¿Hay despiste?, ¿hay ignorancia? ¿Hay ingenuidad? ¿O un solapado apoyo a lo que queda del socialismo del siglo XXI?
Agustín Echalar es operador de turismo.