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Llevamos mucho tiempo engañándonos a nosotros mismos. Me refiero a quienes publicamos estos artículos en los diarios impresos que todavía sobreviven, o en los medios virtuales donde hemos recalado casi todos los columnistas que durante años contribuimos en las páginas de opinión de Página Siete, sin duda el diario boliviano independiente más importante (a pesar de su corta existencia) en lo que va de este siglo.

Otros, que no cuidan su hígado (como yo) con este tratamiento semanal de verter frases a veces contundentes y otras inspiradoras, participan activamente en plataformas virtuales que aguantan todo y no rinden cuentas, donde hacen conocer sus opiniones publicando cada día dos o tres notas y comentando activamente lo que otros escriben. A veces los comentarios publicados en Facebook son sendos artículos por su extensión y su categoría de análisis.

Los comentarios en X (Twitter) donde también suelo desgañitarme, son más breves (a menos que uno pague a Elon Musk por el derecho de escribir largo), pero no menos contundentes. TikTok ha ganado terreno y seguirá haciéndolo rápidamente por la posibilidad y facilidad de elaborar videos cortos, donde los que tienen buena labia, capacidad de síntesis y humor destacan por sus certeros dardos sobre la coyuntura política o económica (o por sus brulotes y desaciertos). Muchos hacen lo propio en Instagram, otra plataforma que se presta a la imagen.

Cada día estamos sometidos a esos estímulos tribales (consanguíneos, podríamos decir) de algoritmos cada vez más sofisticados, que instalan la certeza de que el país entero está en la misma sintonía, de que a pesar de ciertas diferencias conceptuales o simplemente personales, todos queremos lo mismo: un mejor país, sin corrupción, que ama la naturaleza, con reglas claras en la política, con una justicia justa y respeto de los derechos humanos, con personalidades públicas inteligentes y honestas, con medios de información confiables, etc.

¿Quién podría estar en contra (públicamente) de los valores humanos fundamentales y de deseos colectivos que apuntan a una Bolivia que viva en paz, justicia y convivencia?

Sin embargo, hay otra realidad bastante más cruda que no queremos ver. Los que nos identificamos con los primeros párrafos de este artículo vivimos engañados en una burbuja autocomplaciente, el algoritmo nos ha convencido de que nuestras opiniones y buenos deseos definen el camino a seguir, y no nos damos cuenta de que hay otro país que no comparte esos mismos valores, que casi siempre obra en misterioso silencio, pero que a la hora de expresar su voto muestra la verdadera cara de sus aspiraciones, que no necesariamente van en la dirección de un mejor país. Es decir, viven de acuerdo a un algoritmo diferente al nuestro.

El voto oculto que hizo ganar al MAS en las elecciones de 2020, cuando ese partido político tenía la peor reputación imaginable (según los que vivimos en la burbuja), fue un baldazo de agua fría sobre nuestras cabecitas de pititas entusiastas. Y las elecciones anteriores en las que el MAS ganaba sistemáticamente con las trampas de la propaganda y el uso de recursos del Estado, también eran una demostración de que hay otro país, otra sociedad (la cara oculta de la luna), que no comparte los mismos valores, y cuyos “valores” —si se los puede llamar así— no están definidos por la ética, la moral y el compromiso con el país.

Esa “otra” Bolivia numerosa, no vota para que acabe la corrupción, el contrabando y el narcotráfico, no vota para que se proteja a la naturaleza y acaben los incendios que destruyen millones de hectáreas cada año, no vota por magistrados, jueces, fiscales y abogados que promuevan una justicia legítima. Esa otra parte de la sociedad boliviana no quiere eso. Lo que quiere es que las cosas sigan como están, porque eso les permite seguir viviendo como hasta ahora, beneficiándose mucho o poco de un país sin reglas, sin ética y sin valores.

¿Para qué quieren que cambie el país hacia una nación “mejor” los miles de bolivianos que son parte principal o periférica en la cadena del contrabando, del narcotráfico y del lavado de dinero, que están íntimamente ligados entre sí? ¿Para qué quieren los constructores (que en su mayoría son eslabones de esa misma cadena), que haya reglas claras que impidan el lavado de dinero en la compra-venta de edificios en efectivo o en el tráfico de coimas y sobornos para obtener contratos del gobierno? ¿Para qué quieren que haya control efectivo del contrabando quienes lavan dinero del narcotráfico importando clandestinamente autos chutos o contenedores llenos de productos chinos? ¿Para qué quieren que haya una justicia honesta, respetuosa de las leyes y disposiciones legales, quienes ya se han acostumbrado a hacer su propia justicia a la medida de los abogados y magistrados corruptos, que por un poco de dinero pueden torcer las decisiones en su favor?

Para la economía informal de Bolivia, la más alta de América Latina, las cosas deben seguir como están, por eso tanto deseo oculto para que nada cambie, con el candidato que tiene mejores posibilidades de perpetuar esa continuidad, sea quien sea.

No nos engañemos, ese país sin valores es el nuestro. Ese país al que no le convienen reglas de juego claras es el nuestro. Ese país que prefiere que exista el narcotráfico, el contrabando, el lavado de dinero, es este. Es un país corrupto, numeroso y silencioso, que nunca lo admitirá públicamente, salvo con el candor de ese niño de primaria al que le preguntaron qué quería ser cuando fuera grande, y respondió ingenuamente: narcotraficante.

Mientras algunos decimos lo que pensamos abiertamente, ese otro país obra en las sombras. Pero no lo podemos ver porque vivimos dentro de una burbuja.

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 



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