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02/04/2022
El Satélite de la Luna

La bomba de vacío del diésel

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

La economía boliviana, al igual que la ucraniana, está siendo destrozada por una “bomba de vacío”, que se suma a los daños causados por la artillería convencional de la importación de combustibles. Hablo del subsidio al diésel importado, que está “vaciando” las reservas internacionales.

El subsidio es la diferencia (positiva) entre el valor de compra y el de venta del diésel importado, debido a que se compra caro y se vende barato. El subsidio pretende favorecer a los sectores más pobres, mediante la estabilidad de precios y el control de la inflación, pero a costa de “quemar” dinero público, amén de favorecer, en algunos casos, a los más pudientes.

Desde hace más de 20 años Bolivia importa diésel, pero en los últimos años el problema se ha agudizado por tres factores, que paso a detallar.

En primer lugar, está el incremento del consumo, que es una buena señal: la economía crece, la agroindustria se expande, aumenta el transporte nacional e internacional de mercancías. No obstante, no se puede excluir que una parte del incremento se deba al contrabando (en mulas, llamas y caimanes, como insinuó un locuaz expresidente) hacia los países limítrofes donde el diésel es mucho más caro.

El segundo factor es la disminución de la producción, consecuencia de causas naturales (los antiguos pozos de petróleo crudo se han ido agotando) y de medidas políticas: el IDH “ciego” castiga al productor de petróleo a tal punto que de cada 100 barriles que produce por lo menos 65 los entrega por regalías e impuestos y el resto está obligado a venderlo a un precio “político” (que es otra clase de subsidio), independientemente del precio internacional que suele ser entre dos y tres veces mayor.  Si a eso se suma la disminución aún más acelerada del petróleo condensado (un subproducto líquido de la extracción del gas), se explica el poco o nulo interés de las empresas petroleras de invertir en extraer y explorar petróleo.

La tercera variable es el costo del barril de petróleo que suele ser volátil, pero que actualmente está en una franja que difícilmente bajará de 100$ por un buen tiempo, a causa de la guerra (Rusia pertenece a la “troika” de los principales exportadores) y de las dificultades del transporte marítimo. Este hecho puede fácilmente duplicar la factura de compra de diésel.

Durante la bonanza (2009-2016), la mayor producción y los bajos precios contuvieron el subsidio al diésel y durante la pandemia, gracias a la caída del consumo y del costo del barril, se limitaron los daños. Pero, desde el presente año, el consumo ha vuelto a crecer, la producción sigue bajando y el precio del petróleo subiendo. O sea, estamos frente a la tormenta perfecta.

Ante esta situación que va erosionando aceleradamente las reservas monetarias del país, el gobierno ha propuesto dos salidas: una planta de biodiésel y la importación de petróleo crudo. La primera solución, como he analizado en otras columnas, es tan solo un parche costoso. Baste señalar que toda la eventual producción de biodiésel en 2025 solo compensará el incremento de la demanda hasta ese año. La importación de petróleo crudo es, en principio, una buena idea, pero confronta barreras técnicas y financieras; por ejemplo, ajustes en refinerías y adecuación del transporte por oleoductos.

En fin, la solución inmediata a la problemática del diésel consiste en desactivar de manera gradual e inteligente la bomba del subsidio, antes de que detone su gemela, el creciente subsidio a la gasolina.

Con miras a una solución estructural, el gobierno debe implementar urgentemente un Plan de Transición Energética que, entre otras metas, restrinja el consumo de los combustibles fósiles, en el marco de otro modelo de desarrollo.

Francesco Zaratti es docente e investigador emérito en el Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA, especialista en hidrocarburos y escritor



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