Brújula Digital|20|06|21|
Les robé a los argentinos el título de este texto. Expresión que sirve para referirse a quienes intentan un falso hippismo cuando su elevado estilo de vida dista de ello. (OSDE es una conocida empresa de medicina destinada a gente acomodada). Aun así, esa definición me sirve para ubicar a mis personajes, que son universales. Como los que arman revueltas contra la despiadada burguesía, mientras toman café en la sala de profesores de alguna universidad de la Ivy League. No, no son izquierdistas de pura cepa, como los que enfrentan a las élites desde afuera y que están dispuestos a sufrir desarraigos y una merma en sus ingresos, si con eso cumplen, en serio, sus ideales de equidad.
Los hippies con OSDE -que no tienen una edad- quieren ser de izquierda para liberarse de la culpa que les provoca su clase. Una clase que los alimenta y de la que no logran emanciparse por más que renieguen de ella en las redes sociales. El término trillado y anacrónico para estos seres -que ahora hacen la revolución en Twitter desde un último modelo de iPhone- es “izquierdistas caviar”. En Chile se los llama red set.
A estos actores se los descubre porque cuando proclaman en las plazas públicas (ahora virtuales) sus ideas de izquierda, salen chispas por el cortocircuito que se produce al unirse sus prédicas con sus prácticas personales, tan opuestas a veces. Esa falla sucede o porque no hay una adhesión auténtica a la causa anticapitalista o porque no se llega a aborrecer del todo al enemigo. De ahí que les sea muy sencillo tropezar y, sobre todo, confundir al público. Y es que una cosa es opinar desde la comodidad (todos lo hacemos) y otra, más arriesgada, predicar desde el púlpito, enseñando al resto lo que debe hacer. Para opinar, basta un dispositivo como el que ahora utilizo. Para predicar, se requiere además el ejemplo individual. Como lo plantea la máxima que aconseja que los actos se acomoden a aquello que se dice o recomienda a otros. Para hacer exhortaciones éticas al resto, ayudaría entonces pasar antes por la autorreflexión.
Todos atravesamos momentos de impostura intelectual y hasta moral: criticamos o callamos según nuestras emociones. Algunos con más vehemencia que otros (incluso en nuestros silencios). Así creamos adeptos o detractores. Y además nos desahogamos. Pero las personas que hoy nos ocupan, viven en la contradicción. Lanzan huevos a casas de ricachos para luego irse a cenar a sus hogares que (¡ay!) quedan en el mismo barrio. Desprecian a las élites, y sus hijos se educan en los colegios más prestigiosos -y por ello más caros- de la ciudad. Hablan de la desigualdad de clases sociales en Zoom, mientras su mucama se atraviesa en la pantalla con el plumero en las manos.
Hace unos días corrió una imagen por los celulares, en la que se veía a John Lennon y Yoko Ono esperando que la "sirvienta" arreglara la cama para poder iniciar una sesión fotográfica titulada: “Por un mundo pacífico y sin clases sociales”. Aunque se trató solo de un gracioso meme (presumo que no se dio ese hecho) con un título inventado, su creador dio en el clavo graficando una situación de incoherencia muy propia de quienes no le dan suficiente crédito a su fe. De quienes no creen tanto en los ideales que profesan. De quienes no adecúan sus actos al adoctrinamiento que brindan. De quienes no predican con el ejemplo.
Hippies con OSDE los hay en todas partes. Son en verdad izquierdistas sin compromiso real que buscan un reconocimiento público a través de un discurso más bien paternalista, que a ratos se torna un tanto obvio. Siempre desde la bondad y la superioridad moral. El problema es que no todos son cuidadosos al pontificar y muchos se estrellan a menudo con su yo real.
El exjefe de la agrupación española de izquierda Podemos (van a disculpar que vuelva siempre a Pablo. No es amor, lo juro. Es solo que es tan versátil en su ética, que sirve de variados modelos), preguntaba años atrás: “¿Entregarías la política económica del país a quien se gasta 600,000 euros en un ático de lujo?”. Esto, mientras mostraba indignado la prueba de que un ministro había adquirido un inmueble por ese monto. Tiempo después, ese mismo Pablo Iglesias y su pareja compraban un chalet por un precio mayor...
Por fortuna todos gozamos del derecho a opinar libremente sin importar cuánto ganemos y de quién recibamos nuestro sueldo; sin que afecten nuestras filiaciones ni la zona en que vivimos. Desde el anonimato, hasta podemos ofender y proyectar una imagen falsa sin consecuencias mayores. Esto último no lo pueden hacer nuestros pastores, esos que van por ahí exigiendo igualdad desde arriba. Aquellos que parecen decir: “Haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. Pues de ellos esperamos coherencia. Aunque pensándolo bien, la incongruencia no les hace mella, igual seguirán aumentando sus seguidores en Facebook.
*Abogada y escritora
@brjula.digital.bo