El reciente anuncio del corredor bioceánico Capricornio, oficializado el 23 de abril en Brasil por los presidentes Lula da Silva y Gabriel Boric, ha producido un verdadero sacudón en Bolivia. Aunque se trata de un proyecto trabajado desde hace algunos años, su formalización ha dejado en evidencia una realidad insoslayable; Bolivia ha sido excluida de una conexión estratégica que unirá los puertos brasileños y chilenos. Se espera que para 2026 la vía esté concluida y el corredor consolidado, pero sin Bolivia.
Este episodio debería sacudir no solo a la opinión pública, sino sobre todo a los despachos diplomáticos bolivianos. La política exterior del país ha mostrado, en los últimos años, una desconexión progresiva con sus vecinos inmediatos, así como una incapacidad para insertarse proactivamente en los procesos de integración regional. No se trata ya de diagnósticos, sino de consecuencias.
Frente a esta desatención –que ya se paga–, Bolivia no puede permitirse más pasividad. Aún está en juego otro proyecto de dimensiones colosales: el corredor ferroviario bioceánico de integración, una apuesta que sí puede incluir a Bolivia, al menos en los papeles. Esta vía aspira a conectar los puertos brasileños del Atlántico con el nuevo megapuerto de Chancay, en la costa central del Perú, posiblemente atravesando territorio boliviano.
El puerto de Chancay, situado a unos 75 kilómetros al norte de Lima, con una inversión prevista cercana a los 3.500 millones de dólares, está diseñado para contar con un calado de unos 18 metros, lo que permitirá recibir barcos con capacidad para 20.000 contenedores de carga, como ningún otro en Sudamérica.
Hacia 2032, Chancay será el primer puerto inteligente y automatizado de Sudamérica, y está pensado como un eje logístico para conectar al Perú con los mercados asiáticos, en especial China. En este contexto, Bolivia no puede permitirse el lujo de observar desde la tribuna.
El proyecto de corredor ferroviario, promovido por Brasil y China, representa una clara oportunidad de integración. Bolivia no debe limitarse a ser zona de tránsito; debe convertirse en un actor central en las negociaciones, un socio estratégico para China y un promotor de la conectividad regional. Hoy más que nunca, el silencio es una renuncia.
El déficit comercial con China, que supera los mil millones de dólares anuales según el IBCE, es una señal de advertencia, pero también un recordatorio del potencial del mercado chino. Los últimos datos muestran que Bolivia exporta al gigante asiático alrededor de 1.170 millones de dólares, mayormente en productos primarios: plata, zinc, plomo y sus concentrados. Más recientemente, carne bovina congelada. En paralelo, las importaciones se disparan. Es imperativo que Bolivia trabaje por un acceso más equilibrado con el mercado chino y por una estrategia comercial que supere la mera exportación de materias primas.
En este sentido, el proceso de adhesión al MERCOSUR –formalizado en julio de 2024 con el depósito del instrumento de adhesión– debe ser examinado con cautela. La experiencia de Uruguay, que intentó firmar un acuerdo de libre comercio con China y fue frenado por las exigencias del bloque, debería servir de advertencia. El MERCOSUR exige que toda negociación con terceros se haga de forma conjunta. Bolivia, aún en el umbral, debe preguntarse si está dispuesta a hipotecar su autonomía comercial con tal de ingresar a un club que no siempre favorece a los más pequeños.
La realidad es aún más cruda. El proceso de adhesión está virtualmente paralizado en la burocracia boliviana. Faltan funcionarios especializados, falta planificación, faltan incluso las primeras tareas técnicas, como la elaboración del cronograma de incorporación del acervo normativo. No hay transparencia ni hay plazos cumplidos. El reloj avanza, pero en la Cancillería nadie parece oír el tic-tac. Si este proceso fracasa, Bolivia podría quedar en una posición semejante a la de Chile: fuera del MERCOSUR, pero libre para negociar con quien quiera, sin ataduras ni vetos. Es un desafío para el análisis.
En paralelo, China ya ha enviado señales claras de su interés estratégico en el corredor ferroviario bioceánico. Una delegación oficial ha visitado recientemente Brasil para discutir el megaproyecto. Los costos estimados rondan los 3.500 millones de dólares iniciales. Pero más allá del capital, lo que se necesita es tiempo, voluntad política y una dosis urgente de realismo. El proyecto será largo, costoso, complicado y, sobre todo, no esperará por Bolivia.
El ferrocarril bioceánico apunta a reducir la dependencia del Canal de Panamá, agilizar los tiempos de tránsito y optimizar los costos logísticos de las exportaciones agrícolas —soya, carne, maíz, granos— de la región. Para Bolivia, esto podría ser una bendición logística, si se actúa con inteligencia. Los productores bolivianos deberían comenzar a articularse con el Estado, siempre que este no pretenda ser el comerciante, sino el facilitador. Porque cuando el Estado compite con sus ciudadanos, se convierte en obstáculo.
Bolivia tiene en este momento muy pocos funcionarios cumpliendo funciones diplomáticas en Brasil y China. Es su deber –y el de la Cancillería– dar seguimiento estricto a la próxima visita de Lula da Silva a China, prevista para el 12 y 13 de mayo. En esa visita se producirán reuniones con altos responsables del transporte chino, entre ellos los de China State Railway Group, la empresa que llevará adelante el corredor. Bolivia debería estar, al menos como observador. Como presencia. Como país.
La Cancillería boliviana, arrastrada por una inercia burocrática pesada y una ideologización fatigante, debe reorganizarse. Este proyecto exige otra escala, otro ritmo, otro tipo de funcionarios; no el que obedece consignas, sino el que gestiona oportunidades. No el que aplaude discursos, sino el que redacta acuerdos.
Bolivia se encuentra en una encrucijada. El sacudón de Capricornio debe ser la última alarma antes del sopor. El corredor ferroviario bioceánico y el puerto de Chancay no son posibilidades lejanas ni ajenas; son las puertas abiertas a la integración internacional. La acción decidida, la planificación estratégica y una diplomacia eficaz —y no decorativa— son las únicas herramientas con las que el país puede evitar, otra vez, quedarse al margen de la historia.
Javier Viscarra es periodista y diplomático.