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Mirada pública | 05/07/2025

Entre aplausos y omisiones: Bolivia y el laberinto del Mercosur

Javier Viscarra
Javier Viscarra

La reciente intervención del Presidente Luis Arce Catacora en la LXVI Cumbre de presidentes del Mercosur, celebrada en Buenos Aires, ha vuelto a poner en evidencia una verdad incómoda; Bolivia ingresó formalmente al bloque sin planificación técnica, sin estructura institucional adecuada y sin una hoja de ruta clara. El discurso presidencial, cargado de generalidades, contrastó con el peso de las tareas pendientes y la magnitud del desafío que supone convertirse en Estado Parte pleno del Mercosur.

Bolivia tiene, en efecto, un plazo de cuatro años para adaptar su marco normativo y económico a los 3.974 instrumentos y 84 acuerdos del acervo del bloque. Pero ya ha transcurrido casi un año desde el depósito del instrumento de adhesión y ni siquiera se ha presentado el cronograma de incorporación, cuyo plazo venció hace unos cinco meses. La única promesa fue la de remitirlo “muy pronto”, frase que en la diplomacia de los hechos suele equivaler a un aplazamiento indefinido.

No existe, hasta la fecha, evidencia de un aparato estatal funcional y profesionalizado que esté liderando el proceso. Ni la Cancillería ni otros ministerios han asumido el rol técnico que exige esta transición. Lo que debería ser una política de Estado ha sido delegada a la retórica presidencial, sin respaldo documental ni institucional.

La adhesión al Mercosur, como bien se sabe, no es simbólica. Supone asumir reglas de juego vinculantes; aceptar el Arancel Externo Común, armonizar políticas de comercio exterior, renunciar a negociaciones bilaterales con terceros países fuera del consenso del bloque, y adaptar normativas nacionales en múltiples sectores. En lugar de una evaluación estratégica, Bolivia ingresó sin estudio de impacto previo, sin diálogo sectorial ni validación democrática más allá del trámite parlamentario claramente sesgado.

Más preocupante aún es la asimetría estructural. Bolivia, con una base productiva limitada y una economía en crisis, compite –no se complementa – con gigantes como Brasil y Argentina. Lejos de una integración virtuosa, el riesgo es el desplazamiento de productos nacionales, la ampliación del déficit comercial y la pérdida de margen soberano en política exterior. Somos un país con vocación integradora, y los procesos de integración pueden ser una vía legítima y potente hacia el desarrollo nacional. Pero esa integración no puede hacerse a ciegas ni desde el autoengaño. Sin diagnóstico, sin prioridades, sin planificación, la adhesión se vuelve una carga más que una herramienta.

Durante su intervención, el Presidente Arce intentó disipar estas preocupaciones enumerando cifras de funcionarios acreditados, la voluntad de avanzar, y agradecimientos al Grupo de Adhesión de Nuevos Estados Partes. Pero ninguno de esos puntos responde a la pregunta esencial: ¿qué ha hecho Bolivia en términos reales? ¿Dónde están los documentos técnicos, las mesas interinstitucionales, la participación empresarial y académica, la planificación presupuestaria para el ajuste estructural?

Y mientras Bolivia pierde tiempo, el bloque avanza sin ella. El Presidente de Paraguay fue categórico al destacar que todos los países del corredor bioceánico Capricornio ya están trabajando juntos, y que Bolivia, que alguna vez fue paso natural de conexión entre océanos, ha quedado al margen. Arce escuchó en silencio. Cada palabra debió sonar como un eco del fracaso diplomático acumulado en su pobre administración.

El país está también a punto se ser desplazado del proyecto de conexión ferroviaria con el megapuerto de Chancay, en Perú, que será clave en la red logística China-América del Sur. El silencio oficial frente a estas omisiones es, en realidad, una forma de renuncia.

La política exterior no se improvisa. Y menos aun cuando se trata de ingresar a un bloque que impone deberes pesados. El próximo gobierno deberá decidir si retomar con seriedad el proceso de adhesión o redireccionar la estrategia. Pero no podrá evitar una decisión; seguir en el limbo es cada día más costoso.

El Mercosur puede ser una oportunidad o una trampa. Lo será en función de la preparación técnica del Estado boliviano, de su capacidad de negociación y de su inteligencia geoeconómica. Hoy, nada de eso está garantizado. La alocución presidencial en Buenos Aires fue apenas un testimonio más de que mientras se aplaude el tiempo se pierde. Y con el, la oportunidad de integrarse con dignidad y visión estratégica.

Javier Viscarra es diplomático y periodista.



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