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27/02/2022
La madriguera del tlacuache

Bailar o no bailar con Tongolele

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

Daniel Ortega fue miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, y a la vez de la Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Estuvo preso gran parte de su juventud y su fotografía jamás había estado en ningún periódico, salvo en los días de su captura en 1967, acusado de conspiración contra el régimen del dictador Anastasio Somoza.

Hace unas semanas, en una escalofriante entrevista de CNN a Miguel Parajón (un mecánico nicaragüense), este contó que su hijo mayor había sido asesinado por un francotirador en las revueltas del año 2018 (que avivaron varias ciudades de Nicaragua); y que su hijo menor había sido recientemente encarcelado luego de ser condenado -en juicio sumario- a diez años de prisión por “conspirar” contra el gobierno de Daniel Ortega. El hombre contó que de joven participó en la revolución sandinista que había derrocado a Somoza; y sorprendió a la audiencia al afirmar que este, el de Ortega, era un régimen aún más represor que el de aquel déspota.

Días antes de escuchar esa entrevista, en una de esas extrañas coincidencias, terminaba yo de leer la novela Tongolele no sabía bailar (cuyo título lleva el nombre ficticio de un funesto jefe de los servicios secretos, que lucía un mechón blanco como la famosa bailarina y vedette Tongolele). En ese libro -bajo seudónimos-, el Premio Cervantes, Sergio Ramírez, narra hechos actuales de la dictadura en la que está sumergida Nicaragua. El escritor retrata, sobre todo, los episodios que envolvieron la violenta represión a las protestas ocurridas en su país ese 2018, cuyo saldo resultó en centenares de muertos. Entre los relatos novelados están los de jovencitos que reciben balazos de francotiradores, como el que recibió Jimmy -el hijo del mecánico- en un costado del tórax.

En la novela, a uno de los personajes (una referencia a Edén Pastora, que organizó y ejecutó la lucha insurreccional contra Somoza y que dicen colaboró luego con la CIA, para terminar trabajando con el matrimonio Ortega) le confían la Operación Abate, cuya misión era “fumigar a todas las sabandijas que han salido a las calles buscando perpetrar un golpe de Estado”. Para dar ese golpe de Estado, alerta el personaje -que es un comisario político-, “esos pendejitos escolares eran usados por los curas, los gringos y la burguesía vendepatria”.

La crudeza de las narraciones del escritor nicaragüense no alcanza para provocar escepticismo ni escandalizar por alguna exageración. Si uno no supiera de la persecución, la represión y los callejones de la muerte por los que desfilan decenas de presos políticos en el país centroamericano, quizás disfrutaríamos el libro como si se tratase de una colección de cuentos de mitología griega.

La masacre del 2018 no fue suficiente. Las noticias diarias que llegan desde Nicaragua muestran cómo el régimen de Ortega ha incrementado la persecución y encarcelamiento a candidatos presidenciales, periodistas, activistas políticos y cualquier persona que exprese una opinión contraria al gobierno.

El pasado 12 de febrero, murió Hugo Torres, el general en retiro y exguerrillero que participó en la operación con la que se logró la liberación de varios presos políticos de la dictadura de Somoza en 1974, entre los que se encontraba (¡ay!) Daniel Ortega, posteriormente camarada.

Torres -quien en 1995 rompió con el FSLN ya cooptado por Daniel Ortega y su estrafalaria esposa Rosario Murillo- murió en la cárcel. Había sido detenido de forma ilegal y arbitraria. Fue preso por cargos de “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional”. Estuvo sometido a tratos crueles. Torres entró sano a prisión y salió muerto. Murió por falta de atención hospitalaria oportuna.

Como lo ha reafirmado la nicaragüense Bianca Jagger –que además de ser exesposa del stone Mick Jagger, es activista y colaboradora de Human Rigthts Watch y Amnistía Internacional- los presos políticos sufren violaciones a la salud y bloqueos a una adecuada atención médica. La misma Jagger denuncia que los familiares de esos presos “son asediados, reciben malos tratos en los sistemas penitenciarios y se les niega el acceso y comunicación con ellos”.

Hace varios años leí el libro Adiós muchachos del mismo Sergio Ramírez. En el que describe el proceso de lucha, triunfo y gobierno de la revolución sandinista de la que él fue figura importante. Ahora Sergio Ramírez enfrenta con la pluma -no con un fusil- otro gobierno dictatorial. El de su excompañero. No sabemos, sin embargo, si durante la dictadura de Anastasio Somoza mencionó alguna vez que las represiones de ese dictador le recordaban las purgas estalinistas de los años treinta, como lo menciona ahora desde el exilio refiriéndose a la dictadura de los Ortega.

En una visita a Managua con Amnistía Internacional, a Bianca Jagger le tocó presenciar las manifestaciones antigubernamentales de las que habla Tongolele no sabía bailar, y estuvo cuando empezó el asedio. Su informe destacaría la “estrategia de represión” caracterizada por excesos. Entre ellos, “el control de los medios de comunicación y el uso de grupos parapoliciales para reventar las protestas ciudadanas”.  

Mientras leía la novela, algunos de sus episodios me expulsaban de Nicaragua y me devolvían a Bolivia. Suelo leer de noche, así que es posible que el sueño me venciera y mi mente adormilada me produjera ese inexplicable extravío. Abandonaré mis lecturas nocturnas. No vaya a ser que en una de esas confunda tanto lo leído con la realidad, que hasta termine creyendo que ese tipo de cosas -como que un preso político muera en la cárcel por falta de atención médica; o que existan grupos parapoliciales de choque- puedan suceder en mi país. 



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