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Columna Abierta | 16/07/2025

A crear el premio a la muerte y la fuerza bruta

Carlos Derpic
Carlos Derpic

La propuesta del genocida Benjamin Netanhayu de proponer para el premio Nobel de la Paz a Donald Trump me ha hecho pensar, tomando como ejemplo los premios Ratzzie que, desde 1980, se otorga galardones a lo peor del cine de Hollywood, en la necesidad de crear un nuevo premio a lo peor de la humanidad.

El premio Nobel, que la fundación del mismo nombre otorga en física, química, medicina, literatura o paz es, sin duda, muy prestigioso y cualquier persona se sentiría honrada de ganarlo. Como se sabe, se llama así en homenaje a Alfred Nobel, que los instituyó como su última voluntad.

El testamento que Alfred Nobel hizo en 1895 se inspiró en la fe en la comunidad humana y dispuso al respecto que el Premio de la Paz habría de conferirse "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz".

De todos los campos en los que se otorga, al Nobel de la paz puede aspirar cualquiera, sin necesidad de haber estudiado nada. Desde su implantación, en 1901, se ha otorgado a una variedad de personas, como por ejemplo a Martin Luther King, Adolfo Pérez Esquivel, Rigoberta Menchú y la madre Teresa de Calcuta, individualmente. También se entregó el Nobel a varias personas al mismo tiempo, como sucedió en el caso de Yaser Arafat, Isaac Rabin y Shimon Peres, a quienes se galardonó por haber hecho posible la apertura de oportunidades para un nuevo desarrollo hacia la fraternidad en Medio Oriente. También se otorga a organizaciones, como sucedió en el caso de Médicos sin Fronteras, en 1999, para citar solo un ejemplo.

Por supuesto que hay ocasiones en que no se puede entender, por ejemplo, por qué se otorgó tan importante premio a sujetos como Henry Kissinger, en 1973, bajo el pretexto de la firma del acuerdo de paz que puso fin a la Guerra de Vietnam. Cuando el ejército más poderoso del mundo fue derrotado por el de Vietnam del Norte y el acuerdo mentado fue una rendición de Estados Unidos (dicho sea de paso, el premio también se otorgó al vietnamita Le Duc Tho, quien lo rechazó).

Se ha visto también en ocasiones propuestas descabelladas, como aquella que pretendió que se lo conceda a Evo Morales, principal impulsor del enfrentamiento entre bolivianos. Pero lo que definitivamente trasciende lo racional y lo razonable es la propuesta a la que hicimos referencia al inicio de esta columna.

Se ufana el genocida Netanyahu de compartir con Trump la “doctrina” de que “primero viene la fuerza y luego la paz”. En su cuenta de X escribió: “Primero viene la fuerza, luego la paz (…) Y esta noche, @realDonaldTrump y Estados Unidos actuaron con mucha fuerza”. Lanzó ese mensaje luego de que Estados Unidos bombardeara Irán. El abuso del fuerte al débil es, para este sujeto, el que sienta las bases para la paz.

El mundo es testigo de cómo Trump considera que Estados Unidos es el dueño del mundo y él el sheriff del planeta. No en vano aplica aranceles a diestra y siniestra, los deja en suspenso, los vuelve a aplicar, etcétera. En los últimos días aplicó aranceles a México porque, en su criterio, el gobierno de este país no hizo lo que debía para combatir el tráfico de fentanilo.

También aplicó aranceles a Brasil porque considera que el proceso iniciado en contra del golpista in fraganti Bolsonaro, es una “cacería de brujas” (seguramente se siente él mismo enjuiciado después de su intento de impedir que su antecesor Joe Biden asumiera el mando, en 2021).

Ha suspendido la visa a Francesca Albanese, relatora de la ONU sobre los territorios palestinos, por haber hablado de la situación de Gaza. Ahora amenaza a su amigote Putin con aranceles del 100% si no acaba la guerra de Ucrania en 50 días, etcétera.

Ni qué decir del proponente que ha superado con creces a canallas de la catadura de Pol Pot que, a la cabeza de los Jemeres Rojos, acabó con la vida de un tercio de la población de Camboya, haciendo retroceder a su país hasta la Edad de Piedra, quemando bibliotecas, prohibiendo medicinas y asesinado a todo aquel que usara gafas. Un sobreviviente del genocidio decía: “Los Jemeres Rojos eran como monstruos. Era peor que un infierno en la Tierra... Nadie nunca se podría imaginar cómo fue". (No está de más recordar que Pol Pot asumió el poder con la ayuda de Estados Unidos).

Y también superó con creces a los asesinos como Slobodan Milosevic, el serbio que ejecutó una política de “limpieza étnica” con los croatas, siendo tristemente recordado por la masacre de Vukovar, en la que paramilitares serbios asesinaron a más de doscientos civiles croatas que se encontraban en el hospital de dicha ciudad. Incluso superó a los desalmados que ejecutaron el genocidio de Srebenica, en Bosnia Herzegovina, en el cual fueron asesinados más de 8.000 bosnios musulmanes por las milicias serbias, encabezadas por el general Ratko Mladic y el presidente Radovan Karadzic.

La venganza de Netanyahu contra el indeseable grupo terrorista Hamás ha llevado a la muerte a casi 57.000 palestinos en la franja de Gaza, muchísimos de ellos niños (porque “esos niños serán en el futuro terroristas”, según afirman los oráculos judíos). Y los que no mueren en los bombardeos e incursiones de las fuerzas militares de Netanhayu son asesinados cuando van a conseguir alimentos y agua, porque Gaza está sitiada y los judíos han decidido que hay que acabar con los gazatíes, privándoles de comida y haciendo explotar las plantas de desalinización del agua.

Netanhayu y Trump ya tienen planes para administrar la franja de Gaza, tal cual lo ha denunciado el diario El País, de España: “Gaza SA, historia secreta de los planes para la gestión privada del horror de los palestinos. Un entramado de consultoras, empresas de seguridad, contratistas y hombres de negocios de Estados Unidos e Israel diseñó en el último año tanto el polémico modelo de reparto de ayuda como los planes para la reconstrucción de la Franja”.

Para el proponente y el propuesto (y sus congéneres) debería instaurarse un premio “Pol Pot”, o “Stalin” de la muerte y la fuerza bruta. En particular, para el genocida, podría crearse el “premio Mengele”. Eso es lo que merecen, no otra cosa.

Carlos Derpic es abogado.



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