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Sociedad | 13/03/2023

Opinión / Despatriarcalizar, un proyecto de sociedad, ¿a ciegas?

Opinión / Despatriarcalizar, un proyecto de sociedad, ¿a ciegas?

Brújula Digital |13|03|23|

Carlos Torrico Delgadillo

Despatriarcalizar, esta palabra tan complicada de decir es uno de esos vocablos de la Bolivia contemporánea con el que se busca pensar, cuestionar y desmontar “La dominación masculina”, si lo decimos de manera resumida y aludiendo al título de un famoso libro. Que si es mera consigna (demagógica) gubernamental o bandera de la variada nebulosa del feminismo boliviano, no es lo que aquí nos interesa. Lo que cuenta es la realidad que pese a todo se está cuestionando con el concepto de patriarcado, y el proyecto de sociedad que se hace explícito cuando se añade el prefijo des- (patriarcalizar). 

Y como no podía ser de otro modo, este fue un concepto recurrente en los intercambios-debates de un encuentro organizado por la embajada francesa en Bolivia en su residencia oficial, en ocasión de la conmemoración del “Día Internacional de la Mujer”. 

En dicha residencia se vieron convidadas feministas del mundo de las ONG y activistas varias. También, entre otras personalidades, estuvo el alcalde Iván Arias, y Jerges Mercado, presidente de la Cámara de Diputados. Dicho sea de paso, estuvo también, de oyente nada pasiva, María Galindo. De los piques de Galindo a las “ONGistas del panel” además de los pedidos públicos de audiencia a Arias y a Jerjes Mercado, vamos a pasar.

Lo que nos interesa de ese encuentro es ese atisbo de interrogación sobre el modo en el que, en nuestra sociedad, se reproduce el conservadurismo y, por tanto, una sociedad en la que la mujer es un ser dominado. Sí, un ser dominado, con menos libertades en general en este medio que exige de ellas mayor conformidad con cierta moral conservadora todavía imperante; un ser dominado en este país en el que el sometimiento a la autoridad marital es, todavía, el modelo de pareja que se promueve; un ser cuya mayor vulnerabilidad física y psicológica es trágicamente flagrante. En suma, toda una realidad de dominación derivada del solo hecho de ser mujer en este país que en muchos aspectos puede ser llamado tradicionalista, tanto por su vertiente judeocristiana como por la autóctona.

Inferimos que en el proyecto de despatriarcalizar (por ahora más retórico que práctico), la intención implícita es superar esos resabios tradicionalistas que perviven en nuestra sociedad para hacer de este un mundo moderno en lo que a relaciones de sexos se trata. Y es que, lo que se busca, finalmente, es que, en ningún caso, el género condicione la libertad individual, ni interfiera en los proyectos profesionales, ni suponga mayor vulnerabilidad ante la violencia, ni se tenga un cuerpo al que se someta, más que a otro, al control moral o a la tácita “policía moral” (como ocurre con esa tentación permanente de controlar el cuerpo femenino. Veamos, por ejemplo, el desigual rasero con el que se juzga “la honra” de mujeres y hombres como una ilustración de ese “control sobre el cuerpo femenino”, tan propio de sociedades tradicionalistas).

Si despatriarcalizar supone combatir los resabios del conservadurismo y tradicionalismo, habría que insistir más en preguntarse sobre la manera en la que se transmite entre generaciones ciertos valores, creencias, dogmas, prácticas, en fin, “habitus” que hacen sistema y dan cuerpo social a “esas tradiciones” de las que el sometimiento de la mujer son la resultante. ¿Cómo es el proceso de dicha transmisión? ¿En qué condiciones se da? ¿Qué hace que, en nuestra sociedad, ¡en las nuevas generaciones!, persista con tanto ahínco el conservadurismo, el tradicionalismo (expresado en el machismo, etc.)? 

 Quizás, el tipo de encuentro como el citado no da para ahondar, con algo de rigor, en este tipo de cuestionamientos, pero algunas alusiones a esta problemática central hicieron las panelistas. Nombraron a la familia, la escuela y la iglesia como instituciones que, si lo decimos con palabras nuestras, hacen de guardianas de un tipo de sociedad que no es, precisamente, la que pregona el proyecto despatriarcalizador.

Me habría gustado oír, sin embargo (tanto de panelistas como políticos que tomaron la palabra), algún análisis un tanto más consistente que muestre algo de comprensión de los procesos de reproducción social y de las condiciones en las que tales procesos se dan. Cierto que todos intuyen, más o menos, que las grandes mutaciones sociales no son simples, que determinados valores, modelos relacionales, en fin, no se modifican de un día a otro.  Y que, en suma, nuestra sociedad debe modificar la relación entre los sexos. Pero tengo la impresión de que no se sabe bien (menos los decididores) contra qué se combate y cómo debería hacérselo. Todo parece resumirse (en las feministas del panel, en este caso) a exigir la probidad en la aplicación de la norma legal y celeridad en la administración de la justicia contra la violencia de la que son víctimas las mujeres. Exigencia que es necesaria, y urgente, cierto. Pero claro está que cuando se trata de proyectos de transformación social, ese no es el único camino. 

Nuestras activistas feministas, la clase dirigente, y todos quienes pueden incidir en los caminos que toma nuestro presente y futuro como sociedad, necesitan entender mejor a nuestra sociedad. Tendrían que tener la posibilidad de escudriñar en detalle la dinámica de la reproducción social, de la transmisión cultural. Tendrían que tener la posibilidad de tener respuestas analíticas a preguntas de este tipo: ¿cómo y qué papel juegan la escuela, la familia, los medios de comunicación masiva, las instituciones religiosas, la sociabilidad cotidiana y la socialización en general en el arraigo del conservadurismo? En suma, ¿cómo enseña la sociedad a ser arcaico (machista, violento) a un individuo? ¿O cómo se naturaliza la violencia contra la mujer? ¿O cuál es el proceso que explique la dominación interiorizada? ¿Qué hace, pues, que tenga tanto éxito, en nuestro medio, la reproducción del conservadurismo? En suma, habría que servirse un poco más de la ciencia social para entender mejor todos esos procesos de reproducción social, si se quiere intervenir en ellos. 

Y ello supone hacer intervenir en la planificación de nuestro mundo a entes como la universidad, por intermediación de lo que produce como conocimiento de lo social. De hecho, si nuestras universidades tuviesen fondos suficientes para crear laboratorios de investigación social independientes y variados, seguro que tendríamos ya acumulado mucho más conocimiento sobre esas dinámicas de sociedad del que tenemos hoy. Y si las políticas de sociedad fuesen planificadas haciendo intervenir la variedad de entes que corresponda, seguro que tuviésemos verdaderos planes de transformación social, de modernización societal. Pero somos un país pequeñito, también en sus ambiciones de transformación societal. Preferimos seguir a ciegas, de manera mezquina, y diluyendo en consignas político partidarias lo que debería ser un verdadero proyecto de transformación social.

Carlos Torrico Delgadillo es comunicador social y sociólogo. 



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