El cansancio o consumo de alcohol de los choferes explica una buena parte de los accidentes, así como el mal estado de los vehículos, que pasan las inspecciones vehiculares de tránsito pagando sobornos a los policías.
Brújula Digital|25|12|25|
Mirna Quezada Siles
Entre el 19 y el 22 de diciembre siete accidentes de tránsito dejaron 14 personas fallecidas en las carreteras desde o hacia Cochabamba, el pero de ellos, el choque entre un minibús y una flota, que dejó ocho muertos.
En marzo, fue Potosí el que se vistió de luto: el 1 de ese mes, un choque entre dos buses de pasajeros dejó 37 muertos, entre ellos cuatro menores de edad y dos extranjeros. Menos de dos semanas después, también en Potosí, un nuevo accidente dejó un saldo de 13 personas fallecidas y una veintena de heridos por el choque de una flota contra un peñón.
La autopista La Paz-El Alto también es escenario frecuente de graves accidentes: el 11 de noviembre un camión que descendía desde El Alto, cargado con bolsas de cemento, perdió el control, impactó contra las barreras de seguridad y posteriormente colisionó con un minibús que subía. Cuatro personas murieron. El chofer tenía 18 años y no contaba con licencia de conducir. En julio, en la misma autopista, murieron dos personas en otro accidente.
Noticias como esta ya no generan interés de las autoridades ni de la opinión pública. El país ha naturalizado por completo estos accidentes. No existen planes de prevención, programas de educación o sensibilización. Nada de nada. Las carreteras bolivianas están entre las más peligrosas de la región, pero nadie parece inmutarse. Es una pandemia que pasa delante de nuestros ojos sin que nadie reaccione.
El cansancio o consumo de alcohol de los choferes explica una buena parte de los accidentes, así como el mal estado de los vehículos, que pasan las inspecciones vehiculares de tránsito pagando sobornos a los policías.
Según un estudio del Observatorio Boliviano de Seguridad Ciudadana y Lucha Contra las Drogas, 1.748 murieron durante 2024 en accidentes de tránsito, uno de los índices por población más altos de la región. Se teme que para 2025 la cifra ha aumentado.
Mientras en Bolivia ninguna autoridad nacional, municipal o departamental parece preocuparse por el tema, varias naciones de la región han logrado disminuir las víctimas de tránsito mediante una combinación de educación vial, control de velocidad, sanciones estrictas por alcohol y mejoras en la infraestructura.
Chile y Colombia, por ejemplo, aplican campañas masivas de concienciación, semaforización inteligente y control electrónico, logrando reducciones de hasta 50% en mortalidad en la última década. Otros países como Argentina, Uruguay y Perú han reforzado inspecciones de transporte público y sancionado a las empresas de transporte si sus choferes conducen en estado de ebriedad o cansancio.
54 accidentes diarios
Bolivia registra en 2025 un promedio de 54 accidentes de tránsito cada día. Hasta el primer semestre del año se contabilizaron 9.731 siniestros viales, un incremento de 10,45% respecto a 2024, según datos oficiales del Viceministerio de Transporte y la Policía de Tránsito. Detrás de estas cifras hay más de 19.997 personas accidentadas hasta septiembre de 2025, miles de familias afectadas y un sistema de tránsito que evidencia un deterioro profundo y sostenido.
La tendencia no solo se mantiene, sino que se agrava a medida que se acerca el fin de año. Diciembre, históricamente uno de los meses más críticos en materia vial por el aumento del flujo vehicular, los viajes interdepartamentales y la actividad comercial, vuelve a exponer un sistema colapsado por la imprudencia, la informalidad y la falta de control efectivo.
La aseguradora estatal Univida reportó que solo en el primer trimestre de 2025 se registraron 6.800 siniestros, con compensaciones médicas que superaron los 30 millones de bolivianos, una cifra que apenas refleja una parte del impacto real en el sistema de salud y la economía nacional.
El mapa del riesgo se concentra en el eje central. Santa Cruz acumuló el 58% de los accidentes, seguida por La Paz con el 18% y Cochabamba con el 16,5%, de acuerdo con Univida. En el departamento de La Paz, la situación es especialmente alarmante porque hasta noviembre se registraron 1.752 siniestros, un 12% más que en 2024, según la Policía de Tránsito. Solo la carretera La Paz-El Alto acumuló 174 accidentes entre 2024 y septiembre de 2025, principalmente en zonas urbanas de alta densidad vehicular, de acuerdo con la Dirección Departamental de Tránsito.
Factor humano
El factor humano explica el 66,89% de los accidentes registrados en el país. La imprudencia representa el 57,10% de los casos, incluyendo exceso de velocidad, distracción, fatiga y consumo de alcohol, según el Informe Anual Preliminar 2025 del Viceministerio de Transporte. Desde el ámbito psicológico, la especialista Alejandra Wallstron señala que esta conducta persistente se sostiene en una distorsión del riesgo porque muchos conductores desarrollan una ilusión de control y un sesgo de optimismo que los lleva a creer que dominan la situación, incluso en contextos de alto peligro. La repetición de conductas riesgosas sin consecuencias inmediatas reduce progresivamente la percepción de amenaza y refuerza la imprudencia.
El estrés y la fatiga profundizan el problema y Wallstron explica que la presión económica, las largas jornadas laborales y la ausencia de pausas adecuadas deterioran la atención y el autocontrol, especialmente en conductores de transporte público, favoreciendo respuestas impulsivas y agresivas al volante. Esta explicación coincide con advertencias de la Organización Mundial de la Salud, que identifica la fatiga y el estrés como factores determinantes en el aumento de siniestros viales en países con sistemas de control débiles.
A este panorama se suma una percepción extendida de corrupción institucional. Un efectivo policial de Tránsito, que pidió mantener su identidad en reserva, admitió que “muchos policías ya no controlan, viven de las coimas y eso hace que los conductores se sientan impunes”. Añadió que desde hace 20 años existen extorsiones mediante multas falsas, prácticas que debilitan la autoridad del control vial y refuerzan la idea de que infringir la norma no tiene consecuencias reales.
La normalización de la imprudencia también tiene una raíz social y según la psicóloga entrevistada, el aprendizaje por observación juega un rol clave, es decir ver a otros conducir a exceso de velocidad, usar el celular o ignorar señales sin ser sancionados consolida una norma implícita donde la transgresión se vuelve aceptable. En Bolivia, esta tolerancia cultural a la infracción debilita el control interno del conductor y convierte el riesgo en parte de la rutina diaria.
El costo económico alcanza hasta el 3% del PIB, mientras hospitales como el de Clínicas y el Hospital del Trauma de El Alto reportan un incremento del 15% en atenciones por accidentes de tránsito, de acuerdo con el Ministerio de Salud.
Las cifras son claras y el diagnóstico también, la crisis vial en Bolivia no es un accidente, es el resultado de la imprudencia normalizada, el estrés social, la debilidad institucional y la impunidad. Mientras las estadísticas sigan creciendo y la vida humana continúe subordinada a la informalidad y la desidia, el tránsito seguirá siendo una amenaza cotidiana.
BD/MQ/RPU