Amalia Pando es la flamante Premio Nacional de Periodismo 2025. La Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) le confirió este reconocimiento por su amplia trayectoria y su rol protagónico en la defensa de la libertad de prensa y la democracia en el país.
Brújula Digital|06|12|25|
Discurso pronunciado por Amalia Pando, el viernes 5 de diciembre de 2025, al recibir el Premio Nacional de Periodismo:
Buenas noches a todos,
Muchas gracias a la directiva y al jurado que me ha premiado, que me ha dado esta alegría en un año muy malo personal para mí. Gracias a todos. Qué lindo verlos, qué lindo saber que todos los premiados de esta noche tienen una historia grande, una vida en el periodismo que deben contar.
Yo voy a aprovechar ahora para contarles algunas cosas de cómo llegué hasta aquí. Los saludo a todos, a las señoras del gobierno –no veo ningún hombre–, a mi hijo adorado, a mi hermano que ha hecho el esfuerzo de llegar, a todos. A Zulema especialmente; a Paty Flores; a Raúl Peñaranda. Todo mi agradecimiento y mi cariño.
Les decía que soy resultado de una conjunción de azares, de buena suerte y de una escuela política. Saben que yo he militado en el trotskismo más de una década, y esa militancia forma, disciplina, consolida una ética y da una perspectiva política. Eso que muchos colegas dicen: “Amalia Pando tiene olfato”. Bueno, no es olfato, es cultura política, es fruto de la militancia. Esa militancia que, después de la caída del Muro de Berlín, a gran parte de la militancia del planeta nos dejó sin estantería, sin principios. Marx se hizo añicos, qué les voy a decir de Lenin; y bueno, siempre Trotsky, nuestro amado Trotsky, también. Y había que dedicarse a otra cosa y me dediqué al periodismo.
Tuve la gran suerte de tener tres mentores extraordinarios. Los tres tenían algo en común, siendo tan distintos: protegían a sus periodistas y les daban enorme libertad. Y eso hicieron conmigo. Me metí en mil líos, me enfrenté a los chinos, a los italianos, a la policía, a la corrupción; me perseguía todo el mundo y mis directores me defendían. Era como estar detrás de un roble: yo me protegía en ellos para que no me lleguen los tiros. Fueron magníficos.
El primero fue el padre José Gramunt de Moragas, de radio Fides. Me dijo: “tú eres la jefa de prensa”. Pero yo era la única, no había nadie más (risas). Todo el resto era la Agencia de Noticias Fides. En esa época ustedes recordarán que había locutores, no había periodistas “a capela”, era con guion. Yo hacía los guiones a las seis de la mañana para los locutores profesionales.
Mi hijo José Manuel había nacido en 1985, en medio de una crisis económica feroz –igual que ahora, tal vez peor– y a veces no tenía con quién dejarlo. Me iba con el bebé de meses y me instalaba en la gran mesa de Gramunt, en una sala grande con muchos escritorios y máquinas Olivetti. Yo escribía: “Locutor 1: buenos días”; “Locutor 2: buenos días”; “comenzar”; “Locutor 1: ahora los titulares”; “Locutor 2: la Central Obrera Boliviana…” y así. Y lloraba José Manuel, y yo lo mecía, y seguía escribiendo.
En la época del padre jesuita José Gramunt de Moragas, cuando aparecía y sentíamos sus pasos, hacíamos así –tocándonos la nariz– porque era narigón. “Ahí viene, silencio”.
Luego se fue el padre Gramunt y vino el padre Eduardo Pérez Iribarne. Trabajé con él muchos. Los dos teníamos caracteres muy fuertes y por eso nos queríamos; la verdad es que nos queríamos mucho. Él dijo: “Además de las diez mil notas que tienes que traer, te pido que hagas una nota especial para el noticiero, que se llamaba “La hora del país”. Y eso marcó mi vida. Me obligó a investigar. La “nota especial” era una nota de investigación. Había que salir del “dice que dice”, del “fulano dijo”, y entrar a la investigación. Ahí empecé a hacer notas hermosas. Debuté entonces en lo que marcó el resto de mi carrera: la investigación periodística.
Después me invitaron a un debate presidencial, para el que me preparé con una gran compañera –también Premio Nacional de Periodismo, Mabelita Azcui–. Trabajamos las preguntas, estudiamos a los participantes, a los candidatos. Porque no es ir al debate a ver qué se te ocurre preguntar. Hay que trabajar las preguntas.
Gracias a Mabel y a ese trabajo tuve una participación interesante en esos debates. Y ahí entré en la mira de Carlos Mesa, que fue mi tercer mentor. Creo que en la fundación de la productora PAT y luego el canal de televisión PAT vivimos la época de oro del periodismo. Se había abierto la democracia y empezamos a hacer periodismo de investigación. Había libertad. Yo tenía un gran protector, Carlos Mesa, un periodista muy reconocido y respetado. Tenía libertad para investigar aquí y allá; me metía en problemas y Carlos se encargaba de sacarme de ellos. Yo seguía escarbando en otros y volvía a meterme en líos.
No he sido una mujer de primicias; me ha gustado más que la noticia pueda decantarse y ver después qué hay detrás de ella. Pero sí tuve una primicia memorable, y se las cuento.
Como trabajaba hasta tarde en PAT, además de hacer programas de investigación, editábamos hasta tarde. Para los jóvenes que tal vez nunca conocieron un vinilo, tampoco una cinta U-matic, no saben lo que era editar en ese tiempo. Uno editaba y al minuto 12 pensaba “esto está mal, hay que sacar esto”. Y había que volver a cero y editar todo de nuevo. Si había que agregar algo al minuto 15, volver a hacer desde cero. Tomaba mucho tiempo. Yo llegaba tarde a casa. José Manuel me dejaba sus tareítas para terminar; él se había ido a dormir y yo terminaba de pintar los cuadernos que dejaba en la mesa. Al día siguiente, yo llegaba a PAT lo más temprano a las 10:00. Nunca había llegado antes.
Ese día mataron a Jorge Londsdale. ¿Se acuerdan? El empresario de Coca-Cola que había sido secuestrado en junio por el CNPZ. Era presidente Jaime Paz y el comando usaba el nombre de Néstor Paz Zamora, que también fue guerrillero. Esto era diciembre de 1990. A las 10 de la mañana me llamaban: “Mataron a Londsdale, ándate a la Abdón Saavedra”. Yo vivía cerca, en Tembladerani. Fui a la calle Andón Saavedra con el camarógrafo Henry Mendoza, con quien trabajé 10 años, mi gran compañero.
No había nadie. Ya se habían ido todos. La noticia había pasado. Ya habían sacado los cuerpos. No había policías ni personas de seguridad. Solo quedaba un policía alemán, vestido de negro, que no me dio bola. Yo y Henry. “Bueno, ¿y ahora qué hacemos?”. Todos estaban dando las primicias, comentaban los sucesos de esa mañana, la balacera, etc. Y PAT, nada. Cuando ya nos dábamos la vuelta, yo buscando el pretexto –“Y ahora qué digo de por qué no tenemos nada”– se abre una puerta y de ella sale una mano que nos llama Vamos. Me abren la puerta, entramos, y cierran detrás.
Estaban todos los vecinos, pero en la parte de atrás de la casa. “Los han matado.” “¿A quiénes?” “A los guerrilleros”. Eso nos dijeron. Pero la versión oficial era que hubo enfrentamiento, intercambio de balas. “No, los han matado.”
Los vecinos me llevan por atrás y me hacen todo el recorrido. ¿Qué había pasado? En la madrugada llegó un policía de inteligencia, Germán Linares, llamado “el Negro” –¿se acuerdan?– un represor terrible. Habían detenido a un muchacho el día antes y lo matan en la mesa de tortura. Y ese chico, en la tortura, dice dónde estaba el secuestrado. Entonces hacen un operativo “de rescate”, pero no era tal; entraron a la mala, disparando. Había seis secuestradores en la casa. Al verse rodeados, ellos matan al secuestrado e intentan fugarse, cada quien por un lado, por los techos.
El relato que yo hice: uno de ellos entra a la casa vecina, al cuarto de la empleada, la empleada estaba temblando. Tres salvan la vida y tres son asesinados. A los asesinados los ponen con manillas en el pretil de una terraza y, con las manos atrás, los tiran. Caen tres o cuatro metros, se revientan. Esa terraza se convierte en una terraza llena de sangre. Esa imagen la registramos.
Contamos esta historia a la una de la tarde y cambió absolutamente todo. Esa historia la redacté yo. Fue mi única primicia (aplausos).
Pregunta errada
El periodismo consiste en acertar en la pregunta. La pregunta adecuada te lleva al éxito. Pues yo hice la peor pregunta del mundo. Ahí casi acaba mi carrera periodística. No podía salir de mi casa por varios días. ¿Se acuerdan cuál era? Bueno, dos años después del CNPZ se arma otro grupo guerrillero, el EGTK, con los hermanos García Linera y el gran Felipe Quispe, el Mallku. ¿Se acuerdan del gran Mallku? Y cae preso. No recuerdo bien la fecha, pero lo cierto es que lo detienen. El ministro de Gobierno lo presenta en una mesa grande, él sentado en la cabecera, imponente, con su lluchu, su chamarra, esa mirada que se llevaba el mundo por delante. Y delante estaba yo, con mi camarógrafo y el micrófono (risas).
Le pregunto: “A ver, dígame usted: ¿por qué toma las armas habiendo democracia, señor?”. El Mallku me mira. Se veían las espadas que salían de sus ojos t que cruzaban el aire. Me respondió: “Para que mi hija no sea tu empleada”. ¿Qué podía hacer yo? “Cámara, micrófono y vámonos rápido” (risas).
Fue titular de todos los periódicos habidos y por haber. Me encerré en mi casa por la vergüenza. Fue terrible. Acabó mi carrera. La peor pregunta del mundo. Después me hice conocida –no amiga, pero sí conocida– con el Mallku. Lo entrevisté muchas veces; me contó sus historias de guerrillero y dirigente campesino.
Cuando empezó la caída de Sánchez de Lozada, en Sorata, ¿se acuerdan?, el operativo para rescatar a los turistas que estaban retenidos por los bloqueadores. Era el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. Teníamos que hacer el reportaje. Me fui con Patricia Quintanilla en su camioneta. ¿Pero cómo íbamos a cruzar el altiplano que estaba regado de piedras? No se podía. Yo voy donde el Mallku para pedirle autorización y él me da un papel firmado con su sello. Nos sirvió para pasar todos los bloqueos a la ida; para la vuelta, de noche, casi perdemos la vida. Hubo una lluvia de piedras. Terrible.
Para entonces yo ya no estaba en PAT. Había corrido mucha agua bajo el puente. Trabajaba en un canal que formé, Cadena A. Ahí empezó el relato de la caída de Sánchez de Lozada. Relatamos en vivo y en directo, de manera permanente. Hicimos que los periodistas se alojaran en un hotel del Prado, de una amiga mía. Ningún periodista se iba a su casa, además que estaba todo bloqueado. Con una camioneta vieja íbamos a los bloqueos y la gente nos mostraba a los muertos, las balas. Muertos, muertos, muertos. Yo dije: “Sánchez de Lozada no se salva, no se salva su gobierno”.
Relatamos la caída, el helicóptero que partió de Irpavi llevándose a Goni. Yo relataba todo eso y llega el administrador del canal. El dueño, Luis Mercado, estaba en Estados Unidos, en Miami, tomando sol. El administrador dice: “Dice el señor Mercado que usted se calle, que se vaya.” Yo lo miro: “¿Usted está loco? Está cayendo el gobierno. Chicos, por favor, no le hagan caso. Este es un administrador; que pague los sueldos más bien. La jefa soy yo”. Y cayó el gobierno. Llegó Mercado de Estados Unidos y me despidió. Sería todo (risas).
¿Cuál fue la investigación más peligrosa? Creo que la que hice en PAT, sobre la mafia italiana. Meterse con la mafia italiana, tenía que estar loca. Esa era yo. Descubrí que los casinos, que eran un boom –¿recuerdan?– y que eran ilegales tenían una relación con el lavado de dinero. Palabras mayores. El capo se llamaba Marco Marino Diodato. Las chicas estaban enamoradas de él. Italiano, se había relacionado con una sobrina del general Banzer y hacía tareas de inteligencia. ¡Incluso le puso micrófonos al Palacio de Gobierno! Sabía todo lo que ocurría, ¡el propio presidente estaba espiado por Diodato!
Yo fue juntando todas las piezas. Estaba a la cabeza de pedir la clausura de los casinos. Me odiaban las señoras de la zona Sur, que tanto iban a esos casinos, felices de la vida. Y por supuesto me odiaba la mafia italiana. Descubrí la relación entre la mafia y un diputado. Yo tenía todo documentado. Cada noche el siguiente capítulo era mejor que novela turca.
¿Creen que eso fue gratis? Me costó. Empezó la revancha. Habían dos diputados Landívar, uno de ADN; el otro, del MNR, empezó a hacerme la guerra. Contrató medios, televisión, periódicos. Hizo una campaña de difamación durísima. Que yo era guerrillera, subversiva, terrorista. Vendían revistas impresas con mi foto con una metralleta. Las vendían en las cuatro esquinas de la plaza de Santa Cruz. Durísimo. Todo se basaba en que yo cuando estudié en Chile durante el gobierno de Salvador Allende, milité en una facción de izquierda. Y de ahí surgió la versión, falsa, de que yo era perseguida en Chile por supuestas acusaciones de terrorismo.
Era presidente Tuto Quiroga. Él me llama y me dice: “estoy yendo a Chile. ¿Quieres acompañarme?”. Claro que sí. Me fue a Chile en la delegación de periodistas, cubierta por la delegación oficial. Tuto iba por un asunto de relaciones bilaterales. Llegué con el camarógrafo a Santiago. ¿Cuál era la idea? Probar que nadie me perseguía en Chile. Entonces me voy a pasear por la Alameda con mi camarógrafo. Día de sol. Y veo un “paco” chileno, policía, simpático, alto. Le digo al camarógrafo: “Henry, vení, seguime”. Me acerco: “Señor policía, ¿cómo está? Soy periodista boliviana. ¿Me puedo sacar una foto con usted?”. Él aceptó.
Y luego le dije: “puede ver en su agenda si no busca usted a una tal Amalia Pando, por si acaso?” Me preguntó: “¿Quién es Amalia Pando?”. “Yo”, le respondí. El policía se mató de risa. Todo eso lo filmamos. Cuando volvimos, pusimos la imagen con el título “Viaje de Amalia a Pando… a Chile”, y aparezco ahí con el carabinero. Ahí se acabó la historia. Pero fue una historia larga, de gran aguante, especialmente por parte de la dirección de la PAT. Yo estaba feliz, en mi salsa, hablando de los casinos y enfrentando al diputado Landívar. Pero la dirección de PAT tuvo que soportar los embates, porque al empresariado que pone publicidad no le gustan estas cosas. No les gustó. Querían algo más liviano.
Es que yo siempre fui un éxito periodístico y un desastre comercial al mismo tiempo. Y eso me persigue hasta hoy (risas).
También tuve grandes éxitos en mi carrera periodística. Pero tuve que salir de Erbol después de diez años hermosos en la radio, porque había llegado el gobierno de Evo Morales y no le gustó para nada nuestra parcialización con los marchistas del TIPNIS. Entonces llegó el mensaje: “¿Quieren publicidad? Tienen que sacar a Amalia Pando”. Y le quitó toda la publicidad a la radio. No dejó que nadie pusiera un solo aviso en Erbol, ni ONG ni nadie. Erbol empezó a caerse, así que renuncié, para salvar a la radio.
Cuando salí de la radio había un gentío que me apoyaba. Ese momento fue muy lindo, porque fue el preámbulo al 21F. Y vino Filemón Escobar a apoyarme; salimos juntos de la radio en una marcha, él y yo del brazo y la gente detrás, apoyando. Estaba también el tata Gualberto Cusi. Fue un momento muy lindo, pese a la derrota: había salido de Erbol después de diez años y el gobierno había salido con la suya, pero la gente me apoyaba.
Después de Erbol intenté alquilar dos horas en una radio llamada Exitosa –no Éxito, Exitosa–, creada por unos chicos muy entusiasmados. Les propuse hacer mi programa. Estaban felices. Arreglaron la radio, pusieron el vidrio típico de cabina, el cartelito de “Radio Exitosa” detrás. Íbamos a debutar un lunes, a las nueve. Ayer, Rafael Loayza me mandó una foto. Estaban invitados a ese primer programa Raúl Peñaranda, Andrés Gómez y Loayza. Iba a ser un programa sobre libertad de expresión, a propósito de lo que había pasado en Erbol.
Empezó el conteo para empezar el programa: Ocho cincuenta y nueve, ocho cincuenta y nueve y medio… ya estábamos a punto de comenzar: “Hola, buenos días, aquí estoy otra vez…”. Nada. ¡Flic! Bajaron el interruptor. Se cortó la luz. No hubo transmisión. Luego llegó una patota de funcionarios de la ATT pidiendo papeles a los dueños de la radio: “¿Dónde están los documentos de la radio?”. Fue clausurada. ¡Pobres chicos! Cuando me ven ahora, cruzan a la acera de enfrente (risas).
Entonces me fui a otra radio que existía, pero sin oyentes, en El Alto: Radio Líder, que pertenece a la Gobernación de La Paz. Era 2016. Ahí conseguí un gran aliado: Armando Manzanero y su canción “No” (risas). “No, porque tus errores me tienen cansado”, canta Manzanero.
Empezamos ahí la campaña por el No, con el disco de Manzanero puesto durante todo el programa. Yo parecía loquita: “Hay que votar por el No”. Abrimos micrófonos por el No. Ya había estallado el escándalo de Gabriela Zapata. El día del recuento de votos dije: “Va a ganar el No”, no habrá derrota. “Que hay fraude, sí hay fraude”. Pero hice las cuentas, yo tenía contacto con Argentina; hice las sumas mesa por mesa y dije: “va a ganar el No”. Y ganó el No. Para mí fue un triunfo personal, sinceramente (aplausos).
El año siguiente, junto con Cecilia Requena y un gran grupo de activistas populares y organizaciones democráticas, hicimos el aniversario del 21F en San Francisco. Toda la ciudad con banderas. San Francisco se llenó. Fue hermoso. Fue apoteósico. Yo estaba con mi guardaespaldas que siempre estaba a mi lado, mi hijo Manuel. Subí a hablar.
Fue muy lindo. Creo que esos dos acontecimientos –el 21F y esa concentración un año después– fueron el preludio de la revolución de las pititas. No se puede entender la revolución de las pititas sin ese calentamiento previo (aplausos).
Pero me echaron (risas). Patzi estaba negociando la personería jurídica de su partido político y el gobierno había decidido callarme. Evo Morales se metió en la cabeza que tenía que callarme. Quiso incluso expropiar el campo ferial de El Alto, donde funcionaba radio Líder, ¡para que ya no haya señal! Cada dos días nos cortaban el internet. Se subían por una escalera y cortaban el cable. Tardaban tres días en reponerlo. Tres días sin salir al aire. Un desastre. Finalmente, Patzi negoció mi cabeza a cambio de su personería jurídica. Me desconectó. Se acabó.
Ahí dije: “No voy a permitir que nadie más me eche”. Porque eso golpea la rutina de uno, la autoestima. Es terrible que te echen así, tan vergonzosamente. Entonces nació radio Cabildeo. Amparito Carvajal y María Eugenia me cedieron un espacio en la Asamblea de Derechos Humanos. Fue una radio maravillosa, por internet, porque ya no era posible tramitar una frecuencia ante la ATT. Ya habíamos debutado transmitiendo los programas de radio Líder por Facebook. Un grupo de la UPEA vino a ayudarme. Chicos muy queridos, que siguen hoy siendo parte de Cabildeo.
En esa etapa nació el “Evo, Evo, cabrón”. Cuando vi que en las discotecas de El Alto se bailaba y cantaba “Evo, Evo, cabrón”, dije: este gobierno no tiene vuelta. Luego un estadio entero también lo coreaba. Y en Santa Cruz, las bandas en la calle. Le dije al equipo –seis personas con las que hacíamos debates interesantísimos–: “Este gobierno se cae”. Me recordaba la caída de Sánchez de Lozada. Empezamos a relatar la caída, pero esta vez la de Evo Morales: el primer muerto, los dos cívicos en Santa Cruz, cómo se iba caldeando todo, cómo la gente salía a las calles.
Hasta que llegó el día de las elecciones y empezó la revolución de las pititas. No la voy a comparar con el 52, por favor, pero fue una revolución profunda, ciudadana. Impresionante. Yo me sentía casi en un delirio trotskista: barricadas, banderas, soviets… era fantástico.
Empezamos a relatar el 10 de noviembre, pero hubo algo clave dos días antes. El 8 de noviembre, Manuel fue a la Plaza Murillo. Transmitía: “No hay nadie, estoy solo yo y las palomas”. Yo respondía: “Fíjate en el Parlamento”. Nada. “Hay francotiradores?”, pregunté. Nada. “Anda a la Casa del Pueblo”. Nadie. El vacío de poder ocurrió el 8 de noviembre. No había nadie en la plaza, ni un policía. El centro de poder estaba completamente abandonado.
El 10 narramos la llegada de las flotas de opositores, la balacera contra estudiantes y mineros, todo prácticamente en vivo. Luego el pedido a las Fuerzas Armadas, el paso al costado y la renuncia de Evo Morales. Estremecedora. Yo nunca pensé que se llegaría a ese punto. Su partida en ese avión mexicano parecía un sueño. Era fiesta. Salimos a las calles a abrazar policías –¿se acuerdan?–; se habían amotinado. Horas después, las barricadas de dos metros, porque venían las hordas masistas a reventarnos. Los vecinos salieron. Mis vecinos me metieron debajo de la cama: “No salgas, por favor, que nadie sepa que vives aquí”. Pasé la noche oculta.
Fue tremendo. Casimiria Lema la pasó mal, Waldo Albarracín, se quedaron sin casa, la Alcaldía ardiendo, 100 PumaKataris. Luego vino el ascenso de Jeanine Áñez. Pero ya en diciembre de 2019 me quedé sin personal y sin plata. Cerré radio Cabildeo. Amparito lo sintió muchísimo. Yo también. Lloramos. Pero se cerró. La mayoría de mi personal –excepto María– se fue a trabajar con Jeanine. Yo quedé sola, sin presupuesto.
A partir de ahí me dediqué solo a las redes, sin espacio físico, sin radio. Ahora hago mis programas desde mi cocina. Y ha sido fantástico. Ese ha sido el factor que salvó al periodismo. La primera línea se quedó sin trabajo con Evo Morales: perseguidos, sin trabajo, en listas negras, sin posibilidad de conseguir empleo ni publicidad. Nos sacaron. Pero aparecieron las redes, liberadoras. Ya no necesitamos al gobierno ni a los patronos, solo al público. Cada quien armó su trinchera. Resistimos 20 años así. Los mejores programas hoy no están en los canales tradicionales, sino en las redes.
La prensa no debería recibir publicidad estatal. Si no, ¿cómo vamos a investigar a las autoridades? ¿Cómo denunciar corrupción y errores? Si te ponen publicidad, comprometes. Por suerte, nadie me puso publicidad. Viví del aporte de quienes seguían Cabildeo. Es una nueva forma de encarar el periodismo.
He estado pensando qué me entristeció en estos casi 50 años –el próximo años 2028 cumpliré 50 años de periodismo–. ¿Qué me entristeció? No fueron los diodatos ni las mafias chinas ni las mafias policiales. Al contrario: con mi reportaje “Policías y ladrones” gané el premio Rey de España.
Lo que me entristeció profundamente fue un fallo del Tribunal de Ética de mi propia Asociación de Periodistas. Mi adorada Asociación. Un fallo que decía que soy mentirosa, por un artículo donde afirmo que Marcelo Arce Mosqueira, hijo del expresidente Luis Arce, es el jefe de facto de Yacimientos. Presenté pruebas, pasajes, grabaciones. Pero ocurrió una nube negra y concluyeron que era mentirosa y que no consulté a la contraparte. Como si Marcelo Arce fuera una “contraparte” disponible. ¿Uno va a llamarlo y preguntarle si está robando con los rusos? (risas).
Después del fallo, todos los medios se pusieron a buscar al hijo de Arce. Ahora la policía también lo busca. Y ni mis colegas ni la policía lo encuentran. Menos yo lo iba a lograr. Me dolió. Pero no hay como el tiempo para poner las cosas en su lugar: si quieren investigar Yacimientos, tienen que ir a la empresa Chaco, octavo piso. Ahí tenía Marcelo Arce su oficina. Desde ahí trabajaba, conspiraba y robaba. Desde ahí se hizo Botrading. Y yo lo dije primero (aplausos).
Quiero dedicar este premio –ustedes dirán, a mi hijo José Manuel; no, a José Manuel le dedico mi vida, esta y la futura– y también le dedico mi vida a mi Kiara, que es el cordón umbilical que me ata a la vida. No, quiero dedicarle este gran premio a las lágrimas de las madres que han enterrado a sus hijos. En los últimos cinco años, 419 chicas han sido asesinadas de forma brutal. No puedo imaginar el dolor de esas madres recibiendo el cuerpo destrozado de sus hijas.
En Gaza, 70.000 personas han sido asesinadas. Todas tienen madre. Las madres ni siquiera pueden enterrarlos. Los judíos también lloran: 1.200 jóvenes asesinados en un concierto, 251 rehenes, pocos retornados con vida. Las madres esperan al menos el cuerpo, y reciben cuerpos ajenos.
En Ucrania, entre rusos y ucranianos, miles de jóvenes soldados y civiles han muerto. Madres rusas despiden a hijos con uniforme impecable y los devuelven una bolsa negra, de 18 o 19 años.
Entre 2024 y 2025, 275 periodistas fueron asesinados. La mayoría en Gaza. También tienen madres que los lloran. En México, 19 periodistas asesinados en dos años. Llegan a su casa, ponen la llave en la puerta, pasan los narcos, veinte disparos. Esas madres también lloran.
Creo que las lágrimas de esas madres deben sensibilizarnos. Deben marcar la pauta de nuestro trabajo periodístico. Para eso estamos. Y este gran premio es para ellas.
Muchas gracias.