Si llevamos en el bolsillo tecnología capaz de conectarnos con el mundo, ¿por qué no usarla también para transformar la ciencia, la producción y el desarrollo del país?
Brújula Digital|01|12|2025|
María Mercedes Roca
Bolivia suele creer que vive lejos de la tecnología global, pero nuestra realidad cotidiana demuestra lo contrario. Hoy cualquier boliviano puede pagar un chicle con un código QR a la cholita de la esquina, mandar su ubicación por WhatsApp o preguntarle a ChatGPT algo que antes solo podía responder un especialista.
Hemos adoptado la tecnología digital con una velocidad sorprendente, incluso más rápida que la capacidad de nuestras instituciones para actualizarse.
Paradójicamente, seguimos discutiendo biotecnología, como si estuviéramos en los años noventa. Mientras volvemos a debatir, una vez más, si debemos usar o no transgénicos, el resto del mundo avanza a un ritmo que ya no es de vértigo, sino de rayo láser.
Limitar la conversación científica a la biotecnología de hace treinta años es como insistir en un BlackBerry cuando el planeta ya usa un iPhone 17. La verdadera transformación del siglo XXI no es solo biotecnológica: es convergencia BioDigital.
Este concepto -que integra biotecnología, inteligencia artificial y datos digitales- está revolucionando la ciencia y la industria.
La biotecnología global vive un giro histórico impulsado por la IA. Gigantes tecnológicos, como Google, Amazon o Tesla, junto a universidades y miles de startups, están diseñando enzimas industriales, creando microorganismos que regeneran suelos, desarrollando terapias avanzadas, protegiendo cultivos y produciendo biocombustibles y biomateriales.
Lo extraordinario es que la IA puede predecir y diseñar soluciones biológicas antes de realizar un solo experimento en laboratorio. Esto ocurre porque la biología se ha convertido en un sistema de información basado en secuencias genéticas, imágenes celulares, datos de microbiomas y millones de registros que la IA analiza con una precisión sin precedentes.
Para países con recursos limitados, esta revolución es una oportunidad única. Pero antes de aprovecharla debemos formar mejor a nuestros estudiantes, fortalecer su curiosidad científica y darles las bases necesarias para usar la IA con criterio.
Lo alentador es que el aprendizaje puede avanzar en paralelo. Incluso desde universidades públicas, como la Universidad Gabriel René Moreno en Santa Cruz -con limitaciones conocidas, pero con una voluntad enorme- los jóvenes ya utilizan herramientas digitales que antes parecían inalcanzables.
Por primera vez, hacer ciencia de alto nivel no exige laboratorios millonarios: basta una buena formación, una laptop y acceso a internet. Esta es la verdadera democratización del conocimiento, la domesticación de herramientas tecnológicas puestas al servicio del desarrollo.
Bolivia, lejos de estar rezagada, posee ventajas estratégicas. Somos parte de la Amazonía, uno de los ecosistemas más biodiversos del mundo; vivimos en una región donde emergen enfermedades de plantas, animales y humanos; contamos con una agricultura diversa y dinámica; y disponemos de una biodiversidad microbiana con valor científico inmenso.
A ello se suma una generación joven que piensa en digital, vive conectada y conversa diariamente con la IA.
La Convergencia BioDigital nos permite articular nuestra biodiversidad y nuestra capacidad productiva con las herramientas que el mundo está creando: algoritmos de diseño biológico, biología sintética, modelos predictivos y laboratorios virtuales.
Es una oportunidad extraordinaria para regenerar suelos, mejorar semillas, enfrentar plagas, modernizar la agricultura, crear emprendimientos biotecnológicos y posicionarnos en la bioeconomía global.
Aprovechar plenamente esta era exige actualizar nuestra legislación. Bolivia necesita una ley de bioeconomía circular que incluya biología sintética, inteligencia artificial, datos digitales, bioseguridad, ética y justicia social, e incorpore el enfoque de Una Sola Salud, que reconoce que la salud humana, animal, vegetal y ambiental forman un solo sistema interdependiente.
No podemos regular la biotecnología del siglo XXI con criterios del siglo pasado. La nueva bioeconomía debe ser predictiva, sostenible, inclusiva e innovadora, pero también profundamente digital.
La inteligencia artificial no es un fantasma que deba asustarnos. Es una herramienta poderosa, tan cercana como lo fue WhatsApp, cuando apareció, o como lo es hoy pagar con QR.
Podemos aprender a usarla para mejorar la agricultura, proteger la biodiversidad, innovar en salud y transformar industrias completas.
Bolivia, sin darse cuenta, ya vive en el futuro. Solo falta que nos atrevamos a decirlo en voz alta y actuar en consecuencia.
Si llevamos en el bolsillo tecnología capaz de conectarnos con el mundo, ¿por qué no usarla también para transformar la ciencia, la producción y el desarrollo del país?
María Mercedes Roca es Ph.D. de Gainesville, Universidad de Florida.