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Política | 20/12/2025   07:45

OPINIÓN|“Lavar la cara” de Bolivia: una tarea urgente|Andrés Guzmán|

Implica reconstruir confianza, desmontar prejuicios y reinsertar al país en las corrientes comerciales, financieras, culturales y tecnológicas de manera positiva y sostenible.

Detalle de la infraestructura de la Cancillería de Bolivia. Foto ABI. Archivo.
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Brújula Digital|20|12|2025|

Andrés Guzmán 

El gobierno de Bolivia, encabezado por Rodrigo Paz, ha planteado una reorientación clara de la política exterior, enfocándola en el objetivo prioritario de superar la crisis económica que atraviesa el país. 

En este nuevo enfoque, la diplomacia deja de ser un instrumento de proyección ideológica para convertirse en una herramienta estratégica al servicio del desarrollo nacional, priorizando la atracción de capitales, la promoción del turismo, la apertura de mercados para los productos bolivianos y la generación de proyectos de cooperación basados en la transferencia de tecnología, la innovación y el valor agregado.

Este giro, sin embargo, se produce sobre antecedentes internacionales claramente desfavorables. 

Si bien es cierto que, en sus inicios, el gobierno de Evo Morales proyectó una imagen positiva de Bolivia -al haber llegado al poder con un respaldo inédito en la historia democrática del país y convertirse en el primer presidente indígena de una nación que históricamente había marginado a los pueblos indígenas de las decisiones de Estado-, esa percepción fue deteriorándose progresivamente hasta tocar fondo en la gestión de Luis Arce.

De hecho, uno de los principales activos de imagen internacional de los primeros años del MAS fue justamente el desempeño económico. 

Entre 2006 y 2014, Bolivia registró tasas de crecimiento elevadas y acumuló reservas internacionales que alcanzaron niveles récord, alimentando el relato de un supuesto “milagro económico”.

Sin embargo, con el paso del tiempo quedó claro que este desempeño respondía en gran medida al ciclo excepcional de altos precios de las materias primas, particularmente del gas y los minerales.

Cuando estos precios comenzaron a caer, el modelo reveló rápidamente sus límites: el gobierno recurrió al endeudamiento para sostener el gasto público, las reservas se erosionaron y, pocos años después, la estabilidad macroeconómica se desmoronó.

Paralelamente, la imagen internacional favorable se fue deteriorando con la revelación de una serie de escándalos, que no solo avergonzaron a sus principales protagonistas sino al país en su conjunto.

Esos escándalos terminaron por eclipsar los logros iniciales del MAS y proyectaron hacia el exterior una reputación profundamente dañada del Estado boliviano, cuyos efectos persisten hasta hoy.

Consciente de este legado, la Cancillería ha definido como uno de sus ejes centrales la reconstrucción del prestigio internacional de Bolivia. En este primer mes de gobierno se han dado pasos relevantes para recomponer relaciones bilaterales deterioradas, normalizando vínculos con países clave del hemisferio como Estados Unidos, Argentina, Perú, Paraguay, Ecuador y El Salvador, además de otros actores relevantes.

Este esfuerzo inicial ha permitido restablecer canales de diálogo y enviar señales de apertura y previsibilidad.

No obstante, la tarea es considerablemente más compleja. Durante los últimos veinte años, Bolivia fue percibida recurrentemente como un narcoestado, a raíz de la descertificación estadounidense, las reiteradas incautaciones de droga boliviana en el exterior y los informes de organismos internacionales que alertaron sobre la presencia de estructuras criminales vinculadas al narcotráfico dentro del país, minando severamente la confianza internacional.

En el ámbito ambiental, la reputación del país también se deterioró. Pronunciamientos de tribunales ambientales internacionales y los datos de organismos especializados situaron a Bolivia entre los países con mayor pérdida de bosques primarios tropicales del mundo, especialmente en regiones como Santa Cruz y Beni, lo que puso en entredicho las políticas de uso de suelo, el modelo agropecuario y la estrategia energética nacional.

A ello se sumó una imagen de corrupción estructural, reforzada por evaluaciones internacionales que ubicaron a Bolivia como el segundo país más corrupto del mundo, solo superado por la República Democrática del Congo, con efectos directos sobre la inversión extranjera, el financiamiento externo y la credibilidad institucional.

Finalmente, se consolidó una percepción de autoritarismo y deterioro de los derechos humanos. Diversas instituciones especializadas denunciaron la existencia de cerca de tres centenares de presos políticos, la falta de aplicación de estándares internacionales como el Protocolo de Estambul y las Reglas Nelson Mandela, así como la ausencia de independencia del poder judicial y un clima de polarización que afectó la democracia, el Estado de derecho y la libertad de expresión.

Este conjunto de factores fue el resultado de dos décadas de un progresivo asalto al Estado, disfrazado de políticas socialistas y combinado con una retórica antiimperialista confrontacional que aisló a Bolivia del mundo occidental, redujo su margen de maniobra internacional y limitó severamente sus oportunidades de inserción económica.

En este contexto, la reconstrucción del prestigio internacional no es un objetivo accesorio, sino una condición indispensable para el éxito de la nueva política exterior. 

El desafío del gobierno de Rodrigo Paz consiste en reposicionar a Bolivia como un actor creíble, confiable y previsible, capaz de ofrecer reglas claras, estabilidad institucional y visión de largo plazo.

Bolivia debe volver a proyectarse no desde la confrontación ideológica, sino desde sus fortalezas reales: su riqueza cultural y diversidad, sus vastos recursos naturales, su centralidad geográfica en Sudamérica y, sobre todo, la calidad humana de su gente y su hospitalidad. “Lavar la cara” de Bolivia ante el mundo- en el sentido diplomático del término- implica reconstruir confianza, desmontar prejuicios y reinsertar al país en las corrientes comerciales, financieras, culturales y tecnológicas de manera positiva y sostenible. Esa es, probablemente, la primera y más urgente tarea de la diplomacia boliviana en esta nueva etapa.

Andrés Guzmán es diplomático de carrera.




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