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Política | 14/12/2025   23:51

|OPINIÓN|La “diplomacia de los pueblos", el legado maligno del "proceso de cambio"|Arturo Gonzalo De la Riva|

Fue una accionar extraviado, errático, torpe, estridente e irreverente con la cultura global, dirigido a ciegas de la realidad internacional. La diplomacia de los pueblos es el legado maligno del proceso de cambio. Afortunadamente hoy Bolivia ve el mundo y el mundo ve a Bolivia.

Edificio de la Cancillería de Bolivia. Foto ABI. Archivo.
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Brújula Digital|15|12|2025| 

Arturo Gonzalo De la Riva 

Producto del rencor suicida y del progresismo internacional, los operadores del proceso de cambio, vociferaron lo que denominaron como diplomacia de los pueblos.  Una diplomacia pública que no solo destrozo en absoluto el Ministerio de Relaciones Exteriores, sino, lo que es peor, negó la existencia de una carrera diplomática institucionalizada, la misma que se construyó por lo menos desde el año 2004. Estos factores llevaron a Bolivia a las más significativas derrotas de la historia de la política exterior y la diplomacia bolivianas, ya que supusieron un aislacionismo provinciano, que se alió con países de dudosa reputación y de tradición totalitaria.

La autodenominada diplomacia de los pueblos está reflejada en una memoria de la propia Cancillería plurinacional, que reconocía, sin darse cuenta, que el accionar externo en la época del “proceso de cambio” fue improvisado e incoherente, al confesar: () Hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos (...) y a veces, porque amamos lo que hacemos, inclusive nos inventamos cómo hacerlo (En cancillería Somos así, Memoria 2021-2022: 173). 

Esas afirmaciones son parte de las razones por las cuales se perdió la demanda marítima boliviana en la Corte Internacional de Justicia y se produjo la derrota en la controversia sobre los recursos hídricos del Silala, ante esa misma magistratura, en La Haya. Fueron procesos erróneos en la forma y en el fondo, provocados por los operadores del “proceso de cambio, que se obstinaron en no ver los antecedentes históricos de la Cancillería, sobre estos tópicos, improvisando de forma insensata estas demandas por intereses de política doméstica.    

Bolivia, con los regímenes del proceso de cambio, vivió un periodo de híper ideologización de su política exterior, sin que haya primado la soberanía. En los más de los casos, la toma de decisiones sustantivas se realizó fuera de nuestras fronteras o fue digitada por potencias ajenas a los intereses del Estado. Muchas potencias y hasta figuras políticas en el plano internacional cometieron actos de injerencia flagrante en Bolivia.

Del cumulo de falacias, vertidas por la “diplomacia de los pueblos, una de las más aberrantes, fue la visión que se decía anticolonial o descolonizadora –los progresistas emulan el discurso de la guerra cultural como propio de las etnias– como construcción de identidades de minorías marginadas, de los pueblos indígenas y/o originarios, cuando, en realidad, estas visiones se originaron en el centro político y económico del capitalismo salvaje. 

En efecto, los movimientos de las minorías se originaron en la defensa de los derechos civiles de Martin Luther King, en 1960, y en el movimiento de Francia, en mayo de 1968, mismos que surgieron en el centro capitalista del mundo. Por lo tanto, lo que hacía el proceso de cambio, con la diplomacia de los pueblos, era neocolonialismo, copiando del centro, la construcción de identidad de las minorías vulnerables en la periferia indígena. 

El multiculturalismo del supuesto vivir bien no tenía su origen en los pueblos indígenas, en realidad era una expresión más de las pulsaciones de identidad de () la población francófona de Quebec” (Identidad, F. Fukuyama, 2019: 161) en Canadá, que también copió el proceso de cambio con muy poco éxito, pues Bolivia ha demostrado ser mestiza antes que indígena y ser República antes que Estado Plurinacional. 

La “diplomacia de los pueblos, que se jactaba de ser pacifista, actuó absteniéndose de censurar acciones bélicas, como la invasión de Rusia a Ucrania, transparentar los procesos electorales; o no dejar que la ONU actué en materia de derechos humanos en Venezuela y Nicaragua.

No condenó las acciones de los grupos terroristas Hamas y Hezbollah en contra de Israel; cerró los ojos ante la violación de derechos humanos en China y contra las mujeres en Irán, y fue indiferente con el uso de armas químicas en contra de niños en la Siria de Bashar al-Assad, entre muchos otros actos, muy distantes de buscar el pacifismo y respetar los derechos humanos. El proceso de cambio vivía una esquizofrenia entre su retórica y el cómo actuaba.  

La diplomacia de los pueblos era maniquea y tenía doble racero y doble moral. Su visión sobre ideologizada y dogmática la hacía ver el mundo en función de amigos y enemigos, y no de intereses. De allí, se sumó a los BRICS por su pasión por un bloque contestatario a occidente, actuó sumisamente en el Alba y apoyó fanáticamente a Palestina, al grado de romper relaciones con Israel en dos ocasiones. 

Juan Evo Morales continuará la decisión de ingresar al Mercosur, no por buscar la integración comercial estratégica en ese bloque, sino por la solidaridad que le dieron los presidentes del Mercosur tras su incidente en Europa con la detención de su avión en Viena, Austria, luego de que le negaron volar por espacios aéreos de ese continente, ante la sospecha de que brindaba ayuda a Edward Snowden. 

La diplomacia de los pueblos también ha dejado al país al margen de la integración de los corredores bioceánicos que, en un pasado, incluían a Bolivia en sus diseños, pero que, posteriormente, buscaron alternativas por el norte y el sur de la subregión, excluyendo a Bolivia, bloqueada, por los movimientos sociales del mismo proceso de cambio. Ni qué decir de la incapacidad de consolidar Puerto Bush para hacer de la hidrovía Paraguay-Paraná nuestra conexión al Océano Atlántico. 

La diplomacia de los pueblos dejo a Bolivia aislada del mundo globalizado, sumida en su dogma ideológico anticivilizatorio, anticapitalista y antioccidental, desinstitucionalizando hasta la medula la política exterior boliviana, absolutamente derrotada en lo sustantivo. 

Además, se alió a esquemas teocráticos, dictatoriales, terroristas y al crimen internacional organizado. Fue una accionar extraviado, errático, torpe, estridente e irreverente con la cultura global, dirigido a ciegas de la realidad internacional. La diplomacia de los pueblos es el legado maligno del proceso de cambio. Afortunadamente hoy Bolivia ve el mundo y el mundo ve a Bolivia.      

Arturo Gonzalo De la Riva es diplomático de carrera.



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