Gobernabilidad y pluralismo no son opuestos, sino los dos pilares sobre los que Bolivia deberá reinventar su futuro parlamentario. El reto –coincidieron los participantes– es volver a hacer del Parlamento el corazón ético y deliberativo de la democracia.
Brújula Digital|19|11|25|
Diálogos al café Marcos Escudero
Con la participación de Roberto Moscoso, exdiputado y actor clave en la modernización del Congreso, y Érika Brockmann, exsenadora y analista política, Diálogos al Café Marcos Escudero abordó una pregunta de fondo: ¿cómo reconstruir gobernabilidad y concertación en medio de una crisis de partidos y debilitamiento institucional?
Hubo coincidencia en que la democracia boliviana atraviesa una etapa crítica institucional, donde la representación política ha perdido densidad y sentido histórico. La discusión se centró en la necesidad de un Parlamento capaz de deliberar, fiscalizar y construir consensos en medio de la fragmentación y la desconfianza social.
Del Congreso institucional al Parlamento corporativo
Roberto Moscoso expuso tres etapas de la evolución parlamentaria. La primera –el Congreso de los partidos– se fundaba en la militancia orgánica, la presencia de cuadros profesionales y el peso de la ideología. Era, dijo, “la universidad de la política”, donde el debate fortalecía la experiencia y la institucionalidad. Esa fase consolidó la democracia pactada que dio estabilidad entre 1982 y 2005.
La segunda etapa, iniciada con el Estado Plurinacional, impuso hegemonía sobre deliberación. El MAS concentró el control legislativo, redujo la pluralidad y subordinó la fiscalización al Ejecutivo mediante reformas reglamentarias que debilitaron las comisiones y el debate. La representación política cedió espacio a la corporativa; la meritocracia fue desplazada por las lealtades.
Según Moscoso, Bolivia ingresaría ahora en una tercera etapa: un Parlamento fragmentado, sin partidos orgánicos ni identidad programática, donde predominan alianzas coyunturales y liderazgos locales. La debilidad de los partidos –advirtió– erosiona tanto la calidad del debate como la continuidad de las políticas públicas.
Las intervenciones posteriores reforzaron esta lectura al recordar que había mayor fortaleza institucional cuando las minorías tenían presencia real en directivas y comisiones. Pero la apertura a agrupaciones ciudadanas sin estructura terminó disolviendo la responsabilidad partidaria. El consenso fue que, sin reglas estables ni cultura democrática, ningún modelo político puede sostener una representación eficaz.
Reformas pendientes y reconstrucción de la concertación democrática
Érika Brockmann retomó la historia desde el ángulo normativo. Recordó que la “democracia pactada” no fue un arreglo de élites, sino un sistema de equilibrio entre mayorías y minorías sustentado en la regla de los dos tercios. Ese principio –dijo– fue vulnerado cuando se modificaron los reglamentos para sustituirlo por mayorías simples, debilitando el consenso y la legitimidad del proceso legislativo.
Brockmann describió cómo la hegemonía del MAS consolidó una relación tóxica entre corporativismo y representación: las organizaciones sociales pasaron de interlocutoras a controladoras del poder político. El voto uninominal y las circunscripciones especiales, concebidos para ampliar inclusión, terminaron distorsionando la proporcionalidad y debilitando a los partidos.
A partir de estas reflexiones, el diálogo se orientó hacia los desafíos estructurales del sistema político. Se debatió sobre el equilibrio entre Ejecutivo y Legislativo, la nueva conformación del Senado tras la Constitución de 2009 y la dispersión derivada de las autonomías. Moscoso y Brockmann coincidieron en que la gobernabilidad no puede sostenerse sobre la fragmentación y que el Parlamento debe recuperar autoridad frente al Ejecutivo.
Las reformas futuras –afirmaron– deben abordar tres frentes:
Se propuso avanzar hacia una “democracia pactada moderna”, donde la negociación sea expresión de madurez política. Recuperar la independencia de criterio y la calidad del debate es, concluyeron, condición esencial para restaurar la confianza pública en las instituciones.
Consideraciones finales reconstruir la política desde el parlamento
El evento cerró con una certeza compartida: el Parlamento no es un vestigio del pasado, sino el termómetro de la salud democrática. Sin partidos fuertes ni deliberación plural, la política se reduce a mera administración del poder. Pero un Legislativo sólido –capaz de legislar, fiscalizar y representar– puede volver a ser el espacio donde se reconstruya la confianza ciudadana y se recupere la cultura del acuerdo.
Gobernabilidad y pluralismo no son opuestos, sino los dos pilares sobre los que Bolivia deberá reinventar su futuro parlamentario. El reto –coincidieron los participantes– es volver a hacer del Parlamento el corazón ético y deliberativo de la democracia.