La relación entre sexo y política debe ser pública, pues entre sus sábanas se manejan los recursos del país. Tanto Arce como Morales se convierten en cuerpos públicos que encarnan, simultáneamente, el placer del poder, su caída moral y su falta de reconocimiento ante el agravio.
Brújula Digital|06|11|25|
Patricia Chulver
La imagen de Brenda Lafuente, exdirectora de la Autoridad Jurisdiccional Administrativa Minera (AJAM), cargando un bebé, frente a la Casa Grande del Pueblo, para notificar a Luis Arce Catacora por un proceso de asistencia familiar, simboliza un sistema político que, en nombre de la democracia popular, ha gobernado 20 años desde el clientelismo, la instrumentalización del deseo y la ausencia de responsabilidad, tanto en lo personal como en lo institucional.
La denuncia por paternidad y abandono durante el embarazo tomó un nuevo giro cuando el mandatario ofreció el 10% de su salario mensual (Bs 2.635,30) como asistencia familiar provisional, cifra rechazada por la denunciante. Aunque la prueba de ADN se demoró por la ausencia del Presidente, el caso sigue en curso, al igual que las solicitudes de “caso de corte” por presuntas irregularidades en el nombramiento de Lafuente.
El periodista Ramón Grimalt señaló que esta administración se caracteriza por negar la crisis política, el colapso económico y los casos de corrupción, incluido el involucramiento de los hijos del Presidente. Asumir o no una responsabilidad expresa un rasgo cultural que, desde lo íntimo hasta lo social, se reproduce en todos los niveles del poder. Por ello, hoy toca desnudar la sexualidad desde la estética y la narrativa que se practica en la cultura boliviana.
Byung-Chul Han recuerda que “el amor se positiva hoy como sexualidad sometida al dictado del rendimiento; el sexo es rendimiento y la sensualidad, un capital que debe aumentar”. Así, el poder y la sexualidad han sido interpretados desde lo bello, lo feo y lo sublime: es la cultura la que determina la estética que de ello resulta.
El análisis de ocho publicaciones recientes de medios como Opinión, Bolivia.com, Kawsachun Coca, Visión360.bo y El País muestra una estética mediática de la vergüenza política, donde el cuerpo del menor, la ausencia de Arce y la cifra ofrecida simbolizan el desbalance moral del poder. Se invita al público a ver el escándalo como una intimidad rota y también como la fractura del pacto entre poder y moralidad pública.
Si vemos el caso como una representación de las patologías estructurales del sistema político, este tratamiento encarna una “estética del yo proyectada en el poder”, en la que la falta de reconocimiento trasciende lo personal y se convierte en espejo del narcisismo estatal. Una metáfora de la lógica relacional en la que el Estado evade el reconocimiento social –no cuida, no repara, no asume–, donde el otro –hijo, mujer o pueblo– existe solo en función del yo central del poder.
Esta estética no solo desnuda a Arce Catacora, sino también al pueblo. El narcisismo estructural no es solo del líder, sino del vínculo entre líder y ciudadanía; una relación de espejo donde ambos se necesitan para sostener su identidad moral.
La popularidad de un Presidente cambia el encuadre mediático. En los años de alta aprobación de Evo Morales, la prensa exaltaba su “energía” y “sencillez campesina” como atributos de una masculinidad heroica. Sin embargo, cuando surgieron los escándalos amorosos y sus denuncias de estupro, esa narrativa se transformó en controversia moral, un desplazamiento típico del populismo carismático latinoamericano, como plantea Francisco Panizza.
Para las bases de Morales, el abuso solo existe si viene “desde afuera”. Los abusos cometidos por las interdicciones de la DEA en los 80 y 90 en el Chapare –sin negar su existencia– revelan una cultura que no reconoce el abuso propio, porque forma parte de la cotidianidad estructural e incluso se celebra como virilidad.
Leonardo Loza es ejemplo de ello cuando afirma: “Al menos a Evo no le venían con el hijo en el brazo hasta la Casa Grande... Si eso ocurría en su periodo hubiera sido escándalo internacional”.
Contrario al planteamiento de la saliente Ministra de Justicia –que sostiene que los escándalos sexuales de Arce son un tema personal–, la relación entre sexo y política debe ser pública, pues entre sus sábanas se manejan los recursos del país. Tanto Arce como Morales se convierten en cuerpos públicos que encarnan simultáneamente el placer del poder, su caída moral y su falta de reconocimiento ante el agravio. Fenómeno compartido con otros líderes como Donald Trump, hallado responsable de abuso sexual y vinculado con Jeffrey Epstein, o con el escándalo peruano sobre redes de prostitución política.
Estudios recientes muestran que los seguidores de Trump presentan rasgos de la tríada oscura –narcisismo, psicopatía y maquiavelismo– (Neumann et al., 2025; Pettigrew, 2017). ¿Qué revelaría un estudio similar sobre la identidad política del evismo?
Para que exista el utilitarismo sexual –no confundir con relaciones de manipulación o grooming– debe haber una cultura que lo perpetúe desde las sombras. Esto se refleja hoy en empleadas públicas que recurren al embarazo para conservar su cargo. No es mi posición emitir juicio; son producto de una estructura perversa que a menudo no deja opciones.
En este mismo sentido, la denuncia de una mujer que, a riesgo de ser estigmatizada, evidencia algo que como sociedad ya concebimos: el abandono de mujeres embarazadas y las amenazas de sextorsión persisten como ecos reprimidos dentro y fuera de las paredes del Estado.
¿Y a ti, alguna vez te ha pasado? A mí sí. Pero sobre esto, aún queda mucha más tela que cortar.
Patricia Chulver es analista sobre cuerpo, poder y memoria en América Latina.