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Política | 05/11/2025   02:00

|ANÁLISIS|Rodrigo Paz: las claves del triunfo y la posibilidad de un nuevo ciclo estatal|Hugo San Martín|

En todos los casos previos, el nuevo ciclo surge cuando una clase dirigente logra equilibrar –aunque sea temporalmente– cuatro elementos: imaginación, eficiencia, legitimidad e integración.

Rodrigo Paz, presidente electo de Bolivia. Foto RRSS Rodrigo Paz.
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Brújula Digital|05|11|25|

Hugo San Martín

Tras casi dos décadas de un orden político constituido alrededor de la contradicción masismo Vs antimasismo, el electorado boliviano llegó a 2025 cansado de la corrupción y urgido por la crisis económica, traducida en lo cotidiano en la escasez de gasolina y dólares. 

En ese punto de hartazgo, Rodrigo Paz y Edmand Lara lograron encarnar una promesa distinta: reconstrucción sin revancha, inclusión sin populismo, orden sin autoritarismo. Su victoria no fue un mero vuelco aritmético: redefinió el centro político y recolocó lo nacional–popular en un registro democrático, desplazando al MAS como intérprete exclusivo de ese imaginario.

Las claves del triunfo

Ninguna encuesta o analista anticipó que Rodrigo Paz llegaría a la Presidencia. La lógica electoral parecía cerrada: la polarización y la estructura del voto hacían prever una segunda vuelta entre Tuto Quiroga y un candidato del MAS, probablemente Andrónico Rodríguez.

La estrategia diseñada por el asesor de Tuto Quiroga –Jaime Durán Barba– respondía a ese cálculo: eliminar competidores de centro (primero Manfred Reyes Villa, luego Samuel Doria Medina) mediante una guerra sucia destinada a radicalizar el voto moderado y dejar a Quiroga frente al adversario ideal, el masismo. Pero la realidad, como tantas veces, desbordó la estrategia.

Tal vez el único error –pero fatal–, atribuible al ecuatoriano, fue no advertir que el núcleo de votantes que rechazaba a la derecha tradicional encontró un cauce inesperado en Rodrigo Paz. En términos estrictos, la ingeniería electoral de Quiroga produjo su propio sustituto. La campaña negativa que debía asegurar su victoria construyó las condiciones para la emergencia de su competidor más eficaz. Como popularmente se dice: “el diablo no sabe para quién trabaja”.

Desde la teoría, Clausewitz lo denominó como “la niebla de la guerra”, ese espacio de azar e incertidumbre donde las estrategias se desvanecen ante lo imprevisto. También lo reconoce Max Weber al definir la vocación política como un equilibrio entre cálculo y fortuna. De la misma forma Isaiah Berlin, quien, mencionando a Maquiavelo, afirma que “la historia y la política están hechas de contingencias más que de leyes”, y que los grandes estadistas y estrategas son quienes saben transformar lo contingente en oportunidad.  

El triunfo de Paz pertenece a esa zona de indeterminación que todos estos pensadores reconocen: no fue el resultado de un plan perfecto, sino de una interacción entre cálculo, error y fortuna, donde el azar abrió una grieta que solo quien tenía la sensibilidad del momento supo ocupar. 

La efectividad de la guerra sucia

Quiero profundizar en el tema de la guerra sucia porque, en los meses de este último proceso electoral perdí a varios amigos, no solamente porque se convirtieron en fanáticos e intolerantes “Tutolovers”, sino porque asumieron posiciones de creyentes, defensores y de difusores extremistas de las mentiras que se difundían. 

En 2018 publiqué el libro La guerra híbrida rusa sobre occidente, en el que, entre otros temas, demostraba cómo el ciberespacio se ha convertido en el escenario preferido de las nuevas formas de conflicto basadas en los ciberataques y la manipulación de la información a través de internet y de las redes sociales.

El desarrollo de las tecnologías digitales facilita estas acciones haciendo que su prevención y respuesta resulten cada vez más complejas.

Hoy, la batalla se libra en la mente de las personas, generando desconfianza y erosionando lealtades. Se trata de una guerra cognitiva, en la que se lanzan ataques destinados a influir en la opinión pública mediante mensajes simples, diseñados para ser asimilados sin análisis crítico por quienes los leen y comparten. A partir de ahí se modifica la percepción, porque cuando cambia la percepción, cambia la actitud. Es una guerra silenciosa y soterrada, cuyo campo de batalla ya no es económico ni militar, sino el mental y lo cultural. 

¿Cómo ocurre este proceso?

Hannah Arendt describió el terreno psicológico que hace posible la irrupción del autoritarismo en contextos de incertidumbre y ansiedad social.

Theodor Adorno definió la personalidad autoritaria como una estructura latente que valora el orden, la homogeneidad y la obediencia.

Y en la literatura contemporánea –por ejemplo con Karen Stenner– se ha demostrado que en toda sociedad existe una predisposición autoritaria activable cuando las personas perciben una amenaza plural, refugiándose en la uniformidad o el orden.

Por eso, el comportamiento político reciente puede entenderse como la activación de esa predisposición en sectores sometidos a alta complejidad social, volatilidad económica y sobrecarga informativa. En ese ambiente, la simplificación conspirativa resulta irresistiblemente efectiva: El atractivo emocional de una teoría conspiranoica reside en su simplicidad.

En síntesis, muchos de mis antiguos amigos luchaban contra el autoritarismo del MAS, pero no por ello eran demócratas. Combatían una forma de dominación sin advertir que estaban replicando otra, nacida del miedo, la desconfianza y la necesidad de certezas absolutas. Así funciona la guerra hibrida y reitero: esta guerra cognitiva no conquista territorios, conquista mentalidades.

¿Un nuevo ciclo estatal?

Superado el proceso electoral, y a pocos días del inicio del gobierno de Rodrigo Paz, se abre un periodo interpretativo que podría tratarse del nacimiento de un nuevo ciclo estatal o de la prolongación crítica del Estado Plurinacional.

Es que la historia política boliviana puede leerse como una sucesión de ciclos estatales que expresan la manera en que el país reorganiza sus estructuras de poder, la inclusión social y la legitimidad. Cada ciclo surge de una crisis del anterior Estado y establece un nuevo equilibrio con la sociedad y la economía.

Ciclo liberal u oligárquico (1899–1952)

Nace tras la Revolución Federal y consolida un Estado elitista y extractivista, dominado por las oligarquías mineras. Fueron tributarios de este periodo los liberales y republicanos. Se caracteriza por la exclusión indígena, el centralismo y la subordinación al capital extranjero. Su crisis final llega con la Guerra del Chaco, que expone las fracturas del modelo.

Ciclo del nacionalismo revolucionario (1952–1985)

La Revolución del 52 funda el Estado nacional-popular, con el Voto Universal, la Reforma Agraria y la Nacionalización de las minas. Se amplía la ciudadanía y el Estado asume un papel redistributivo y planificador. Fueron tributarios de este ciclo los gobiernos del MNR y los militares que lo continuaron. 

Sin embargo, el desarrollismo estatista y la crisis económica de los años 80 provocan su colapso y abren paso a un nuevo Estado.

Ciclo de la modernidad democrática o neoliberal (1985–2005)

El Decreto 21060 introduce un Estado mínimo y tecnocrático, basado en la estabilidad macroeconómica y la liberalización. La democracia se institucionaliza a través de la lógica del pacto político, importante para la gobernabilidad. Son tributarios de este ciclo los gobiernos del MNR, ADN y MIR, que articulan pactos entre ellos y otras fuerzas menores en un multipartidismo fragmentado. La falta de representatividad y el desgaste del sistema de partidos desemboca en los conflictos sociales de los años 2000 y 2003 que erosionan su legitimidad.

Ciclo del Estado Plurinacional (2006–2025)

Surge de las movilizaciones populares y propone una refundación desde el pluralismo cultural, articulada por el MAS y la Constitución de 2009. El proyecto combina inclusión, redistribución y soberanía, pero deriva en burocratización y concentración de poder. La corrupción, la ineficiencia en el manejo de la economía, la crisis de liderazgo y la fragmentación interna marcan su fase terminal.

¿Nuevo ciclo? (2025–?)

Aún en gestación, se desarrolla en medio de la fatiga del modelo plurinacional y la búsqueda de nuevas formas de legitimidad. El escenario es incierto: el nuevo gobierno podría ser la continuación de la crisis del viejo ciclo estatal o bien la fundación de uno nuevo. Todo dependerá de su capacidad.

En todos los casos previos, el nuevo ciclo surge cuando una clase dirigente logra equilibrar –aunque sea temporalmente– cuatro elementos: imaginación, eficiencia, legitimidad e integración. 

Imaginación política, es decir, la capacidad de reinterpretar el país y ofrecer un nuevo horizonte de sentido compartido.

Eficiencia institucional para transformar ese imaginario en políticas concretas y resultados verificables.

Liderazgo moral, la capacidad de reconstruir confianza y legitimidad social después de cada crisis.

Y, finalmente, la capacidad de integración para articular intereses diversos, llámense sociales, regionales, etcétera.

Estamos frente a la posibilidad de un verdadero cambio histórico. El destino del nuevo gobierno dependerá de su capacidad para equilibrar esos cuatro elementos. Si logra hacerlo, Bolivia habrá iniciado un nuevo ciclo estatal; si no, solo se abra convertido en una etapa más de la crisis del ciclo anterior.

Hugo San Martin Arzabe es abogado constitucionalista, master en ciencias políticas y master en estudios estratégicos y seguridad internacional.



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