cerrarIMG-20250923-WA0008IMG-20250923-WA0008
Brujula Digital BancoSol PDF 1000x155px
Brujula Digital BancoSol PDF 1000x155px
Política | 31/10/2025   02:46

|OPINIÓN|Mañana, Morán, mañana|Raúl Rivero|

Es muy probable que, de aceptar Santa Cruz la orden de ataque de Morán o la propuesta de su inquieto amigo irlandés, la Confederación habría durado un tiempo más, pero no mucho, como el mismo O´Connor advirtió años antes.

Andrés de Santa Cruz . Foto RRSS.
Banner
Banner

Brújula Digital|31|10|25|

Raúl Rivero

“En uno de esos días el capitán general que conversaba mucho en el camino, me dijo: “O´Connor, ya que estamos libres de estas bullas de Arequipa, quiero que me diga usted francamente su parecer sobre la Confederación Peruano-Boliviana que vamos a iniciar ahora en el Congreso que voy a reunir en Sicuani”.  “Mi parecer, señor –le dije–, es que se ha metido usted en un barro del que no saldrá con buen suceso”.  “Eso es –dijo–, siempre con parecer opuesto al mío”.  

“Pero, señor –le respondí–, usted me exige mi parecer, y si yo fuese uno de los que le adulan en todo, podría haberle dicho que su parecer me parecía excelente, sabiendo que el suyo era a favor de la Confederación”.  “Pero, a lo menos –me dijo–, tendrá la bondad de decirme en qué se funda”. 

“Me es muy fácil, señor –le respondí–, en esto me fundo: que para que pudiese tener buen resultado, necesitaba tener cincuenta prefectos y otros tantos comandantes generales, hombres adictos y afectos exclusivamente a la persona de usted, y no tiene sino tres. 

Tiene al general Braun, al general Herrera y a mí, porque somos extranjeros, y no podemos aspirar a más honores ni distinciones que los que hemos adquirido ya, y usted va a constituirse en postillón, corriendo de punto en punto; que cuando los negocios lo llamen al Sur, tendrá noticias de una revolución reventada en el Norte, y así sucesivamente”. Ni más ni menos sucedió como se lo pronostiqué|.

Así rememora en sus memorias el general Francisco B. O´Connor (Recuerdos. Ed. Gonzáles y Medina. La Paz, 1915) la confesión que hizo a Andrés de Santa Cruz respecto a sus reparos por el empeño del segundo en unir a las repúblicas del Perú y Bolivia en una Confederación bajo su mando y de la que se haría nombrar Protector Supremo. 

Más adelante, insiste en sus prevenciones: “El general Santa Cruz era muy sagaz, astuto, instruido y diplomático, y no comprendo cómo no advertía que todo el torrente de la opinión pública estaba en contra de su plan. La ambición, que era su pasión dominante, le tenía alucinado, embriagado del todo”.

Tal como le previno el militar irlandés, Santa Cruz no tuvo prácticamente un día de tranquilidad en su empeño de consolidar y mantener unidos a los dos pueblos, obligado a sofocar continuas rebeliones en uno y otro extremo de la dilatada geografía que abarcaba este ambicioso proyecto en el corazón de Sudamérica. 

Y, para mayor complicación, los recelos que despertó en sus vecinos la creación de un país de tales dimensiones que, de salir adelante, podía convertirse en temible potencia regional, llevó a la Argentina, primero, y luego a Chile, a buscar la manera de desbaratar el sueño de su creador.

En el caso de la Argentina, el hombre fuerte de esa nación, Juan Manuel Rosas, declaró la guerra a la Confederación en mayo de 1837, con el pretexto de la reincorporación de Tarija a esa nación y el supuesto apoyo de Santa Cruz a sus enemigos unitarios –varios de ellos se exiliaron en Bolivia, entre ellos el primero de los Paz chapacos–. Entre mayo y junio de 1838 y en las sucesivas batallas de Montenegro e Iruya, el mariscal Otto Felipe Braun derrotó al ejército argentino, dando así fin a esa contienda.

Con Chile, las cosas fueron más complejas. Ya desde el momento en que se promulgó el Decreto de Lima, el 28 de octubre de 1836, que estableció la Confederación Perú-Boliviana y, a pesar de la despreocupación de varios de sus compatriotas, el ministro de Guerra y Marina, Diego Portales, expresó su alarma ante la unión de esas dos naciones que “serían más que Chile en todo orden de cosas” y que el “tolerarla equivale al suicidio”.

Luego de dos tentativas de provocación fallidas, que buscaban que Santa Cruz sea el que inicie una acción armada contra su país, Portales consiguió que el Congreso declare la guerra a la Confederación el 28 de diciembre de 1836, usando como excusa el supuesto apoyo al expresidente Ramón Freire en su fracasado intento de derrocar al presidente Joaquín Prieto, y la anulación por parte del gobierno confederado del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, firmado con Perú durante la breve presidencia de Felipe Salaverry.

Luego de un primer intento fallido de destruir la armada confederada, a raíz de la muerte violenta de Portales como resultado de un frustrado levantamiento militar –corrió el rumor de que éste fue instigado y financiado por Santa Cruz–, se acabaron las reticencias de quienes aún dudaban de la conveniencia para Chile de destruir la Confederación, por lo que, el 15 de septiembre de 1837 zarparon 23 buques –siete de ellos de guerra– con 3.200 hombres a bordo, al mando del almirante Manuel Blanco Encalada, desembarcando en Islay y tomando luego Arequipa, ciudad en la que confiaban atraer a los que estaban en contra de la unión con Bolivia, cosa que no sucedió. Poco después, fueron rodeados por cinco mil hombres del ejército confederado.

Viéndose acorralado, Blanco Encalada solicitó negociar y, luego de arduas discusiones, se firmó el 17 de noviembre en Paucarpata el Tratado de Paz Perpetua, que libró al ejército invasor de una aplastante derrota y que, más bien, pudo volver a embarcar completo y sin sufrir confiscación de armas y bagajes. 

Estaba por demás claro que Santa Cruz no quería la guerra con Chile. Recuerda O´Connor: “Antes de entrar en Arequipa, el general Santa Cruz me dijo: “Advierto, O´Connor que es el único que está hoy triste en todo mi ejército, después de que hemos celebrado un tratado tan honorífico”.   “¿Cómo no he de estarlo, excelentísimo señor –le respondí–, cuando yo he trabajado más que otro alguno en esta campaña, y ahora viene ese tratado, honorífico sí para nuestros enemigos, cuando podíamos haberles hecho rendir a discreción, desde su general en jefe hasta su último tambor, y usted los deja escapar de nuestras manos, creyendo que el presidente de Chile ha de aprobar ese tratado, ni tratado ninguno con usted, porque es su enemigo personal declarado?”. 

 “!Oh! –me replicó–, ¿no sabe usted, compañero, que estamos en el siglo de la filosofía?”.   “No sé –le dije–, qué tendrá ver la filosofía con su tratado de Paucarpata. Por fin, el tiempo le desengañará, mi general”.

Un mes después, el gobierno chileno, mediante un decreto, desconoció lo firmado en Paucarpata, aduciendo que los negociadores de ese país no tenían facultades para acordar la paz, por lo que el estado de guerra contra la Confederación se mantenía en pie. 

Como primera acción hostil, una escuadra chilena al mando de Carlos García del Postigo bloqueó desde el 1 de mayo de 1838 el puerto del Callao, y 10 de julio partió la nueva expedición invasora con más de cinco mil hombres en veintiséis naves, al mando del general Manuel Bulnes –quien estuvo acompañado por los generales peruanos Gamarra y Castilla, enemistados con Santa Cruz–. 

Para mayor complicación para el Protector Supremo, el 30 de julio, en Lima, el general Orbegoso declaró la separación del Estado Norperuano y asumió su presidencia. Entretanto, la expedición chilena desembarcó en Ancón el 7 de agosto, haciendo caso omiso a las protestas de Orbegoso, que clamaba que el ejército confederado estaba en el sur peruano.

El 21 de agosto, en Portada de Guías, el ejército chileno derrota a las magras fuerzas norperuanas y ocupa Lima, donde Agustín Gamarra asume la presidencia y anuncia que colaborará con la expedición invasora para derrotar a Santa Cruz. Sabiendo que enfrentar al ejército confederado –mucho mayor en número– en la capital peruana sería un grave error, el llamado “ejército restaurador” el 8 de noviembre sale hacia Chancay. 

Dos días después, las fuerzas confederadas entran en Lima sufriendo la censura de sus oficiales por la demora en arribar, afirmando que habían perdido una gran oportunidad para acabar con invasores y sublevados.

Luego de algunas escaramuzas en tierra y mar, que nada deciden, al recibir las preocupantes noticias de que estaría por llegar una división chilena de refuerzo y, peor, habían estallado sublevaciones en Bolivia, a principios de enero de 1939, Santa Cruz se apresura a abandonar Lima en persecución de los restauradores. 

En el puente sobre el río Buin, los confederados dan alcance a la retaguardia enemiga y la escaramuza subsiguiente nada define, para pasar luego a ocupar el pueblo de Yungay, el 13 de ese mes, donde esperan la llegada del grueso de las tropas enemigas.

El 19 de enero y mientras los restauradores se encontraban ordenando sus fuerzas para presentar batalla, preocupado por las deserciones de los generales bolivianos Ballivián y Velasco, el general José Trinidad Morán, viendo la ventaja que el ejército confederado tenía en ese momento, dio la orden de ataque inmediato; empero, Santa Cruz la revocó diciéndole “mañana, Morán, mañana”. 

Sorprendido por tal actitud y con gesto de rabia, Morán insistió, recibiendo la misma respuesta: “mañana, Morán, mañana”. Al día siguiente, las fuerzas confederadas fueron derrotadas totalmente, demostrando una vez más la impericia militar de Andrés de Santa Cruz quien, escapando del campo de batalla, tuvo que buscar la protección de una goleta inglesa que lo llevó a Guayaquil. Nunca más pisaría suelo peruano o boliviano.

Meses antes y al enterarse de la invasión chilena, O´Connor se apresuró a reunir las tropas que tenía bajo su mando en Potosí y emprendió el camino a la población chilena de Copiapó, avisando a Santa Cruz que, al no haber quedado ni un soldado en Chile y “Que si daba la orden de llenar de numerarios las cajas de los cuerpos por mi mando en cualquier punto de la República de Chile que se me indicase, me parecía que sería el único modo que nos quedaba para librarnos de los invasores, quienes sabiendo que su patria estaba ocupada por fuerzas de la Confederación Peruano-Boliviana desde la retaguardia, se apurarían a dejar las costas peruanas y regresar a Valparaíso (…) Y ahora, mi general –agregaba al concluir mi carta–, estando las cosas en este estado, dígnese atender mi consejo franco y sincero: quédese usted en el Cuzco, reuniendo y enviando recursos para su ejército, y deje que Morán y Herrera le den cuenta de los chilenos, porque si vuelve a meterse con ellos, como en Paucarpata, con su filosofía lo volverá a echar a perder todo. 

El capitán general recibió mi carta, y en su contestación me dijo: Que mi diversión estratégica era inmejorable, pero que él contaba con un buen ejército para escarmentar a los insolentes invasores”.

Es muy probable que, de aceptar Santa Cruz la orden de ataque de Morán o la propuesta de su inquieto amigo irlandés –que ya demostró su valía estratégica, por ejemplo, al escoger el campo de batalla de la decisiva acción libertadora de Ayacucho–, la Confederación habría durado un tiempo más; pero no mucho, como el mismo O´Connor advirtió años antes.

Derrotado el protector Supremo y ascendido a la presidencia de Bolivia José Miguel de Velasco, degradó y retiró del ejército a Braun y O´Connor; éste, decepcionado y amargado, se retiró a sus propiedades de Tarija, abandonando para siempre el servicio público. 

Raúl Rivero Adriázola es economista y escritor.



Tags:



BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
Recurso 4
Recurso 4
ArteRankingMerco2025-300x300
ArteRankingMerco2025-300x300