Destaca a un ser humano extraordinario, un gran amigo y un colega siempre dispuesto a ayudar al que lo necesita, y sacar una sonrisa, un abrazo o dar ánimo al que anda desesperado. Descansa en los brazos de nuestro Padre Eterno. Hasta pronto, Gustavo.
Brújula Digital|21|10|25|
Ivan Camarlinghi
De retorno a la patria querida, la semana pasada llamé a nuestro entrañable amigo y colega Gustavo Aliaga para comentar lo que sucede en nuestro país, a propósito de la segunda vuelta. No tuve la fortuna de poder hablar con él ni tampoco contestó mis mensajes por Whatsapp. Pensaba que podía estar muy ocupado en su trabajo de diputado.
Cuando, el pasado jueves en la noche, otro muy buen amigo me dio la infausta noticia. Me quedé sin palabras y muy afectado por el colega al que siempre aprecié mucho; nos unía una amistad de muchos años y siempre lo buscaba en mis breves retornos a Bolivia.
Recuerdo que hace cuatro años, en medio de la pandemia, Gustavo se encargó de organizar un almuerzo como mi bienvenida. Fue algo muy propio de él porque era un colega muy humano y noble hasta en las cosas más simples.
En otro viaje, me lo encontré en la Uyustus y cuando me vio me dijo su acostumbrado; “¿Qué haces aquí, changuito?”. Le dije que venía de Nicaragua para ver a mi papá, que había sufrido un grave accidente. En su siempre elegante sabiduría, me dijo que me preparara para lo peor porque hacía unos meses, su madre había sufrido un accidente similar que después le costó la vida. Gus me vio demacrado, con dolor y, en su forma de ser, me devolvió la esperanza y me sacó una sonrisa, a pesar de la circunstancia.
Así era Gustavo: jovial, alegre, directo, honesto y muy inteligente, además de otras virtudes que muchos de mis colegas han destacado en diversos medios.
Recuerdo que conocí a Gustavo cuando era jefe de Gabinete del Canciller Carlos Iturralde, en 1990, y llegaba con bastante frecuencia a su oficina porque organicé una Delegación Nacional de Inspección al Río Lauca en Chile, en la que participaron la Cancillería, el Ministerio de Defensa, el Instituto de Hidrografía Naval de la Armada, el Senahmi y Subcomilago. Gustavo siempre estaba presto a ayudarme y me facilitaba todos los asuntos.
Estos encuentros profesionales se hicieron más frecuentes cuando fue jefe de Gabinete del expresidente Jorge Quiroga, ya que, desde la Dirección de Asuntos Especiales de la Cancillería, proyectamos y preparamos el Plan Dignidad, que fue una de las estrategias nacionales más exitosas en la lucha antidroga. Me ayudaba con firmas, papeleos y otros trámites del Conaltid, cuya secretaría de coordinación estaba a mi cargo.
Poco tiempo después, tuve la fortuna de dirigir la Asociación de Egresados de la Academia Diplomática. La consolidación de la carrera diplomática en este tiempo fue difícil porque los gobernantes de turno siempre vieron la Cancillería como un botín de guerra y los funcionarios que elaboraron el escalafón pretendían la inclusión de una serie de irregularidades y transgresiones a la Ley 1444, como la inclusión de un porcentaje de nombramientos políticos. Gustavo, cuando me veía en esos afanes, me decía: ¡Changuito, no te pongas tan duro con las autoridades! Y me daba sus comentarios.
Nuestro colega y amigo se nos ha ido y nos ha dejado hueco el corazón. Muchos han comentado sobre las diversas etapas y trabajos multifacéticos en los que participó, pero tomo las palabras del expresidente Carlos Mesa, que me parecieron muy acertadas. Dijo que Gustavo, como diputado de Comunidad Ciudadana, fue la persona que propició el diálogo con quienes querían pisotear el país y que propiciaron el actual descalabro de la nación.
Recuerdo que hace poco más de un año me llamó para comentar un artículo que escribí en Página Siete (el último), en el que hice un recuento del secuestro del del expresidente Hernán Siles Suazo, en junio de 1984. Gustavo recordaba con lujo de detalles todos los acontecimientos de ese suceso y me hizo notar, y corregir, algunas circunstancias que él mismo había vivido como funcionario de la Cancillería y que contribuyó a resolver pacíficamente. Su llamada me causó mucha alegría y entereza.
Gustavo Aliaga nos hará mucha falta, mucho más ahora, cuando estamos ante una transición y el inminente cambio de gobierno, en la que, seguramente, hubiera aportado a la necesidad de reconstruir nuestra institucionalidad, hoy inexistente, y buscar una reingeniería de la política exterior, actualmente avasallada, ideologizada y destruida.
Todo esto destaca a un ser humano extraordinario, un gran amigo y un colega siempre dispuesto a ayudar al que lo necesita y sacar una sonrisa, un abrazo o dar ánimo al que anda desesperado. Descansa en los brazos de nuestro Padre Eterno. Hasta pronto, Gustavo.
Ivan Camarlinghi es diplomático y periodista.