Hoy, el hombre que sale sabe, muy en el fondo de su ser, que no existe luz al final del túnel, solo la oscuridad misma que responde al espíritu de sus acciones.
Brújula Digital|20|10|25|
Carlos Armando Cardozo
Cinco años pasaron desde que el hombre que sale y el hombre que entra se dio en el país. En ese entonces, un hombre salía apresuradamente del poder, acorralado por las consecuencias de sus acciones; mientras el hombre que entraba esperaba en las sombras su turno de sucederle.
Hoy el hombre que sale, lo hace en la más completa soledad, sin el calor y vítores de sus seguidores, que ahora apuestan por otro rostro, volcando la página para abrazar un nuevo liderazgo, guiados meramente por sus intereses.
Hoy, el hombre que sale encuentra algo de alivio por llegar al final de su camino detrás del poder, con la esperanza de abrazar la redención, suya y de sus seres queridos; mientras el que entra abre el paraguas y se prepara para una tormenta que viene formándose hace10 años, con vientos huracanados tan feroces, que en el transcurso de horas pueden cambiar de sentido y hacer tambalear el discurso más sólido.
Hoy, el hombre que sale se acerca a la boca de la historia con pesadez de conciencia. Su castigo no es una fría celda y el escarnio popular, sino algo mucho peor, el olvido, que borrará su nombre y con esta cualquiera palabra que haya pronunciado. El que entra mide sus palabras y calcula las consecuencias de un paso en falso en el juego de equilibrio en el que participará durante los próximos cinco años: popularidad o veracidad como sello de las políticas públicas que se vienen.
Hoy, el hombre que sale debe enfrentar su reflejo en el espejo de la realidad, en lugar de los espejismos formados en las aguas estancadas de su propio manantial. El hombre que entra verá cómo su reflejo cambia de una saludable rosácea esperanza a un opaco gris, típico de un ser penando en la oscuridad de una vieja casa abandonada por cuerpos vivos que bailaban, reían y gozaban mostrándose cercanos a su candidato.
Hoy, el hombre que sale teme ser destazado por sus anteriores feligreses ante su imposibilidad de seguir proveyendo de panes y lujos; casualmente, el hombre que entra heredará promesas incumplidas y deberá tomar una decisión: si intercambia paz en el presente por tempestad en el futuro o termina, de una vez y para siempre, con la herencia incomoda cerrando el flujo de dádivas y privilegios para que estos mueran por inanición.
Hoy, el hombre que sale ve con nostalgia su obra que, dicho sea de paso, apenas logra tenerse en pie. Usa sus últimas palabras para reivindicar el fracaso como logro y excusar el fracaso con enemigos incorpóreos. Por otro lado, el hombre que entra recibe los logros y los desnuda, por lo que son fracasos deliberadamente preparados para volar por los aires la obra de su predecesor. De las cenizas deberá colocar la piedra fundamental de lo que podría ser una República viable.
Hoy, el hombre que sale habla desde la desesperación, el hartazgo y el peso de una responsabilidad para la que nunca estuvo preparado; mientras que el hombre que entra habla desde el ego, la sombra de lo que aparenta ser, una imagen superlativa distorsionada por la efervescencia del momento, convencido de que con la punta del dedo puede señalar el camino por el que 12 millones de almas transitaran de hoy en adelante.
Hoy, el hombre que sale sabe, muy en el fondo de su ser, que no existe luz al final del túnel, solo la oscuridad misma que responde al espíritu de sus acciones; hoy, el hombre que entra es consciente de que al instante de que el poder lo abrace, el túnel al que se interna lo recibe en soledad, totalmente ciego, guiando a un pueblo temeroso de aquello que esconde las sombras que abrigan el frío
Carlos Armando Cardozo Lozada es presidente de la Fundación Lozanía.