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Política | 22/09/2025   02:10

|OPINIÓN|La crisis económica de la independencia|Roberto Laserna|

La República comenzó con un país que trataba de abandonar las instituciones que había desarrollado en casi tres siglos, con todos los problemas de crisis de confianza que ello implica, y con una economía casi destruida.

Casa de la Libertad en Chuquisaca, donde se fundó Bolivia en 1825. Foto ABI Archivo.
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Brújula Digital|22|09|25|

Roberto Laserna

Es habitual que celebremos la Independencia de Bolivia como un logro que no tuvo costos. Utilizando la imagen gráfica y familiar de un cumpleaños patrio, nos perdemos en una percepción distorsionada de nuestra historia. Por un lado, nos lleva a creer que todo lo que ocurrió antes fue solo una preparación del momento culminante del nacimiento, casi como un estado fetal y letárgico de no existencia. Por el otro, nos convence de que comenzamos de cero, como un país nuevo y “por estrenar”.

Al primer tema me he referido en otros artículos, abogando por integrar a nuestra historia nacional no solamente el pasado “originario”, sino también el periodo virreinal de la Audiencia de Charcas. Solo así podemos comprender plenamente nuestra historia.

La falsedad yacente en la imagen del Estado nuevo, esa república que se estrena el 6 de agosto y que hace de 1825 su año cero, nos ha impedido pensar en los costos de la Independencia. Concentrados en héroes y batallas, perdimos de vista los impactos de la guerra en campos y ciudades, las pérdidas de vidas, los costos de alimentar y vestir ejércitos en campaña y otros temas cotidianos y prácticos.

Si hubo alguien que pensó esos temas posiblemente fue acallado por las celebraciones patrióticas que se concentran en resaltar el logro de un ideal frente al cual todo lo demás queda empequeñecido. Las muertes, las pérdidas y los destrozos son tratadas como algo prosaico frente a la gesta libertaria.

Una sensación de culpa reprimida debió sentir “el Aldeano” cuando, después de haber participado con entusiasmo de la gesta patriótica que terminó en 1825, viendo los penosos resultados se fue al campo para escribir su testimonio. Ese testimonio nos permite apreciar los costos de la guerra de los 15 años.

En 1830 el Aldeano escribió un “Bosquejo del estado en que se halla la riqueza nacional de Bolivia presentada al examen de la Nación por un Aldeano hijo de ella”. No se sabe qué destino tuvo en aquella época el manuscrito y si alcanzó o no a presentarlo. El autor tampoco dejó muchas pistas sobre sí mismo. Deja entrever que era varón, conocía muy de cerca Oruro y que se refugió en un lejano cantón de Cochabamba. De su texto también se deduce que sabía de leyes y conocía algunas obras de economía, modernas para su época.

Su manuscrito terminó entre los papeles que dejó José Rosendo Gutiérrez, de donde los rescató la historiadora Ana María Lema, quien logró, finalmente, publicarlo en 1994, junto a estudios de varios historiadores (Plural-UMSA).

Otros, como Edmond Temple (1826) y Alcide d’Orbigny (1832), hicieron similares observaciones. Es evidente el compromiso del Aldeano con la causa de la Independencia, pero también su desencanto por los costos que implicó y sus pobres resultados. Es cierto que escribe apenas transcurridos los primeros cinco años, pero lo que observa le permite anticipar que las metas de bienestar que habían animado aquella larga lucha tardarían en materializarse.

El Aldeano describe devastación en la ganadería y la agricultura. La guerra causó un daño profundo: “Haciendas ha habido que, de diez a doce mil cabezas de ganado lanar, al fin de la revolución han venido a reunir una sexta u octava parte”.

Remarca que, tras cinco años de paz, aún se sentían “las úlceras que no han acabado de cerrar y todavía se encuentran huellas del estrépito militar”.

Destaca también la pérdida de capital productivo. Las campañas militares no solo destruyeron rebaños, sino también aperos, herramientas y provisiones: “Estas haciendas… se hallaban el año mil ochocientos nueve… en un estado de abundancia relativa… Mucho ganado lanar y de la tierra, mucho de asta (arados)… buenas casas y mejores almacenes. Pero entra la guerra y todo queda, si no aniquilado, destruido en gran parte”.

La interrupción del comercio y la quiebra de los mercados internos fue también un resultado de la guerra, según el Aldeano, que plantea que antes existía complementariedad entre departamentos (ej. Cochabamba, granero del altiplano), pero que tras las convulsiones bélicas estos lazos se rompieron, causando escasez y caída del consumo.

Tampoco escapa a su observación el empobrecimiento de los productores indígenas. Quienes antes hilaban, tejían o comerciaban sus excedentes agrícolas quedaron arruinados por la guerra y sin capacidad de compra. “Hoy marchan los infelices indígenas… ofrecen sus producciones en el más bajo precio, y hasta su personal trabajo, y después de todo, si consiguen algo es a costa de mucho tiempo y de mucha paciencia”.

En las ciudades, el Aldeano observa una profunda crisis en los talleres e hilanderías, muchos abandonados, allá donde antes había un intenso trabajo productivo. “El solo departamento de Cochabamba, pues, tenía tantos telares de lencería, barracanes, etc., que sus tejidos podían abastecer en su clase a toda la República y otro tanto se puede decir relativamente a los suyos con respecto a la provincia de Paria”. Atribuye su decadencia al comercio libre promovido cuando se estableció la República, pero es probable que los talleres sufrieran también por la falta de materia prima y la militarización de los artesanos y obreros.

De Oruro dice que “la ciudad capital es un retrato de las ruinas de Palmira… la población de Oruro no es ahora una tercera parte de la que había antes”.

A lo largo de su texto el Aldeano insiste en que la guerra no trajo prosperidad inmediata tras la Independencia, sino una grave regresión: “Solo han corrido cinco años que la paz ha sucedido a la guerra y la vida a la muerte. ¿Es este tiempo bastante para que la República ni estos ciudadanos hayan podido convalecer de sus profundas heridas?”.

La mirada del “Bosquejo” escrito por el Aldeano puede complementarse con un “Informe sobre Bolivia” preparado por un agente británico, Joseph Pentland, que prestó especial atención a la minería (1827). Según él, en Potosí llegaron a operar 8.000 minas (aunque la mayoría eran básicamente socavones estrechos e inapropiados para una buena explotación). En 1827 apenas estaban operando seis en todo el Cerro Rico, muchas de ellas inundadas e imposibles de trabajar sin buenas inversiones. 

También registra el dato del descenso en la población de la ciudad que, habiendo llegado a 24.000 al comienzo de la guerra, estaba en apenas 9.000 en 1825. De hecho, se estima que todas las ciudades, salvo La Paz, perdieron población en esos 15 años.

A diferencia del Aldeano, que se muestra desalentado, Pentland trasunta optimismo, sobre todo por las oportunidades que la nueva República ofrece al comercio y los negocios ingleses. En cierta medida, estudios recientes de Erik D. Langer plantean la misma percepción de un gran potencial, a pesar del estado desastroso de la economía. Un potencial que, ya lo sabemos, no llegó a desplegarse.

El estado crítico de la economía con que iniciamos nuestra vida republicana ha sido descrito con maestría por Napoleón Pacheco (La crisis financiera de 1825, Plural), que además muestra que en 1825 los libertadores tampoco pudieron contar con los ingleses, que tanto los apoyaron antes con armas y combatientes, por una profunda crisis financiera en los mercados de capitales de Londres.

En síntesis, la guerra destruyó capital físico y humano, arruinó la ganadería y la agricultura, desarticuló los mercados internos y empobreció a la población indígena y hacendada, dejando al país en una crisis estructural que se agravó con la apertura comercial y la crisis financiera internacional.

Por lo tanto, es erróneo imaginar que comenzamos de cero y con un país nuevo. Al contrario, la República comenzó con un país que trataba de abandonar las instituciones que había desarrollado en casi tres siglos, con todos los problemas de crisis de confianza que ello implica, y con una economía casi destruida. Además, había perdido una parte importante de su población masculina y se levantaban fronteras que entorpecerían los flujos comerciales, monetarios y de trabajo. No fue un comienzo auspicioso.

Roberto Laserna es investigador de CERES.



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