Brújula Digital|05|06|25|
Andrés Guzmán Escobari
Las propuestas de los candidatos a la presidencia de Bolivia tienden a concentrarse casi exclusivamente en cuestiones de política interna, con escasas referencias a la política exterior. La mayoría de los programas presentados ante el Órgano Electoral Plurinacional parecen asumir que el orden internacional permanece estático, sin mayores variaciones respecto al esquema que predominó tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. Esta presunción errónea, reflejo del tradicional aislamiento boliviano y del desconocimiento generalizado de las teorías de las relaciones internacionales, no solo puede hacer que el país pierda oportunidades de negocio e inversión, sino también comprometer la viabilidad de los propios planes de gobierno, muchos de los cuales se sustentan en la expansión de exportaciones, la captación de créditos internacionales y la atracción de inversiones y turismo.
Si bien el mundo actual está más interconectado que a fines del siglo XX, el impulso globalizador se ha ralentizado considerablemente en los últimos años y, en algunos casos, incluso tiende a revertirse. Fenómenos como el desacoplamiento estratégico, la fragmentación de las cadenas globales de valor y las guerras comerciales ilustran una nueva realidad internacional, que plantea serios desafíos —pero también ciertas oportunidades— para la inserción externa que promueven algunos programas electorales bolivianos. La guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos, que ninguno de los programas menciona, abre oportunidades significativas para sectores manufactureros en países en desarrollo a través de estrategias como el nearshoring o friendshoring, siempre que vayan acompañadas de una política pragmática y eficaz hacia Washington.
En este contexto, los planes que proponen "restablecer" relaciones diplomáticas con Estados Unidos incurren en una importante imprecisión. Las relaciones diplomáticas nunca se rompieron, sino que fueron degradadas al nivel de encargados de negocios tras la expulsión de los respectivos embajadores en 2008. Lo que corresponde, por tanto, es trabajar en la recomposición de las relaciones diplomáticas a nivel de embajadores, lo cual no ocurrirá automáticamente con un cambio de gobierno. Esta recomposición requerirá un proceso diplomático gradual que podría tomar años, como fue indicado por la propia Embajada de Estados Unidos en La Paz en 2020, durante las administraciones de Jeanine Áñez y Donald Trump.
Una de las preguntas que los candidatos deberían responder es: ¿cómo planean reencauzar las relaciones con Estados Unidos, considerando el transcurso de casi dos décadas de distanciamiento y el hecho de que la actual administración estadounidense ha planteado imponer aranceles del 10% a los productos bolivianos? No se trata de un proceso sencillo, como algunos programas insinúan, sino de una tarea compleja que, en opinión del autor, debe encararse desde las herramientas conceptuales del realismo periférico de Carlos Escudé (2012), como la inmoralidad de adoptar políticas que generan costos de confrontación con grandes potencias.
Todas estas recomendaciones también valen para la recomposición de las relaciones con la Unión Europea, que se encuentra en franco desacoplamiento económico y comercial respecto a Rusia, lo cual también plantea oportunidades comerciales, principalmente para el sector agrícola.
Por otro lado, los programas que promueven posturas abiertamente antiimperialistas y anticapitalistas no solo resultan contraproducentes para superar la crisis económica que atraviesa Bolivia, sino que también van a contramano de la tendencia global claramente orientada hacia el capitalismo. Actualmente, todas las grandes potencias son capitalistas, y muy pocos países —como Bolivia— mantienen modelos económicos de corte socialista. Esta situación obedece no solo a la ideologización de la política exterior, sino también a una falta de comprensión de las dinámicas internacionales y del lugar que Bolivia ocupa en el mundo. Es fundamental entender que el posicionamiento boliviano no cambiará en absoluto las grandes tendencias de la economía global ni las ideologías dominantes. Por lo tanto, el desafío consiste en adaptarse inteligentemente y encontrar un posicionamiento que sea funcional a los intereses nacionales. Es decir, pasar de ser un país paria a un país acatador de reglas, tal como lo propone el realismo periférico.
En cuanto a la integración regional, ninguna de las propuestas se atreve a cuestionar los supuestos beneficios del ingreso de Bolivia al Mercosur como miembro pleno, pese a que hay más incertidumbres que certezas en dicho ingreso (Agramont, Flores y Fernández, 2024). Varias de las propuestas sugieren avanzar en este proceso sin considerar que eso significa un mayor proteccionismo y precios más elevados en el mercado interno, porque el Arancel Externo Común del Mercosur es más elevado que el vigente en Bolivia. Esta es otra pregunta que deben responder los candidatos a la presidencia, especialmente aquellos que proponen disminuir aranceles.
En conclusión, la desconexión entre las propuestas de política exterior de los candidatos presidenciales bolivianos y los profundos cambios del escenario internacional revela una preocupante miopía internacional. En un mundo marcado por el proteccionismo, la fragmentación geoeconómica, el resurgimiento del nacionalismo y la redefinición de alianzas globales, Bolivia no puede permitirse seguir alineándose con un solo bloque de poder, es necesario aplicar la doctrina del no alineamiento activo (Fortin, Heine y Ominami, 2021) y la diplomacia de la equidistancia (Tokatlian, 2021) . Superar la crisis económica, atraer inversiones y garantizar una inserción inteligente y pragmática en el sistema internacional exige abandonar posturas ideologizadas y asumir con realismo periférico los desafíos y oportunidades del nuevo orden global.
Andrés Guzmán Escobari es analista de asuntos internacionales.