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Política | 05/06/2025   05:05

|ANÁLISIS|Luis Arce y el camino al desprecio|Juan Pablo Guzmán|

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Brújula Digital|05|06|25|

Juan Pablo Guzmán

El 8 noviembre 2020, instantes después de jurar como presidente del Estado en la Asamblea Legislativa, Luis Arce respiró con profundidad en una parte de su discurso y casi con un gesto profético vaticinó: “(…) levanto mis ojos y veo que una Bolivia mejor es posible”. Casi cinco años después de ese momento, la “Bolivia mejor” de Arce apenas es un quimera, porque la Bolivia real del presente halla al país con sus indicadores vitales descompuestos. 

“Nos vamos a enfocar a un solo objetivo: el vivir bien de todos los bolivianos”, prometió en ese mismo discurso, repitiendo el eslogan con el que el masismo conquistó a su electorado, pero que hoy,  tras dos décadas de predominio azul, tiene el eco de una burla. La fábula del “vivir bien” derivó en una economía hecha trizas, con una población desalentada que escudriña el futuro con una mezcla de temor, incertidumbre y desesperanza.

¿Puede ser considerado este desánimo colectivo como decepción? No. Tanto la decepción como el desengaño tienen que ver con la ilusión rota por una promesa incumplida. El fracaso de dos décadas de masismo se vislumbraba por su gen populista y su espíritu corroído por la corrupción.   El desánimo de hoy brota de la constatación de que quienes aún están con la responsabilidad de dirigir el país y de tomar las decisiones que el buen juicio aconseja simplemente no lo hacen. Y de que, quizás, los que están por venir tampoco tengan esa templanza.

En un país democrático, el líder y el partido que lo respalda están obligados a ofrecer una meta, un destino; y si en ese afán se cuenta con un respaldo más o menos mayoritario, se intenta gobernar correctamente. Nada de esto existe hoy en Bolivia. Tenemos un Gobierno naufrago, porque su norte ya no es el bien común, sino el cálculo político de evitar ser pulverizado, y su respaldo solo se halla en las organizaciones que ha sobornado.

Las inevitables medidas para enfrentar la crisis económica que nos ahoga ya están dichas y quienes sí saben de economía las repiten día a día en todos los medios y plataformas. Pero para ellas se necesitan dos cosas de las que el Gobierno carece: autocrítica ante un modelo inútil y voluntad de evitar un desastre aún mayor, incluso a costa de sacrificarse a sí mismo.   

¿O alguien cree que solucionaremos la escasez de combustible con el anuncio de que hay 6 buques llenos de gasolina y diésel en el puerto de Arica, y que pronto llegarán más? ¿O que los créditos externos que esperan autorización en la Asamblea Legislativa resolverán la escasez de dólares? ¿O que la inflación se frena con control de precios? ¿O que iremos en la ruta del crecimiento sin exportaciones? ¿O que el envío de militares a una fracción de las fronteras solucionará eso que con ridículo se ha llamado “contrabando a la inversa”?

Hace algunos años, el pensador argentino Mariano Grondona, ante los desvaríos del Gobierno populista de Cristina Fernández de Kirchner, reflexionó sobre la forma en que se manejaba ese régimen y se preguntaba: “¿En la dirección de los vientos o en su propia mente? Si el navegante supiera adónde quiere ir, ajustar el velamen de su nave sería, para él, apenas un problema técnico que podría resolver con profesionalidad. Pero si el navegante no supiera adónde ir, ¿cuál sería el factor al que podría echar mano para remediar esta carencia? ¿Quién podría llenar este vacío, ya no técnico sino existencial?”.

El gobierno boliviano se halla en ese dramático vacío, pero en su caso es a la vez técnico y existencial: aplica “soluciones” inútiles ante la crisis y, con el cronómetro en cuenta regresiva para la hora de su salida, “existe”, pero de una forma inerte, ajeno e indolente ante el sufrimiento de una sociedad que observa, impávida, la inacción de autoridades que no solucionan problemas, y, por el contrario, los acrecientan.

La “Bolivia mejor” que anunció Luis Arce al jurar como presidente a las 10.45 del domingo 8 de noviembre de 2020 nunca llegó a ser tal. Al borde de concluir su periodo gubernamental, el hombre que prometió caminar “en paz, lado a lado” para “salir adelante”, quiso ganarse un lugar de valor en la memoria de la gente, pero, como otros líderes de su modelo regresivo, solo se ha ganado su desprecio.

Juan Pablo Guzmán es comunicador social.





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