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Política | 16/05/2025   01:35

|OPINIÓN|Bolivia merece dignidad, no ambición|Eduardo Salamanca|

La oposición, fragmentada por ambiciones personales, carece de un proyecto claro mientras el país sufre crisis económica y corrupción. El pueblo debe elegir con conciencia: no a caudillos, sino a líderes honestos que reconstruyan la patria. Es hora de votar por el mejor, no por el menos malo.

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Brújula Digital|16|05|25|

Eduardo Salamanca

El calendario marca el 17 de agosto como una fecha crucial, el pueblo boliviano se encuentra una vez más ante la responsabilidad histórica de decidir su futuro. Lo que está en juego no es solo un nuevo gobierno, sino la posibilidad –tal vez la última en muchos años– de reconstruir la patria desde los cimientos devastados por el autoritarismo, la desinstitucionalización, la corrupción, la crisis económica y la impunidad institucionalizada. 

Mucho se ha dicho sobre la división de las fuerzas opositoras y sobre las fallidas alianzas. Y aunque las críticas han apuntado mayoritariamente a los caudillos visibles –los precandidatos presidenciales–, la verdadera causa de esta fractura no reside tanto en ellos como en la voracidad desmedida de quienes buscan ocupar curules parlamentarias.

Es allí, en las listas a senadores y diputados, donde se ha desatado la lucha encarnizada. La búsqueda de poder ha dejado de ser un medio para servir al pueblo y se ha convertido en un fin mezquino en sí mismo. Se negocian posiciones, se pactan alianzas sin principios ni programas, se acusa de redactar “listas negras”, seguramente para aparecer luego en otras listas y se designa a empresarios privados como acompañantes de fórmula, sin el menor escrutinio ideológico, como si sumar votos fuera suficiente, aunque se vacíe de contenido cualquier proyecto de nación.

Con muy contadas y honrosas excepciones, quienes han ocupado cargos legislativos lo han hecho para servirse a sí mismos y se han sometido de forma obsecuente a los dictados de los jefes de partido, actuando muchas veces contra los intereses de sus propios pueblos y departamentos, si así lo exigía la línea partidaria. Esa obediencia ciega ha convertido al Legislativo en una cámara de eco de los caudillos y no en un espacio de deliberación democrática. El mandato popular ha sido traicionado en favor del cálculo político y del beneficio personal.

Y ahora, en este 2025, lo estamos viendo repetirse. Pocos líderes principales de la oposición parecen tener un proyecto de país, planes concretos para sacar a Bolivia del colapso económico, de la escasez de combustible y dólares, del empobrecimiento creciente, del deterioro de la producción nacional. Sin embargo, los de segunda fila solo muestran intereses personales disfrazados de candidaturas, ambiciones individuales que se disfrazan de compromiso social, lo único que importa es estar en la lista. No importa a qué costo, ni con quién, ni para qué.

Y entre tanto, el pueblo sigue atrapado en la pobreza estructural, en hospitales sin medicamentos, en escuelas sin maestros, en calles sin empleo ni seguridad. Ese pueblo que sueña con una Bolivia libre de corrupción, digna, próspera, se encuentra hoy ante una clase política disputándose cargos como hienas alrededor de una carroña

Pero no todo está perdido. El poder del cambio no está en las manos de quienes se creen dueños del destino nacional. Está en las manos del pueblo. En cada ciudadano que al momento de votar puede elegir con dignidad, con conciencia, con la memoria viva de todo lo que se ha sufrido, lo que se sufre y todo lo que aún se puede perder. Es hora de ver con claridad quién merece nuestra confianza.

Bolivia necesita representantes, no cómplices. Necesita estadistas, no escaladores políticos. Necesita mujeres y hombres capaces de resistir la tentación del poder, de oponerse al mandato del jefe cuando va contra el pueblo, de hablar con valentía, de votar con libertad, de servir con humildad.

El enemigo principal es el partido oficialista, en las tres versiones que su aparente división muestra por ahora; ese que está plagado de denuncias por narcotráfico y despilfarro; acusado de haber sumido al país en la pobreza, en la crisis, en la corrupción impune del Socialismo del Siglo XXI; empero, no es menos evidente que el enemigo de la tan necesaria, diría ineludible unidad, también se encuentra en la codicia. Y es al pueblo al que le corresponde extirpar esa enfermedad desde la raíz.

La que viene no es una elección más. Es un momento definitorio, una encrucijada que marcará el rumbo de Bolivia por generaciones. Y en medio de tanta confusión, de tantas promesas huecas, de tantas ambiciones disfrazadas de servicio, es urgente que volvamos a lo esencial. Que escuchemos, no al político de turno, sino a nuestra conciencia más profunda.

¿Recuerdan cuando, en la escuela, elegíamos al Presidente del curso?, cuando no había intereses, ni pactos, ni cálculos, cuando votábamos con la inocencia de un niño, cuando lo hacíamos por quien veíamos más capaz, más justo, más inteligente y generoso; por quien no se copiaba en los exámenes, por quien compartía su merienda y decía la verdad, aunque lo regañaran. ¡Votábamos por el mejor!

Pues ha llegado la hora de volver a votar así. No por el que tenga más plata. No por el que tenga más carteles o más spots. No por el que reparta gorras o llene canchas con colectivos pagados. ¡No!. ¡Votemos por el mejor!

Votemos por el que sepa qué hacer con esta patria desgarrada. Por el que tenga la cabeza fría para gobernar con inteligencia, y el corazón ardiente para servir con amor.
 Por el que no se arrodille ante un caudillo, ni venda su voto en la Asamblea. Por el que tenga el coraje de decir “no” cuando eso salva al pueblo. 

Votemos por el que respete la ley, no por el que la use para pisotearnos. Por el que proponga, no por el que insulte. Por el que escuche, no por el que grite. Por el que tenga un proyecto para Bolivia que no sea una copia más del fracaso.

¡Votemos por el mejor, así de simple! Por el que estudiaríamos con gusto si fuera nuestro profesor. Por el que elegiríamos como padrino de nuestros hijos. 

Basta de votar por el menos malo. Basta de votar por el que nos “conviene”. Basta de repetir los errores de siempre, esperando resultados distintos.

No pido tanto como esperar al candidato perfecto e inmaculado, no. Solo ¡votemos por el mejor!, porque el futuro de nuestros hijos y nietos, así lo exige.
 
 Eduardo Salamanca Chulver es abogado y afiliado a la Federación de Trabajadores de la Prensa de Cochabamba.





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