POLLOS
POLLOS
BannerWeb_DPF--SolFestivo-BrujulaDigital_1000x155
BannerWeb_DPF--SolFestivo-BrujulaDigital_1000x155
Política | 03/05/2025   04:05

|OPINIÓN|Trump o el nuevo paradigma autoritario|H. C. F. Mansilla|

Fernando Mires analiza a Trump como vocero de un nuevo paradigma político que instrumentaliza al ser humano, debilitando democracias. Gobiernos autoritarios (EEUU, Rusia, China) usan tecnología y polarización para manipular masas, despreciando el pensamiento crítico.

Banner
Banner

Brújula Digital|03|05|25|

H. C. F. Mansilla

El brillante sociólogo chileno Fernando Mires afirma que Donald Trump es el vocero de un nuevo paradigma aplicado a la política internacional. El paradigma europeo considera todavía al ser humano como un fin en sí mismo, mientras que la concepción de Trump y Vladimir Putin sostiene que el ser humano es solo un medio para cumplir objetivos que van más allá de lo humano. En los pocos meses del gobierno de Trump decayeron las reglas democráticas del juego político, se debilitó la independencia del Poder Judicial, se puso en entredicho la legitimidad de elecciones libres y la calidad del debate político-intelectual alcanzó el nivel más bajo de muchas décadas. Y, deplorablemente, los progresos técnicos pueden contribuir a esta terrible evolución. La tecnología más avanzada puede tener, bajo ciertas circunstancias, efectos negativos, antidemocráticos e irracionales sobre la vida política y cultural.

Durante el siglo XX pudimos observar que los avances científico-técnicos podían ser usados para consolidar regímenes totalitarios, como fue el caso del nazismo y del estalinismo. Hoy estamos ante un modelo de evolución histórica que se apoya en la inteligencia artificial, que no conoce miramientos éticos: el fin tiende a justificar los medios. Mires dice que para los programas de la inteligencia artificial los hombres son solo números. La máquina tiene solo un objetivo: ganar como sea sin fijarse en los medios y atendiendo solo a los objetivos.

El gobierno de Donald Trump se parece a lo que describió Hannah Arendt como la “alianza entre las elites y la chusma”. Trump sería un “necio” y un “matón”, alguien que no se da cuenta de que no sabe, pero cree que sabe muchísimo, como lo calificó Felipe González, expresidente del gobierno español. Es una especie de pacto entre una oligarquía poderosa, satisfecha consigo misma, con capas sociales de bajos niveles de educación e ingresos. Paradójicamente hay una gran similitud entre el comportamiento de estas élites y sus votantes de clases bajas: es gente que jamás se pone en duda a sí misma. Los votantes jóvenes de Trump se comportan como adolescentes anímicamente violentos e intelectualmente mediocres. Tanto en Estados Unidos como en Rusia, China e Irán los gobiernos autoritarios practican la polarización para ganar adherentes ingenuos, quienes conforman lamentablemente la gran mayoría de los electores en cualquier sociedad.

En Estados Unidos el presidente Donald Trump contribuye a reflotar una tradición socio-cultural que siempre estuvo presente, aunque soterrada por los adelantos de la modernidad democrática: una fuerte hostilidad hacia los intelectuales y, por consecuencia, una vigorosa animadversión hacia todo aquel que piensa de forma diferenciada y cuidadosa. La situación en Rusia y China no es muy distinta. Al mismo tiempo florecía una vieja y robusta tradición norteamericana que enaltecía el viejo y honorable legado “propio”: el ingenio práctico, el saber hacer dinero, el patriotismo ciego, pero ferviente y un cierto puritanismo religioso-moral. Por culpa de los postmodernistas, de los marxistas radical-estridentes y de los adoradores de cualquier frivolidad novedosa y rutilante (como la apología de todas las modas asociadas al tema género), los intelectuales en su totalidad aparecen ahora como los villanos que ponen en peligro el orden social, predicando temores infundados y proponiendo alternativas simplemente ridículas. En Estados Unidos (y en buena parte del mundo) las formas “tradicionales” del debate político, social y cultural –los grandes periódicos, los programas de calidad en los canales televisivos, los libros y las revistas de buen nivel– han perdido buena parte de sus audiencias anteriores y son incapaces, además, de presentar ideas novedosas y atractivas.

Aquí reside la fuerza normativa –que permanece muy vigorosa– de las tradiciones autoritarias de Rusia, China, Irán y otras naciones, aunque vayan recubiertas con el manto del nacionalismo, de la religión ancestral o de los partidos comunistas, según cada caso. Un pensador ruso muy cercano al gobierno de su país, Aleksandr Dugin, aseveró que la democracia es “una civilización satánica”, lo que es muy similar a lo que pensaron los inquisidores católicos sobre los avances del racionalismo aplicados a la esfera pública a partir del siglo XVI.

El paradigma chino tiende a reemplazar el soviético y el cubano en el imaginario progresista de América Latina. Y este modelo combina, de modo más o menos estable, la propiedad privada en los medios de producción y el comercio exterior con una cultura autoritaria, a menudo con tintes nacionalistas, y con una estructura política de partido único y férreo control estatal sobre una población infantilizada. La China contemporánea es una autocracia convencional, anclada en la tradición imperial clásica de una armonía obligatoria impuesta desde arriba, pero con las más modernas innovaciones tecnológicas.

Lo que nos hace falta es reavivar el legado socrático racionalista, opuesto a la pretensión de poseer la certeza absoluta, que ha sido el rasgo distintivo de los regímenes totalitarios. Lo rescatable del legado socrático no es la posesión de una verdad asegurada para siempre, sino la voluntad libremente expresada de los involucrados en buscar incansablemente algo similar a la verdad.

H. C. F.  Mansilla es filósofo y politólogo.





BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
BRÚJULA-colnatur diciembre-2024 copia
Alicorp-CosasRSE25-300x300
Alicorp-CosasRSE25-300x300