Brújula Digital|24|04|25|
Javier Torres Goitia C
Este abril se cumplen 73 años de la Revolución Nacional de 1952, un momento histórico que dio a Bolivia una esperanza concreta de crecimiento, justicia social y progreso. Sin embargo, en una amarga coincidencia, quienes hoy se dicen representantes del pueblo han demostrado que no les interesa ni el desarrollo ni el bienestar de los verdaderos bolivianos.
Por un lado, tenemos gobernantes ignorantes, irresponsables y corruptos, vinculados a delitos tan graves como el narcotráfico, el estupro y la malversación de recursos públicos. Por otro, una supuesta oposición que prometió renovación, lealtad a Bolivia y compromiso con su reconstrucción, pero que el pasado 9 de abril –fecha emblemática para nuestra memoria nacional– demostró todo lo contrario. Fue un día de traición, arrogancia, codicia y estupidez política. Dejaron a Bolivia en punto muerto, negándole la oportunidad de sanar, reestructurarse y avanzar.
Y sin embargo, somos más de 11 millones de bolivianas y bolivianos –mujeres, hombres, jóvenes, ancianos y niños– que seguimos creyendo en un futuro mejor. En un país donde quepamos todos.
Bolivia es una nación profundamente diversa y multiétnica. Vivimos en distintos pisos ecológicos, con realidades, costumbres e identidades propias. Mestizos, indígenas originarios y ciudadanos de orígenes diversos compartimos esta tierra. Todos somos bolivianos, todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones.
Pero en 2003 se firmó un documento que cambió el rumbo del país: la Agenda de Octubre, que instaló las bases de un Estado autoritario, racista y aislado del mundo. A través de ese pacto se marginó el conocimiento, se erradicó la responsabilidad, y se institucionalizó el delito como parte estructural del poder.
Lo que comenzó con el apoyo sincero de los más excluidos transitó por 22 años, y hoy vemos que la exclusión no ha disminuido: ha crecido. La pobreza mantiene sus determinantes, en muchos casos más duros que antes.
La población que creyó en las promesas de Morales, García Linera, Arce, Choquehuanca, Llorenti, Quintana, Romero y tantos otros, hoy no tiene nada que celebrar. Fue engañada, utilizada de forma abusiva y desleal para construir un grupo privilegiado que se enriqueció con el abuso del Estado.
Ese grupo, hoy atrincherado en el Chapare, continúa manipulando y explotando a su población originaria. El otro grupo, escondido tras los muros de la “Casa del Pueblo” –ese edificio símbolo de poder mal habido– tampoco puede mostrar ni una sola obra que redima su engaño al país.
¿Qué nos queda por hacer?
Nos queda todo.
Tenemos la oportunidad –y la obligación– de construir una unidad nacional verdadera, basada en el respeto, la diversidad y la democracia real. Desde abajo, desde los barrios, las comunidades, los pueblos y las ciudades, debemos organizarnos. Participar. Elegir líderes que surjan del pueblo, sin pactos oscuros ni herencias autoritarias. Y entre ellos, proponer un candidato genuino, cuyo único mandato sea reconstruir Bolivia.
Un liderazgo nuevo. Sin prebendas ni caudillismos. Que forme equipos capaces para recuperar las instituciones, impulsar un aparato productivo soberano y privado, mejorar la salud pública con alianzas eficientes, y transformar la educación con acceso, calidad y participación.
Tenemos que estar conscientes: durante 22 años se instauró en Bolivia la “prebenda política”. Eso debe terminar. Es tiempo de construir una sociedad complementaria, libre, con producción, con trabajo, con dignidad.
Bolivia no se rinde. Bolivia no se vende. Bolivia se levanta.
Javier Torrez Goitia es médico. Fue ministro de Salud.