El próximo domingo se realizará el balotage entre los dos candidatos más votados en las elecciones generales el pasado 17 de agosto, Rodrigo Paz Pereira y Jorge Quiroga Ramírez. El evento tendrá lugar en un mes caracterizado por la realización de las elecciones generales desde hace algunos años.
En 2019, el MAS pretendió imponer la permanencia de Evo Morales y Álvaro García en la Presidencia y Vicepresidencia de Bolivia, respectivamente, mediante un evidente fraude electoral, luego de haberse estornudado en el resultado del Referéndum del 21 de febrero de 2016, que le había dicho NO a los afanes prorroguistas del binomio y sus congéneres. Esto después de haber impuesto –TCP y TSE mediante– su participación en las elecciones de aquel año, en las que, constitucionalmente, estaba impedido de hacerlo. La formidable movilización ciudadana, producida en rechazo al fraude, concluyó con la fuga de Morales y García, y la asunción a la Presidencia, de manera constitucional y transitoria, de Jeanine Añez.
Un año después, el 18 de octubre de 2020, se realizaron las nuevas Elecciones Generales. El desastroso desempeño del gobierno transitorio determinó que el MAS volviera al poder con un contundente 55% de votos válidos, superando incluso el porcentaje de la primera vez que ganó Evo Morales. Esto parecía determinar la permanencia indefinida de este partido en el poder.
Hoy la situación se ha modificado drásticamente. El MAS (había estado dividido, ¿no?) estuvo a un paso perder su personería jurídica y no pudo permanecer en el poder, ni con el altanero candidato oficialista, ni con el joven que pretendió sustituir al desgastado líder, ni con ninguno de sus adláteres encubiertos.
Esto debe ser motivo de algarabía, porque concluyó la pretensión del partido/proyecto/líder único y la serie de abusos que desde el poder cometieron los masistas.
Después de muchos años, la población boliviana pudo ver actos de masas de candidatos que no eran azules. Se pudo ver las paredes de las ciudades con propaganda de varias opciones políticas, incluidas las del MAS. Se pudo ver, después de tantísimo tiempo, la realización de debates entre los candidatos a Presidente y Vicepresidente. Más allá del malísimo sabor que dejó el debate vicepresidencial, que mostró que ninguno de los dos candidatos tiene idea de lo que es la Vicepresidencia y el rol del Vicepresidente.
Ha quedado atrás la demagógica frase de un eterno candidato que, por incapacidad, eludía los debates y encubría sus falencias con la muletilla de “yo debato con el pueblo”.
Hoy, las redes sociales se han inundado con opiniones a favor de uno u otro candidato a Presidente, lo que demuestra un avance en la recuperación de la disidencia en materia política, esencial en cualquier democracia que se precie de tal. Lejos de las imposiciones de uno u otro lado acerca de la casi obligación de elegir a su candidato y no al de enfrente.
Cierto que, en todo esto, no deja de verse un contenido discriminatorio y racista, sobre todo por parte de algunos (¿muchos?) seguidores de uno de los candidatos finalistas, que se han tragado el invento de que el otro es la reencarnación del MAS, y la expanden de manera grosera, insultando al oponente y a sus seguidores.
No es lo mejor, porque unos y otros deberían estar conscientes de que ninguno sobrevivirá si no hay acuerdo en el Legislativo. Tampoco es bueno que sigamos entrampados en negar la diversidad que tiene Bolivia en cuanto a lo étnico, lo regional o lo religioso, y que nadie, absolutamente nadie, puede existir, sin el otro.
Este proceso ha sido escenario para ver la actitud de un diputado electo de la alianza Libre que, en un acto que lo honra, renunció a su curul luego de haber emitido expresiones racistas. No fue como el segundo de a bordo de la misma alianza, que creyó que con negar lo que hace años había escrito en su cuenta de Twitter y con disfrazarse de indio y fingir acullicar lo solucionó todo.
Bolivia ha llegado al final del ciclo del MAS y comenzará un proceso de reconstrucción de la democracia, dañada de manera profunda por la hegemonía del partido azul. No será un camino fácil, sino precisamente todo lo contrario. No sólo por la evidente crisis económica que atraviesa el país, sino por la crisis política, institucional, social y moral a la que hemos llegado.
En ese contexto, es de fundamental importancia que, más allá de quién gane la elección del 19 de octubre, se entienda la política como concertación antes que como eliminación del adversario. Que se combata con energía a la corrupción, porque en ambos bandos hay sinvergüenzas que querrán volver al pasado para beneficiarse. Eso hay que impedirlo a toda costa.
Y hay que dejar atrás el racismo y la discriminación que tantas personas tienen hasta el presente. Si no se lo hace, la democracia no será tal, y el retorno de los “mesías” puede producirse nuevamente.
Carlos Derpic es abogado.