El síndrome de la UDP consiste en una conducta de organizaciones políticas que desean asumir el gobierno sabiendo que el mismo será inviable, tal como sucedió en Bolivia en 1982 cuando la Unidad Democrática y Popular (UDP) recibió el gobierno de manos de los militares, pero con el “Parlamento de 1980”, situación que era absolutamente desfavorable y que inviabilizaba su gestión de gobierno, tal como efectivamente sucedió.
Este síndrome se replica nuevamente en la “clase política tradicional”, actualmente opositora al MAS, al pretender ganar las elecciones del 17 de agosto sabiendo que no tiene amplio respaldo y que no tendrá mayoría parlamentaria que genere una gestión viable debido a la fragmentación del voto en varias candidaturas.
La lógica política elemental demanda hacer esfuerzos de unidad para postularse con serias posibilidades de victoria electoral, así lo propusimos a través de la fórmula de “ganar las elecciones en seis de nueve departamentos”. Con este propósito, una alianza política hubiera aglutinado a sectores de la sociedad civil que estuvieron en resistencia al gobierno autoritario al MAS junto a expresiones políticas democráticas. En este caso, las fuerzas que actuaron centrífugamente (partidos y alianzas) nunca explicaron sus razones para fragmentar el voto y por el contrario, denotaron en su accionar la prevalencia de intereses de grupo.
De aquí en adelante el voto opositor fraccionado no garantiza una victoria en primera vuelta electoral; para una segunda vuelta, las alianzas o apoyos pueden dar la victoria pero no garantizan la gobernabilidad. Este es el “síndrome de la UDP”, es decir, ser gobierno sin Parlamento a favor y con la consiguiente prolongación de la crisis.
Dos gobiernos tuvieron que enfrentar una férrea oposición parlamentaria que produjeron el final de sus respectivos ciclos de acumulación política: la UDP y el MAS.
En el primer caso, la UDP representaba a una fuerza social y electoral significativa, el golpe de García Meza el 17 de julio de 1980 evitó la transición mediante urnas de las dictaduras al gobierno democrático. La dictadura militar, después de varios cambios en la cúpula militar a cargo del gobierno, llegó a condicionar la transición con la convocatoria al Congreso de 1980 para que elija al Presidente entre los tres candidatos más votados, es decir Hernán Siles Zuazo, de la UDP; Víctor Paz, del MNR, y Hugo Banzer, de ADN. La entrega del Gobierno a los civiles demandaba nuevas elecciones, pero se impuso la salida de “Gobierno de la UDP con Parlamento de 1980”. Si se convocaban a nuevas elecciones, la UDP hubiera tenido mayoría.
La fragmentación electoral y la forma como se adjudicaba parlamentarios le daba a la UDP una representación de 57 diputados y senadores sobre un total de 157, es decir, contaba con el 36% de parlamentarios tras haber obtenido 39% de los votos.
¿Se puede gobernar en democracia sin mayoría en el Parlamento? La respuesta es no.
El otro gobierno que tiene al parlamento en contra es Luis Arce del MAS. Empezó con una representación parlamentaria del 58%, pese a obtener 55% de los votos. Esa diferencia positiva de 3% adicional en la representación parlamentaria se debe a los diputados uninominales mayoritariamente rurales que favorece al MAS, junto a la representación especial indígena.
La disputa entre Evo Morales y Luis Arce demostró que el poder dentro del gobierno no se transfiere ni se comparte cuando hay grupos de poder en confrontación. Es más, ni la ideología política común puede llegar a unificarlos. De esta manera el proyecto del MAS también se fragmenta y la bancada oficialista se divide y con ello se da un veto parlamentario efectivo a la aprobación de créditos internacionales, que le impiden a Arce –por ejemplo– poder importar combustibles de forma regular.
La división del MAS también aplica al síndrome que analizamos. Su triunfo en primera vuelta es poco probable por su profunda descomposición y por las reglas electorales de la actual Constitución Política el Estado (mayoría absoluta o 40% más 10% de diferencia sobre el segundo más votado); y un triunfo en segunda vuelta lo coloca sin mayoría parlamentaria y en medio de la crisis generada por su modelo.
Toda esta reflexión nos lleva al punto de ratificar que los políticos en Bolivia son poco estratégicos y están dispuestos a repetir el síndrome de la UDP una y otra vez. También nos permite inferir que si el objetivo de la oposición es cambiar de verdad el actual modelo, debería tener una estrategia de puertas abiertas y alianzas políticas amplias que ninguna fuerza política tiene actualmente.
Finalmente, llegar al gobierno sin plan o programa ni mayoría parlamentaria abre las puertas a preguntarnos: ¿no será que el propósito de las fuerzas tradicionales buscan el asalto a los bienes del Estado y la subasta de nuestros recursos naturales para satisfacer sólo intereses de grupo?