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14/09/2020

Pseudonarcisismo, idolatría y pedofilia

En estas últimas semanas han sido reveladas las conversaciones que Evo Morales Ayma sostenía por el chat del celular con su amante –41 años menor–, sirvienta y organizadora de su servidumbre (se puede consultar uno de los últimos artículos de opinión de Rafael Archondo para otra veta de análisis). No podemos más que impresionarnos ante los niveles de sumisión y entrega por parte de las personas que forman el entorno de Morales Ayma y que insisten en verlo como a una especie de ídolo, de divinidad encarnada o, lo que es sin duda mucho peor, como encarnación de la voluntad de la historia, o del destino de la humanidad. El apodo que un buen amigo le ha puesto (y que seguramente otros muchos más también usan) a Morales Ayma de “aspirante a faraón” o “faraón fraudulento” no podría encajar mejor con esta figura que ha sido tan excesivamente entronizada en el sitial de un dios. 

En un principio, pensamos titular este breve artículo de opinión “Mea culpa” porque sostenemos que este proceso de divinización no se debió exclusivamente al entorno que Morales Ayma tuvo bajo su gobierno, ni siquiera al entorno que tuvo en su trayectoria de ascendencia meteórica como líder cocalero; sino que creemos que toda la población boliviana tuvo en su momento responsabilidad por esto (incluidos los que lo satanizaron). Esperamos poder explicarnos con respecto a esto, pero primero formulemos las principales interrogantes que se pueden plantear sobre la cuestión de la idolatría y la divinización de un ser humano, de uno de nuestros prójimos. Ya sea que este proceso se dé en las artes, los deportes, la política, la religión o las relaciones personales, se trata de un fenómeno que rara vez es positivo y que, más bien, suele traer consecuencias muy negativas.

Preguntémonos, por lo tanto, ¿cuáles son las razones profundas por las que las personas tenemos esa tendencia a idolatrar a algunos de nuestros prójimos incluso cuando sabemos muy bien que tan solo son personas, iguales a nosotros? ¿Qué tipo de consecuencias nefastas puede traer este comportamiento entre seres humanos? ¿Cómo se puede vincular este fenómeno con el actual caso de Noemí que se está destapando poco a poco en las últimas semanas? Creemos que la idolatría que se forjó en torno a Morales Ayma fue la causa de muchas de las desgracias relacionadas con su gobierno, pero también creemos que esto no fue en absoluto la culpa exclusiva de su entorno inmediato o del masismo como movimiento político.

A modo de responder a nuestro primer interrogante, debemos hacer una breve digresión teórica. El filósofo francés Jean-Pierre Dupuy (uno de nuestros ídolos, sin duda) propone el concepto de pseudonarcisismo para explicar los fenómenos de caudillismo, personalismo y liderazgos carismáticos en la política y lo social. Este concepto consiste en una idea sencilla: entre el líder y sus seguidores (y también sus detractores, en casos en que se lo sataniza demasiado) hay una retroalimentación positiva. Esto significa que uno se cree mucho porque permite que los otros se crean mucho igual (o que los otros le teman demasiado). Todos conocemos esta retroalimentación y, de hecho, cualquier religión tiende a sacralizar de ese modo. El peligro surge cuando esta tendencia se desplaza a las personas muy cercanas, porque ahí la retroalimentación puede volverse una mera cámara de eco (como ocurrió con Morales Ayma y su círculo de llunk’us corruptos).

Todos los bolivianos conocemos las consecuencias nefastas que esta retroalimentación pseudonarcisista puede traer (perdón por la jerga), incluidos los masistas que se prestan y se prestaron en algún momento a ese juego (y aquí regreso a la idea del titular para este artículo: “Mea culpa”). Si permitimos que un ser humano se tenga por divinidad, en verdad, lo estamos convirtiendo en una divinidad. La bola de nieve se habrá puesto en ruedo de forma irreparable. Detenerla es imposible: todos podemos ver el terrible documental que hay sobre Michael Jackson, Leaving Neverland (2019), disponible en Netflix hace un tiempo. A este sujeto se lo divinizó, sobre todo entre los padres de los niños que aceptaron ciegamente –y criminalmente– enviar a sus hijos a pasar varias noches con un hombre mayor de edad.

La idolatría nos ciega, inevitablemente. Hace que veamos al ídolo como a un dios sin fallas (o a un demonio malvado), hace que deseemos amarrarle los zapatos, que tratemos de entregarle nuestras hijas para que con ellas pueda reproducirse, que adaptemos una teleología histórica (perdón, otra vez, por la jerga) para ponerlo a él de meta (o que diseñemos un puro explosivo para matarlo). A veces pensamos que una banda sigue haciendo buena música solo porque idolatramos a sus miembros o que un autor que nos gusta sigue escribiendo buenos libros solo porque lo idolatramos. La idolatría es una ceguera voluntaria; el pseudonarcisismo es el origen de muchos desastres sociales. No respondemos a nuestra tercera pregunta, porque la deducción racional lo hace por nosotros.

Se nos dirá quizás que somos unos blancoides alienados y europeizados que buscamos revivir una “extirpación de idolatrías” con las creencias de las poblaciones indígenas del país. Pues bien, esta acusación no se sostiene porque en dicha extirpación no se trataba de acabar con las idolatrías con respecto a seres humanos, sino en torno a la sacralización de lugares, ancestros y objetos. Además, si estuviéramos realizando una extirpación de ese tipo, los primeros en caer serían los blancoides con aspiraciones de modernos y los jailones, justamente por idolatrar objetos como el dinero, los objetos de consumo e ideas como las de progreso y modernidad.

Por último, los acusados aquí de idolatrar a Morales Ayma con mayor intensidad no son principalmente las poblaciones indígenas o rurales del país; al contrario, es su entorno blancoide y letrado, la escoria de la humanidad. ¿O alguien nos dirá que Gabriela “Colegio Alemán” Montaño, Juan Ramón “Vietnam” Quintana y Carlos “Eurochronos” Romero son indígenas?

Como se puede apreciar, la idolatría pseudonarcisista es lo que llevó al MAS a volverse una secta religiosa fundamentalista y es algo que no debimos haber dejado ocurrir, todos los bolivianos; pero, como vengo diciendo, este artículo debería titularse también “Mea culpa”. Para terminar, habría que preguntarnos si no es esta enfermedad la que ha causado tantos estragos en nuestra desgraciadamente vecina Argentina. Ahí, en efecto, las idolatrías son históricas y excesivas, al punto de generar religiones populares en torno a ellas. Además, ahí también el populismo ha marcado una historia que pronto cumplirá cien años de haber generado una división que hasta tiene un nombre propio: “la grieta”. ¿Seremos los bolivianos capaces, por una vez en nuestras vidas, de dejar de imitar a los gauchos?

Fernando Iturralde es vecino de La Paz.



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