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26/05/2020

Presidenta, la luna de miel se acabó

La teoría política enseña que existe una “luna de miel política”. Por eso, el partido de gobierno vivió un idilio de noviembre de 2019 a principios de mayo de 2020. Lo prioritario es entender que ese súbito romance con la población boliviana no fue por el porte fino del nuevo pretendiente sino por la torpe presencia del viejo novio.

La presidenta Jeanine Añez vivió esta luna de miel amparada en un doble error: creyó que el amor era para ella y que iba a durar por siempre. Pues no, el amor estaba centrado en la posibilidad de botar al novio antiguo más que en recibir al nuevo. El romance duraría mientras la perversidad del viejo novio siguiera en la memoria.

¿Qué significa esto? Pues que el gobierno de Evo Morales se terminó de cerrar este mayo de 2020 y el de Añez se inició en este momento. Hasta abril se vivió un periodo de excepción. Es fundamental comprender que ese periodo terminó. Ya no hay romance. Esto ya es un matrimonio y hay que actuar de acuerdo a las dificultades que impone ello.

Tres elementos se desprenden de la nueva situación. La primera cosa: alarma. La alarma va a crecer y su sonido va a ser ensordecedor. Sí, cabe afirmar que las denuncias reiterativas de corrupción, la aparición renovada pero persistente del masismo en la Asamblea Legislativa y en las calles, la bravura milimétricamente creciente de Carlos Mesa o las sonrisas sugerentes de Luis Fernando Camacho ante la “debacle” en curso, son y van a ser el sello dominante.

O sea: ¿aparecieron otra vez en el tablado actoral el MAS, Mesa y Camacho? Sí, aparecieron y se montaron una escena de antología vociferando contra el dueño del teatro. Ese es el estado actual de la situación. Sepámoslo: el invierno llegó. No hay dudas y la nieve empieza a cubrir los parques. ¿Qué hacer? Dos escenarios en juego aparecen como los dominantes: abandonas porque hace mucho frío o te compras ropa adecuada para combatir el clima y vuelves a la carga.

La segunda cosa: este es el inicio de la política. La luna de miel implica que hay romance: el hotel está pagado, la comida amollada y solo hay que dedicarse al amor. Listo. Esito sería. Se vive una suerte de “congelamiento de la política”. Está ahí, pero no está. Sin embargo, esta semana que pasó, el cubo de hielo se descongeló y la política reapareció. Las sonrisas ya no son tan halagüeñas, los ministros ya no son tan valientes y las dificultades están en estreno. Es aquí donde conviene centrarse: quienes creían que el plato de langostinos adornaría la mesa por siempre, no sabe lo que es la política, siempre más próxima a almuerzos de 10 bolivianos que al paraíso imaginado.

Por ende, la pregunta que cabe hacerse la Presidenta es “¿qué hago ahora?”. O mejor, “¿cómo resuelvo este entuerto en el que me he metido?”. Pues haciendo gestión en serio: contratando rápidamente a los mejores epidemiólogos del país para que desarrollen una propuesta de acción inteligente contra el coronavirus; nombrando a un superintendente de la transparencia (o algo así) que se encargue de hacer un seguimiento metódico a la corrupción; reconduciendo la gestión mediante el nombramiento de expertos en varias áreas (incluso sugeridos por los partidos rivales); transparentando los fondos usados hasta ahora contra la pandemia; y planteando una ineludible fecha electoral.

La tercera cosa: el establecimiento de un pacto. Es crucial comprender que el pacto no es necesario solo para lograr acuerdos, vale decir el pacto como carta de avance político. No, el pacto es fundamental como plataforma de reducción de riesgos. A ver, por el lado bueno, si tú decides el plato que vas a comer, te lo comes solo y lo disfrutas. Eso creyó el gobierno que se alargaría ad infinitum. Sin embargo, si hay tres o cuatro comensales y te quieres comer todo solo, es obvio que tus colegas se van a quejar. Otro ejemplo, menos delicado: si pateas a tu vecino, la culpa es tuya, pero si lo patean 32 vecinos, ya no hay un culpable fácil de identificar.

Sucede lo propio en política: mejor te alías con muchos, compartes el éxito, pero tus errores se empequeñecen. He ahí el secreto. Y he ahí el error del gobierno, creyendo que los langostinos serían siempre para el galán de turno. ¿Solución? Diálogo. Se requiere emprender un diálogo ya, en lo inmediato, y lograr que todos coman del plato servido. A estas alturas, sin embargo, los otros comensales dudarán de aceptar ese acuerdo. No aceptarán tan fácilmente la invitación a cenar. Sepámoslo.

Con todo, y en resumen, el gobierno no debe temer: lo que viene es lo que hay y habrá (o sea crisis, y harta); por otro lado, debe generar una gestión distinta: es pernicioso ver a los ministros prometiendo lo mismo, sólo que más conmovidos y enfáticos; también debe tratar de pactar, de alguna manera y sin la pedantería implícita en algunas declaraciones (“queremos un pacto, pero no con los corruptos y los ineptos”). Veremos.

Diego Ayo es cientista político.



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