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La Escaramuza | 29/10/2025

Paz y Lara: The game of thrones

Renzo Abruzzese
Renzo Abruzzese

La saga The Game of Thrones representa de una manera dramática cómo la búsqueda de poder puede destruir tanto a individuos como a Estados y gobiernos, y la lección que nos deja es que solo la cooperación y la madurez política pueden, o al menos aspirar, construir un liderazgo duradero. Un poco de esto experimentamos los bolivianos en estos días.

La Constitución boliviana, como tantas otras en la región, contempla la figura del Vicepresidente no solo como un sustituto eventual del Presidente, sino como un actor clave en el acompañamiento y la articulación de políticas públicas. En el caso actual, de él depende, en gran medida, la gobernabilidad basada en consensos y acuerdos políticos. Se trata, en la actual coyuntura, de una pieza clave para el éxito de la gestión, en la medida en que es vital mantener la estabilidad del Poder Ejecutivo.

Esto plantea una pregunta crucial en esta coyuntura: ¿qué ocurre cuando el Vicepresidente, en lugar de sumar, compite? Cuando el “segundo a bordo" se convierte en un adversario dispuesto a capitalizar cualquier falencia del Presidente para fortalecer su propia imagen, la institucionalidad se resiente y la gobernabilidad se desdibuja. No se afecta la imagen del Presidente, sino, la fortaleza del gobierno.

La competencia interna, lejos de ser un motor de innovación o de mejora, suele degenerar en luchas intestinas, dobles discursos y, en última instancia, parálisis administrativa. Se pierde tiempo, se desperdician energías en intrigas palaciegas y, lo que es peor, se transmite a la ciudadanía la imagen de un Ejecutivo fragmentado, lo que de inmediato da la sensación de debilidad y falta de coherencia interna.

El Vicepresidente Lara no muestra poder a través de poses, como a las que nos está acostumbrando; de hecho, algunos opinan, a través de las redes sociales, que, en vez de competir, debiera asumir los roles propios de un funcionario de su rango.

Lo cierto es que hasta ahora da la impresión de que no sabe con exactitud qué tendría que hacer para coadyuvar a las gestiones de su Presidente, una falencia poco útil, porque arroja la imagen de un Vicepresidente que no termina de posicionarse del cargo.

No hay que ser un experto en ciencia política para advertir los peligros que encierra esta situación, El Vicepresidente, lejos de limitarse a su rol constitucional, comienza a transformarse en un inconveniente. La señal es que la administración se convierte en un campo de batalla, donde las lealtades se fragmentan y los funcionarios operan bajo la lógica del “doble comando”, sin saber a quién responder realmente.

El resultado es, por lo general, un fuerte deterioro de la gestión pública y la postergación de soluciones urgentes. Sin embargo, lo que realmente deja ver es un grado apreciable de inmadurez política.

No entender que el acceso al poder no es el fin último, sino el medio para servir a la patria, es cometer un error de entrada que puede tener costos muy altos. La historia juzga con dureza a quienes, por miopía o vanidad, desperdician oportunidades históricas por rivalidades mezquinas.

El ejercicio responsable del poder exige humildad, generosidad y una visión a largo plazo. Quien ocupa la Vicepresidencia debe recordar que su legitimidad proviene, en buena medida, de la fórmula conjunta y del mandato popular para acompañar; no para sabotear al Presidente, máxime si, a pesar de no haber asumido aún, Rodrigo Paz está dando claras señas de poseer una visión de futuro que engrana, en gran medida, con lo que se esperaba del nuevo Presidente.

Finalmente, cuando la relación Presidente–Vicepresidente se convierte en un juego de tronos, lo que está en juego no es solo la estabilidad del gobierno, sino la salud misma de la democracia.

La ciudadanía, harta de espectáculos infantiles, espera de sus líderes madurez, coherencia y sentido de Estado. Es hora de dejar atrás la política de egos y apostar por la política de altura, esa que entiende que los cargos son pasajeros, pero el daño causado por la inmadurez puede durar generaciones.

Renzo Abruzzese es sociólogo.

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