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30/09/2022

¿Manejará Bolivia el mercado del litio con soberanía tecnológica?

Con un título rimbombante, un conocido periodista potosino, se acaba de dar a la tarea de confundir a la población en torno a una temática clave no sólo para el futuro de Potosí sino también para Bolivia. El hilo conductor de su artículo (en versión digital) se basa en una contribución periodística deficiente de S & P Global Market Intelligence plagada de opiniones desatinadas que tal reportero pretende posicionar como verdades irrefutables.

Sin embargo, no todo el cúmulo de desinformación contenido en el reciente aporte de opinión proviene de una de las calificadoras riesgo más prestigiosas del mundo. En efecto, a todo lo que se desmenuzará más adelante en una síntesis crítica del artículo de S & P, se agregan otros puntos complementarios resultantes de su propia investigación que sólo profundizan la desorientación de sus principales argumentos.

Empecemos por su comentario de que hoy en día “hasta Argentina está por delante de Bolivia, pese a que apenas tiene un pequeño salar”. ¿Qué? Para su información, según los últimos datos del Servicio Geológico de Estados Unidos (SGEU), Argentina poseería un total de 19 millones de toneladas de recursos identificados litio de contenido metálico, lo que le permitiría ubicarse en segundo lugar después de Bolivia, entre los países con la mayor cantidad de litio del planeta. Es más, gracias a su política de total apertura a la inversión extranjera en este campo, habría logrado desarrollar las bases de una nueva industria del litio en el país, no sólo con un pequeño salar – como sostiene el articulista - sino con más de veinte de diferentes tamaños y en distintas etapas de desarrollo, con vistas a obtener una producción de alrededor de 238.000 toneladas de carbonato de litio equivalente (CLE) hasta el final de la presente década, con lo que podría alcanzar a Chile como segundo productor de litio del mundo

El siguiente es todavía más desconcertante porque, al tiempo de citar a quien hubiera estado a cargo de las negociaciones con FMC Corporation entre fines de los ochenta y principios de los noventa de un contrato claramente atentatorio contra los intereses nacionales, se esfuerza por transmitir el mensaje de que el rompimiento con la empresa transnacional hubiera sido un claro desacierto por parte de quienes propugnaron tal desenlace. Como este es un tema que he abordado en anteriores contribuciones, sólo me limitaré a decir en esta oportunidad que entre las cuatro enmiendas que introdujo el Congreso de la República al contrato suscrito por Jaime Paz Zamora en febrero de 1992 y que desataron la furia de FMC se destacaba aquella referida a los 40 años de duración del contrato con posibilidad de solicitar una renovación por 10 años adicionales sin garantizar la producción de un solo gramo de litio. Por tanto, su apreciación de que al presente ya estaríamos cumpliendo 40 años de contrato con la transnacional estadounidense con el país totalmente involucrado en el mercado del litio no tiene ningún sentido, primero porque no serían 40 sino 30 años y, segundo, porque resulta altamente probable que, a través de todos estos años, FMC hubiera mantenido el Salar de Uyuni sólo como un reservorio estratégico.  

El tercer comentario es quizás el más temerario. Sostiene que Elon Musk sería el principal detractor del litio al haber afirmado que ese energético se agotará en 2040 y que, por tanto, habría que recurrir al hidrógeno. Al respecto, conviene anotar que el multibillonario y principal accionista de Tesla, la fábrica de vehículos eléctricos más importante del mundo, ha sido un ferviente defensor del litio y es conocida de sobra su posición antagónica con relación al hidrógeno. Cabe aclarar que, con motivo de su participación en una conferencia en Noruega a fines de agosto de 2022, por una parte, Musk omitió deliberadamente al hidrógeno como parte de una estrategia sostenible de generación de energía a nivel global y, por otra, durante una entrevista con el Financial Times en mayo de este año, cuando se le preguntó si pensaba que el hidrógeno tenía algún rol que cumplir en el proceso de transición de la matriz energética más allá de los combustibles fósiles, respondió en sentido negativo mientras explicaba que el primer elemento de la tabla periódica era una pésima elección como medio de almacenamiento de energía por cuanto se requeriría tanques gigantes para contenerlo en forma líquida y aún más grandes para hacerlo en forma gaseosa. Aquí, obviamente, Elon Musk se estaba refiriendo a la relativa baja densidad volumétrica del hidrógeno. Como un reciente artículo científico señala: “A pesar de ser la molécula más liviana que existe, el gas de hidrógeno tiene una densidad muy baja: 1 kg de gas de hidrógeno ocupa más de 11 metros cúbicos a temperatura ambiente y presión atmosférica. Por tanto, para que el almacenamiento del hidrógeno sea económicamente viable, se debe incrementar su densidad de almacenaje”. Está claro que cualquier solución a este problema implicaría un costo adicional que, por el momento, conspiraría contra la competitividad de este energético con respecto al litio, por ejemplo. 

Finalmente, el tópico referido a la llamada soberanía tecnológica es tratado bajo un gran manto de ambigüedad.  Como se sabe, el país malgastó significativos recursos monetarios escasos pertenecientes a todos los bolivianos en el desarrollo de una tecnología boliviana altamente ineficiente que, además, no generó ninguna patente relevante. Sin embargo, resulta que ahora, para el autor del reporte sobre litio de El Potosí, dicha tecnología no se habría producido en YLB sino en las universidades estatales. Con relación a este tema, se olvida de hacer una puntualización. Que el Estado no solo no apoyó a las universidades Tomás Frías y Técnica de Oruro, a lo largo de todo este proceso esencialmente fallido, sino que obstaculizó cualquier avance por parte de ambas en esa dirección. De este modo, los logros alcanzados por tales universidades hasta la fecha sólo representan esfuerzos aislados sin mayor trascendencia. En otras palabras, todos los gobiernos de turno desde 2008 hasta el presente, se portaron como perros del hortelano, no hicieron ni dejaron hacer. Dado el reconocimiento tácito por parte del actual gobierno de los magros resultados del proyecto, lo que le condujo, precisamente, a lanzar su convocatoria de extracción directa de litio (EDL), ¿de qué soberanía tecnológica se podría hablar en este caso en Bolivia?  Hace poco, un ex viceministro, corresponsable del proyecto del litio desde su lanzamiento en 2008 hasta 2019, ha manifestado su preocupación por la participación de empresas extranjeras en los procesos de extracción y refinación del litio argumentando que esto dirigirá al país a una pérdida de soberanía tecnológica. Desde aquí, aprovecho la ocasión para responderle que no se puede perder lo que nunca se tuvo.

En este contexto, el periodista potosino, completa su contribución refiriéndose al artículo publicado por S & P al que lo califica como académico. En lo que sigue, se procede entonces a revisar dicha contribución con un ojo crítico.

Al margen de un comentario exagerado sobre las posibilidades de Bolivia en la industria del litio a nivel regional por su reciente decisión de intentar usar tecnologías de EDL, Richard Martin empieza su artículo de manera desafortunada, inflando desaprensivamente el dato de las supuestas reservas de litio de Bolivia. En este esfuerzo comete dos errores. En primer lugar, confunde recursos con reservas – Bolivia no cuenta con reservas de litio. Y, en segundo lugar, cita a S & P Global Market Intelligence como fuente de información para indicar que Bolivia posee 39 millones de toneladas de reservas de litio – que se sepa, S & P nunca tuvo ni tendrá capacidad para generar este tipo de información técnica sobre el litio, razón por la cual su “estimación estandarizada de reservas basada en propiedades mineras de litio” en el caso boliviano no puede ser vista sino como una simple especulación. Al parecer, no estaría informado de que los únicos datos confiables de recursos y reservas de litio provienen del SGEU, aunque es necesario señalar que el SGEU se limita a validar estudios enmarcados en alguna norma internacional encargados por los diferentes operadores de litio a empresas especializadas.

A continuación, en una muestra de total desconocimiento de la industria del metal en cuestión, da crédito al argumento infundado de que Bolivia podría producir hasta un 40% de la oferta global del metal más liviano de la tierra hasta 2030. ¿Sospechará Martin que eso significaría producir alrededor de 800 mil toneladas métricas de carbonato de litio equivalente (CLE)? Resulta por demás extraño que esto surgiera precisamente después de constatar que la producción de Bolivia el año pasado (de 540 TM, para ser exactos) hubiera sido insignificante. ¿Es que el autor del artículo en cuestión también llegó a la conclusión de que las técnicas EDL son una suerte de varita mágica?

Adicionalmente, hace mención a las 8 compañías que clasificaron inicialmente en la convocatoria de EDL lanzada por el gobierno boliviano en abril de 2021 dando cuenta de la eliminación de una de las dos empresas estadounidenses por haber presentado su propuesta con 10 minutos de retraso e introduciendo una nueva imprecisión al señalar que además de Lilac Solutions, las otras oferentes tecnológicas que habrían quedado en la competencia provendrían de Rusia, China y Estados Unidos. Llama la atención que no se manifieste en absoluto sobre las otras empresas calificadas. Después, cita al máximo ejecutivo de Lilac Solutions en una opinión más bien genérica y casi intrascendente acerca del mercado del litio para plantear razonamientos que todo el mundo conoce, tales como aquél que la tecnología EDL es un paso hacia la innovación, a pesar de que aún no ha sido probada a escala industrial o el que se refiere a las altas concentraciones de magnesio en la salmuera boliviana que complicarían la extracción del litio en Bolivia. Para este punto, me hubiera gustado referir al autor de este artículo a mis comentarios en torno a una publicación sobre el litio de Jubileo donde argumento acerca de las posibilidades de industrialización del magnesio, el metal estructural más fuerte y liviano de la tierra, considerado como el principal sustituto del acero (y el aluminio), con inconmensurables aplicaciones en el campo de la electromovilidad.  

Por último, la contribución se empeña en explicar los desaciertos de Bolivia en su intento por arrancar la producción de lito inventándose una especie de  vaivén entre su apego a compañías extranjeras privadas y la nacionalización de la industria, cuando, en realidad, a lo largo de los más de 14 años de vida del proyecto de litio, éste sólo tuvo un acercamiento concreto y desafortunado con una empresa privada extranjera (ACI Systems de Alemania), siendo el control estatal siempre el común denominador del emprendimiento.

Juan Carlos Zuleta Calderón es analista de la Economía del Litio 



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