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Raíces y antenas | 02/11/2025

Los últimos días de la mamocracia, una historia de ultratumba

Gonzalo Chávez
Gonzalo Chávez

Ha caído la noche de los muertos sobre el país y, entre los escombros humeantes del Estado Plurinacional fallido, comienzan a levantarse los espectros, los monstros de la casa del terror económico. Son los mismos de siempre, los zombis del déficit público, los vampiros del Banco Central que se chuparon las reservas internacionales, los Frankenstein de la ideología del proceso de cambio. Ahora, esta tropa de políticos derrotados, oportunistas de vieja data, mascotas intelectuales y exfuncionarios que durante años se alimentaron del presupuesto público, reaparecen disfrazados de analistas políticos y económicos.

Reaparecen con traje oscuro, peinado de revolución y mirada de semi estadista arrepentido, asegurando que esta vez sí vienen a reflexionar. Sí, claro. Como en todo Halloween, cada uno se disfraza de lo que nunca fue: los saqueadores de ayer ahora vienen de analistas, los oportunistas de viejos sabios de Tik Tok, y los cínicos de patriotas incomprendidos.

Desde la cripta del cinismo nacional se oye su coro de lamentos, un canto gregoriano de arrepentidos profesionales. Los mismos que se empacharon con el festín estatal, ahora dictan cátedra sobre prudencia fiscal. Los que exorcizaban el FMI en la plaza, ahora lo invocan como santo patrono del ajuste gradual. Y entre letanías sobre “imperialismo norteamericano” y “soberanía energética” intentan convencernos de que la inflación del 23% fue culpa del mismísimo Lucifer… o del nuevo gobierno que aún no ha nacido.

Han alcanzado, sin duda, un nuevo récord en desfachatez: se marchan proclamando que dejan una economía sólida, estable y envidiable. ¡Qué ternura! Es como si el Titanic hubiera emitido un comunicado oficial asegurando que su travesía fue un éxito rotundo, salvo por un pequeñísimo detalle con un iceberg inoportuno.

Nos dicen, con tono doctoral y cara de prócer de cera, que los vamos a extrañar. ¿Extrañar qué queridos fantasmas del despilfarro? ¿Las filas nocturnas por gasolina, esas procesiones zombis en busca del último litro de diésel? ¿La recesión del –2,4 %, esa fosa común del crecimiento? ¿O el dólar desaparecido, ese espectro que se aparece solo en sueños y remesas? Tal vez echen de menos el gas, ese cadáver exótico que pasó de exportar 6.500 millones a 1.500, como quien baja del yate del éxito al triciclo oxidado de la decadencia.

¿Extrañar qué queridos fantasmas del despilfarro? ¿La deuda pública que ya ronda el 90 % del PIB, ese monstruo de siete cabezas que devorará los sueños fiscales de varias generaciones? ¿La proeza de haber logrado 12 años consecutivos de déficit fiscal, como quien colecciona fracasos en serie y aún exige medalla al mérito?

¿O tal vez extrañaremos el cementerio de empresas estatales, esas tumbas con nombres pomposos que yacen abandonadas entre las ruinas de la incompetencia y la corrupción?

¿Echaremos de menos la gallina de los huevos de oro, a YPFB, que murió no de vieja, sino de exceso de intermediarios y mala administración, mientras sus verdugos todavía juran que cacarea? ¿O acaso lloraremos la tragedia de la educación convertida en una fábrica de diplomas zombis y del sistema de salud, que ni con exorcismos atiende a tiempo a sus pacientes?

¿O creen acaso que extrañaremos la estafa del litio? Ese espejismo de mil millones de dólares con el que jugaron a ser alquimistas del altiplano, prometiendo convertir las salmueras en oro, la esperanza en exportaciones y los sueños en baterías.

No, queridos espectros de la canallocracia, lo único que podemos extrañar será la tranquilidad de no verlos nunca más manejando un presupuesto o gestionando alguna política económica. Todo lo demás, se queda bien enterrado en el panteón nacional de los errores repetidos.

Ahora bien, a estas alturas ya no hablamos de ideología, sino de fanatismo, de la Iglesia del autoengaño perpetuo, con templos, misales y altares dedicados a la incompetencia. Sus fieles predican que todo fue culpa del clima, del contexto internacional o de una conspiración interplanetaria orquestada desde la NASA. Y, como buenos mártires de su propio desastre, todavía piden aplausos, incienso y un espacio en el panteón de los próceres del despilfarro.

Conviene recordarles, antes de que regresen al más allá, que fueron ellos, sus líderes, sus ministros, sus cortesanos y sus mascotas intelectuales quienes desataron esta maldición económica. Los culpables de las filas eternas, la corrupción rampante, el derroche monumental y la inflación que convirtió la canasta familiar en una casa del terror.

Gobernaron con abundancia y dejaron miseria. Hicieron del gasto público una ouija que movía sola las cifras hasta que el país se quedó sin espíritu, ni reservas.

Ahora, cuando sus sombras vuelven a la academia buscando redención, propongo recibirlos como corresponde: con una cátedra de condena, con un taller de necroeconomía aplicada. Que sus clases sean dictadas en un anfiteatro frío e iluminado por velas fiscales. Que expliquen paso a paso “cómo quebrar un país” en diez sencillas lecciones, mientras proyectamos las gráficas que ellos mismos borraron.

Así que, señores del desastre, bienvenidos a su última clase. No se preocupen por el examen: ya están reprobados desde el prefacio. Lo único que les queda es desfilar con dignidad, si pueden, hacia el cementerio de las ideas fallidas.

Ejerceremos, sí, el derecho no al perdón, pero sí al olvido. No por bondad, sino por higiene mental colectiva. Sus ideas ya tienen su lápida, está en la nota al pie de la historia, justo al lado de los falsos mitos de la “economía blindada”, del “modelo exitoso” y de la “revolución productiva” que nunca fue.

Nosotros seguiremos reconstruyendo el país, mientras ustedes descansan en paz o en déficit, que es casi lo mismo.

Y, por último, como epitafio científico y recordatorio de utilidad pública, grabado en mármol con fuente Times New Roman 14: “No sean mamones.” Eso sí: happy Halloween.

Gonzalo Chávez es economista.



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