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21/07/2020

Los billetes en la pandemia

“Tu cambio, caserita”… Así me entregaba el cambio por las 50 naranjas que le compré, la simpática señora de pollera que, afanada, vendía sus productos en uno de estos famosos mercados ambulantes que han proliferado en casi todas las esquinas de la ciudad de La Paz.

Casi sin aliento por el barbijo, y después de buscar el cambio en el lugar más recóndito de lo que yo hasta ese momento consideraba como “unos voluminosos pechos”, sacó a relucir un fajo de billetes que, por la cantidad acumulada, no tuvo más remedio que contabilizar removiéndose el barbijo y humedeciendo su pulgar derecho.

Ni ella ni yo llevábamos guantes y, ante mi sorpresa y desconcierto por no querer recibir el cambio, de manera muy amable me ofreció darme otro billete si es que consideraba que podía ser falso o estar demasiado arrugado.

Por supuesto no eran las condiciones del billete de 50 bolivianos lo que me preocupaba sino el potencial riesgo de contagio a través de este…  Algo de lo que me percaté en unos breves segundos y que es la razón por la cual me permito escribir esta reflexión.

¿Cuándo perdimos el sentido común? No hace falta ser epidemiólogo para darse cuenta que no tiene ningún sentido desinfectar las superficies comunes, las suelas de los zapatos, la ropa y hasta la garganta como peligrosamente lo insinuó Mr. Trump, si vamos a seguir utilizando como medio de pago billetes y monedas que se estima pueden llegar a tener hasta 26.000 bacterias y virus como ser E. Coli, Salmonella, Influenza, Norovirus, Rinovirus, Hepatitis A, Rotavirus, etc. Todos ellos documentados en el National Library of Medicine y considerados en varios estudios como una de las fuentes más importantes de agentes patógenos.

Por consiguiente, no debe sorprendernos que una de las primeras medidas que tomaron países mucho más desarrollados que el nuestro -como ser China y Corea del Sur-, que han sido capaces de contener la pandemia, fue la de destruir en primera instancia y esterilizar posteriormente el dinero en efectivo antes de ponerlo nuevamente en circulación. Otro ejemplo claro es la Reserva Federal de los Estados Unidos que “secuestró” y puso en “cuarentena” los dólares repatriados de Asia como medida preventiva, según informó la agencia de noticias Reuters. De la misma forma el Ministerio de Transporte de España incorporó dentro de las normas para viajar en transporte público el que sólo se pueda pagar con tarjeta para acceder a este tipo de servicios.

Surge entonces la duda: ¿Por qué no hay una recomendación clara en este sentido por parte de los organismos de salud internacionales y nacionales para utilizar medios de pago alternativos que sean de menor riesgo para la salud pública? Indagando y profundizando más en el tema si la hubo, es más, la primera recomendación clara en este sentido fue hecha por la Organización Mundial de la Salud al inicio de la Pandemia en el diario británico The Telegraph, aconsejando que se trate de evitar los pagos en efectivo. "Sabemos que el dinero cambia de manos con frecuencia y puede recoger todo tipo de bacterias y virus", señaló inicialmente el vocero de la OMS.

No obstante, debido a presiones de diferentes grupos de poder que seguramente obedecen más a intereses de tipo político que sanitario, rectificaron alegando que sus palabras habían sido malinterpretadas y que su intención no era otra que transmitir una “buena práctica de higiene” como lo es lavarse las manos “inmediatamente después de manipular dinero en efectivo”.

Independientemente de las razones por las cuales este organismo -que por cierto está pasando por uno de los peores momentos de su historia por la falta de credibilidad y constantes contradicciones en el manejo de esta crisis- se ha visto obligado a rectificar, lo cierto es que lo planteado no deja de ser (por lo menos en nuestro país) una utopía muy difícil de cumplir. Solo basta con pensar en la cantidad de bolivianos que comercializan productos y servicios en las calles o en los mercados informales intercambiando billetes posiblemente contaminados y que no tienen ni tendrán en el corto plazo a su disposición “inmediata” un baño público o algún tipo de servicio de agua potable. Este segmento de la población es el más vulnerable a enfermarse y a ser el foco de contagio para otros como ocurrió en Perú, México y donde empezó esta pandemia, Wuhan, China.

La solución a este problema, como bien lo mencionó otro columnista en un artículo anterior, no pasa por comprar respiradores a última hora, sino por empezar desde ya a trabajar en un mejor sistema de salud. De la misma forma que la solución a posibles fuentes de contagio no es tan simple como usar barbijos, guantes y quedarse en casa. Tal vez ese tipo de consejos sirva para países como Estados Unidos, Alemania o Japón donde la mayoría de los comercios tiene un establecimiento propio con baño público y en caso de no poder abrir dichos establecimientos por una cuarentena total o parcial, tienen desarrollado ya un comercio electrónico y digital que incluye sistemas de pago alternativos mucho más seguros y eficientes que les permite seguir generando ingresos. Tenemos que ser capaces de encontrar soluciones de fondo a través de políticas públicas enfocadas en nuestra realidad para no solo enfrentar la crisis actual que estamos viviendo, sino también prepararnos para otras futuras.

No puedo dejar de pensar en la cholita frutera y en su “caja fuerte” de pecho que ya hace algunas semanas desapareció del barrio a pesar del negocio lucrativo que aparentemente tenia y que tal vez ya no importe.

Nadia Diab es especialista en publicidad y comunicación corporativa.



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