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El Satélite de la Luna | 10/05/2025

Lecciones del Apagón

Francesco Zaratti
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El pasado 28 de abril, desde las 12:30 hasta pasada la medianoche, gran parte de la península ibérica sufrió un Apagón (con A) de la red eléctrica y que tuvo consecuencias parecidas a un desastre natural, pero sin víctimas. A falta de un informe final, se tiene una idea precisa de lo que ocurrió y por qué ocurrió. Más importante, hay lecciones de ese evento que es necesario aprender.

Con el Apagón ha quedado confirmado que la energía, y en especial la electricidad, es el alimento de la economía: sin ella la actividad económica se reduce casi a cero debido a la dependencia que la vida moderna tiene de la energía eléctrica.

Estamos acostumbrados a dividir las fuentes de generación eléctrica en renovables (sol, viento, agua, geotermia y biomasa), no renovables (carbón, hidrocarburos y sus derivados) y, aparte, la nuclear. Metafóricamente, las renovables son los alimentos “orgánicos” y las no renovables la comida chatarra, con la diferencia que los primeros son más saludables, pero más caros y estacionales, mientras los segundos son más baratos y se los encuentra todo el año en cada esquina.

La primera lección del Apagón es aprender a distinguir las fuentes de energía de otra manera: en “intermitentes” e imprevisibles (por ejemplo, granjas solares y eólicas) y “en firmes” y programables (por ejemplo, nucleares, termo e hidroeléctricas). España, por sus condiciones geográficas, ha apostado por las primeras, logrando que los costos de generación sean menores que los de las fuentes “en firme”. Consecuentemente, estas últimas han sido relegadas en favor de las intermitentes. De hecho, en el momento del Apagón varias termoeléctricas estaban apagadas por ser su energía más cara que la solar fotovoltaica (¡era mediodía!): ésta daba cuenta, con las demás renovables, del 70% del consumo. Una consecuencia no esperada fue que las oscilaciones de las energías intermitentes no pudieron ser gestionadas adecuadamente, saltaron “los fusibles” y el resultado fue catastrófico.

Por tanto, una segunda lección es que las fuentes renovables intermitentes son buenas y baratas, pero necesitan una red de distribución robusta, con una matriz de generación variada (como un buen menú) e inversiones cuantiosas para estabilizar las oscilaciones y almacenar el exceso de energía producida (léase, boletas más caras).

En suma, la culpa del corte eléctrico no fue de las renovables, menos de la transición energética, sino de la deficiente gestión de la red que, otra limitante, ni siquiera está adecuadamente integrada a la red europea, que bien podía haberla “socorrido” para recuperarse. De aquí una tercera lección: la complejidad de las redes eléctricas y la eventualidad de apagones por diferentes causas, incluso naturales, obliga a tener operando interconexiones con los países cercanos.

Por último, la generación distribuida, la de los domicilios y empresas privadas, pensada para autoconsumo pero usada para vender electricidad a la red, también se desconectó con el Apagón, por razones de seguridad, frustrando la expectativa de esos usuarios de tener “su” electricidad. Desde luego esa dependencia de la red externa puede manejarse técnicamente para evitar ese inconveniente, pero cuesta.

Finalmente, hay también lecciones para Bolivia: el agotamiento de las reservas de gas y el fracaso del estatismo secante obligan a apostar por las fuentes renovables que se tiene, en firme e intermitentes. Pero esa urgente transición hay que hacerla inteligentemente: con un menú variado, con el apoyo de las termoeléctricas de ciclo combinado y con sistemas digitalizados de manejo de la red. Sobre todo, con una apertura al capital constructivo privado que el modelo masista ha sido incapaz de dar.



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