Lo que pensamos que había desaparecido en realidad continuaba agazapado. Una de las características de esta elección, mucho más en la segunda vuelta, es la intolerancia que nace de la guerra sucia.
Muchos se creen al pie de la letra lo que insinúan algunas publicaciones en redes: que Samuel Doria Medina era masista porque formaba parte la Internacional Socialista (¡plop!), que Rodrigo Paz estaba cerca de Evo Morales (doble plop) y que Edman Lara, por “atrevido”, era poco menos que el diablo para una sociedad que se persigna cuando se ve al espejo de sus prejuicios.
Quien no piense de esa manera, quien no repita lo que dicen las redes, quien exprese una opinión contraria a través de cualquier medio corre el riesgo de ser satanizado e insultado de inmediato, como si fuera traidor a alguna causa desconocida que emerge luego de años en los que se guardaban las formas y se optaba por una suerte de corrección política.
Pero ahora que se ha declarado la “piedra libre” –por mí, por ti y por todos mis compañeros que permanecieron callados– vuelven a escucharse expresiones racistas y discriminatorias y, antes de validar o contrastar las ideas, se prefiere ir directo hacia los adjetivos.
Si eres de clase media o media alta y dices que no vas a votar por Libre, entonces viene la andanada de insultos y agresiones. Eso es lo menos a lo que se expone alguien por traicionar al segmento social al que, supuestamente, pertenece. Por eso, mucha gente prefiere no decir cuál es su preferencia y elige la salida, mucho más fácil, de esconder su voto hasta el último día.
No son tiempos fáciles para la libertad. Transitar de un esquema autoritario y de censura a otro de similar corte no es ningún avance, ni le hace bien a la democracia. Es más, la enfermedad que arrastramos desde hace casi veinte años parece agravarse.
Lo que se sentían víctimas ayer, disfrutan ahora ante la sola idea de convertirse nuevamente en victimarios y el círculo vicioso continúa dando vueltas irremediablemente.
Y no, no es una cuestión solo de plata, de crisis, de dólares escurridizos, de indicadores a la baja y de tanques de gasolina y diésel vacíos. Asistimos también, por si fuera poco, a otra crisis, tal vez más grave, que no se resuelve con préstamos, ni ajustes: a la entronización del prejuicio como argumento del odio, como factor de cambio, y del racismo como parte de una conducta que profundiza las diferencias y nos hace sentir, con profundo desencanto y dolor, que de nada sirvió todo lo que vivimos y que la democracia es solo un pretexto para el ajuste de cuentas.
Hernán Terrazas es periodista.