Se llamaban Carlos Enrique y Daynor. Eran policías desplazados a Llallagua, donde debían contrarrestar los enfrentamientos entre evistas y vecinos. Eran tres pasajeros de un bus en Uncía. Tuvieron la mala suerte de viajar en día de bloqueo y murieron cuando el chofer intentaba esquivar una carretera cerrada por las piedras. Hasta ahí son cinco fallecidos y no es apenas una estadística, sino vidas de padres, amigos, hijos o hermanos que han sido robadas por la ambición enfermiza de un caudillo al que no le importa que haya muertos siempre que él se mantenga en el poder. En su propia decadencia y en la de su partido, no le importa arrasar con todo.
A estas víctimas les perjudicaron la vida, pero hay millones a los que les roban la ilusión de vivir en paz o de vivir un poco mejor en un país donde la realidad muestra que cada día se vive peor. La economía y la ilusión de los bolivianos se desmoronan estrepitosamente, fruto de la decadencia.
El despilfarro de más de 28.000 millones de dólares de la renta petrolera tiene nombres y apellidos: Evo Morales, Álvaro García Linera y Luis Arce Catacora. Son lo mismo, aunque ahora traten de diferenciarse. Ese dinero bien utilizado pudo haber dejado un país con mejor salud, mejor educación, con un crecimiento importante si se impulsaba a la empresa privada, en vez de competirle con empresas estatales y corruptas.
Ahora no solo hay bloqueos y violencia que son alentados por los apetitos de Evo Morales. También hay falta de combustibles, ha caído de importación de bienes de capital y de insumos, lo que redunda en la estrepitosa caída de la producción. La economía informal se infla como un globo porque el sector formal es inviable en medio de tanto castigo y gula de un Estado que solo succiona recursos de quienes tributan y quieren hacer las cosas bien. Si los más de 28.000 millones de dólares se hubieran invertido bien, Bolivia tendría empleo de calidad y autopistas de sueños para emprendimientos y generación de puestos de trabajo. En cambio, ahora hay subempleo y la pobreza es un grito ahogado en las calles, porque los que ganan un salario mínimo nacional o menos ya no cuentan con fondos para comer con dignidad.
La decadencia del Movimiento Al Socialismo nos deja la caricatura de un líder político histórico que en su afán de perpetuarse en el poder deja ver el agotamiento de su discurso y la fractura del partido que lo encumbró en un pedestal donde era admirado desde dentro y fuera de Bolivia. La bestia se traduce en maldad y crimen, por un lado, y en inacción y corrupción por el otro. El agotamiento y la falta de valores determina que ni él ni sus seguidores se molesten en dar explicaciones por las acusaciones de estupro, como se llama legalmente a su enfermizo gusto por las adolescentes. Tampoco se sonroja cuando un día llama a bloquear y al día siguiente dice que él no ordenó el cierre de carreteras. Su heredero se sumerge en la irresponsabilidad de culpar a otros por lo que él es incapaz de resolver. Incapacidad o complicidad, vaya uno a saber.
La decadencia deja ver a un gobierno que deja hacer a Evo Morales, que lo amenaza, dice cosas de él, pero no impone orden para que este dirigente y expresidente deje de causarle tanto daño a Bolivia. Un gobierno que le teme y que es incapaz de gobernar. Ambos dicen amar a este país y a sus habitantes, pero mientras arman el relato, continúan saciando los apetitos de poder y de dinero, mediante los bloqueos, las pugnas y el ataque sistemático a la economía. Hablan de renovación porque tienen a un candidato sub 40, pero la edad no es sinónimo de nuevo si en esa mente se mantienen las viejas mañanas, teñidas por el autoritarismo y la corrupción. En la postura de Andrónico Rodríguez hay paños fríos, pero no hay censura a la barbarie que estamos viendo.
La decadencia del MAS arrastra a Bolivia y muchos de los ciudadanos viven el síndrome de Estocolmo porque, a falta de líderes fuertes y hegemónicos en el bloque opositor, aún creen que la solución para el país puede salir de este partido azul que tiene las riendas del poder desde hace 20 años.
Los opositores existen porque son contestatarios, pero no logran construir la fuerza que necesitan para cambiar la política nacional. Es como que también están instalados en una zona de confort desde la cual no logran mostrar un horizonte diferente y esperanzador.
En este círculo vicioso, que no se rompe por ningún lado, es agobiante pensar que la democracia es demasiado frágil y que puede quebrarse en cualquier momento. Que el autoritarismo va tomando protagonismo y que la normalización de aquello que se combatía, como la falta de libertad y dignidad para la ciudadanía, suma adeptos. Entretanto, la superficialidad le gana a la profundidad.
¿Quién da la talla? Hasta aquí solo la ciudadanía. Los vecinos de Llallagua que salen a defenderse, mientras ven con estupor cómo asesinan a los desguarnecidos policías que envían para decir que desbloquean. Si el Gobierno no asume su responsabilidad ni actúa como manda la Constitución seguirá el luto y la destrucción. La decadencia del MAS amenaza con arrasar Bolivia.
Mónica Salvatierra es periodista.