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09/07/2020
De media cancha

¿Indígenas con coronavirus? Que esperen, tenemos que votar

Diego Ayo
Diego Ayo

Hay indígenas contagiados de COVID-19. ¿Se pueden hacer las elecciones en septiembre en esas condiciones? Nunca tuve un resquicio de duda de qué técnicamente podemos organizarlos. Pero el problema no es técnico. Técnicamente podemos no sólo hacer elecciones, podemos exportar recubriendo productos de plásticos anticoronavirus, podemos apresar ladrones dotándonos de policías en trajes anticoronavirus y podemos llevar a nuestros niños a la escuela ataviados de disfraces anticoronavirus. Sí señor, podemos desarrollar un largo etcétera de sucesos perfectamente logrables anticoronavirusmente. 

El asunto no es ese. Cabe recordar a los despistados que criticaban a los masistas por ser fundamentalistas de la inexactitud, que los fundamentalistas de la exactitud, es decir los técnicos, son más o menos igual de riesgosos.

El asunto es otro, que tiene que ver con el cuidado de las personas que temen contagiarse. Es un miedo que disminuye tomando cuidados. Disminuye, sí, pero no desaparece. He ahí el meollo del asunto. No estoy hablando siquiera de tener tiempo para saber qué proponen los partidos políticos para el futuro (in)mediato. De eso no hay ni rastro. El futuro termina el 6 de septiembre y los partidos se limitan a criticar. Ah no, me olvidaba que después de criticar, critican. 

La brillante columna de Robert Brockmann (“El peor momento de la patria”) me hizo repensar. ¿Qué dice el autor? En buenas cuentas y de modo convincente, que en septiembre podríamos estar peor. Mejor votamos de una vez. Sin embargo, hay un asunto, al que vuelvo, y me hizo reafirmar mi inquietud respecto a esta próxima fecha: la vida misma, ejemplificada por los más débiles de los débiles: los indígenas de tierras bajas. Recuerdo que en los 90 aparecieron en la vida pública. Cuando se le dijo a cierta autoridad gubernamental que los indígenas de tierras bajas venían hacia La Paz, se limitó a decir “no pasa nada, no entienden mucho y usan taparrabos, no van a poder llegar”. Llegaron, emprendieron después diversas marchas y terminaron en 2002 demandando la Asamblea Constituyente. Pasó pues algo. Alguito ciertamente grandioso. ¿Algo más? Claro, se volvieron diputados: siete circunscripciones indígenas para ellos. ¿Poco? Tal vez, pero el avance adquirió una encomiable solidez. 

En adelante, la cosa se tornó ferozmente anti-indígena: de diputados desaparecieron del mapa limitándose a obedecer. ¿Resultado? Como lo dice el talentoso investigador Álvaro Diez Astete, entre 16 a 22 pueblos indígenas corren el riesgo de desaparecer. Leyendo una investigación pude comprender que de las casi 7.000 lenguas que se hablan hoy en día desaparecerán al menos 6.000 hasta 2050. Ah caramba, ¡al fin estábamos en línea con el mundo!

Existe un suave etnocidio en curso volviéndose no tan suave: los indígenas no adquirieron mejores condiciones en el auge “indigenista” de 2006 a 2019. No se hizo lo que se prometió hacer y se los continuó ignorando a pesar de la bulla mediática proindigenista de Evo Morales. En todo caso, no escribo para recordar lo que sabemos.

Escribo para dejar en claro que la pulcritud técnico-electoral enmudece nuevamente la existencia de estos pueblos, respaldados por quienes deberían ser los responsables de apoyar a estas poblaciones: los candidatos. ¿Resultado? “La última actualización indica que en Lomerío se registraron 27 casos, en el pueblo Yuqui, 20, en el guarayo, 14, yuracaré, siete, cayubaba, cinco y cuatro en charagua iyambae. Hacen un total de 77 casos positivos” (Página Siete, 26-6-20). ¿Grave? Sí, con un añadido dramático: 49 de los 58 territorios indígenas están ya rodeados de municipios con COVID-19. ¿Y todos estos ciudadanos deberían ir a votar? Psi. Pero si no van, pena, penita. 

¿Qué hacemos? Primera reacción: “ay qué pena, ¿pero desde qué hora podemos ir a votar?”: paternalismo tecnicista. Segunda reacción: “pobres nuestros hermanos que el gobierno racista los echa al olvido”: descaro masista. Tercera reacción: “van a aguantar, son valientes y vienen resistiendo hace milenios, ¿qué es ps una eleccioncita más?”: cojudez idílica. Cuarta reacción: “vamos a perder nuestra condición multinacional, qué lamentable”: academismo malsano. Quinta reacción: “son poquitos, después de la elección vemos qué hacer, no vamos a hacer lío por tan poca gente, ¿no?”: fundamentalistas de la democracia del número. Sexta reacción: “vamos a salvarlos, debemos asistir a los más pobres de los pobres y permitir que voten”: sensatez patriótica. 

¿Hay mucho que debatir? No tengo duda: el debate nacional, visibilizado gracias a estas vidas en peligro, debe ser ese: cómo protegemos a los más débiles de los débiles. Me pregunto: ¿tenemos una estrategia de protección a las poblaciones más vulnerables en su lucha contra el COVID-19 y/o algún plan electoral que contemple la salvación y progreso de estos habitantes? Ah, no, no hay, perdón, olvidé que tenemos que ir rapidito a votar el 6 de septiembre y ya no da tiempo para atender a esos 77 indiecitos.

Diego Ayo es cientista político.



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