Una humillación se da cuando una persona le dice a otra algo hiriente, groserías, humillaciones, términos despectivos o hace comparaciones; la daña anímica y mentalmente. Lo más preocupante es que el lenguaje violento no es tan perceptible, y la mayor parte de las veces es aceptado y justificado socialmente.
Ver a María Galindo caída y hostigada por jóvenes de la UPEA, impidiéndola participar en un evento al que fue invitada, fue un acto de humillación que nadie se merece. Estamos ante una conducta que, de un tiempo a esta parte, pone al descubierto una práctica que forma parte de un comportamiento que se ve en las calles, mercados, en la Asamblea Legislativa, sindicatos, en escuelas y barrios… en todas partes.
La humillación se expresa por medio de palabras encendidas de odio, también por medio de silencios que invisibilizan a las víctimas y por acciones intempestivas contra personas u objetivos a los que se pretende humillar. Es la forma más generalizada de la venganza, del resentimiento y una forma de “castigo” social. A los hombres les ponen polleras, a las mujeres les cortan el cabello; las acusan de putas y traidoras, hasta el punto que, en algún momento, las pueden matar, como ocurrió con la concejala Juana Quispe de Ancoraimes.
Alguna gente pensará “se lo buscaron”, dejando volar la idea de que las víctimas provocaron.
Hay quienes afirman que esa forma agresiva de hablar y actuar responde a características de clase. Ese criterio se está aplicando, por ejemplo, con un candidato a Vicepresidente, el capitán Lara, de quien algunos analistas señalan reflejaría lo “nacional popular” –pobre Zavaleta–. Además, afirman que, tras previos estudios, llegaron a la conclusión de que, si Paz gana las elecciones, lo hará gracias a la conexión con “lo popular”, y esto gracias a Lara. Sin mostrar evidencia alguna sostienen que los Lara y las Galindo son la voz del pueblo, y que son los clasemedieros, hechos a los jailones, son quienes prefieren los buenos modales.
No es cierto, la política, en el sentido amplio de lucha por el poder, es una guerra que utiliza los medios que dispone. En el caso de las elecciones, aparecen expertos, como un tal Durán Barba, cuya guerra sucia explica, en parte, el triunfo de sus candidatos.
María Galindo, por su lado, viene librando una especie de guerra sucia contra el feminismo tradicional, antiguo, cuyas debilidades le han servido, en parte, como una de las causas que la han encumbrado hasta instalarse como ícono, a tono con los tiempos que vivimos.
No se debe olvidar que Andrés Soliz Rada, un nacional popular por excelencia, crítico acre del feminismo de la igualdad, le abrió las puertas de su semanario celebrando, precisamente, el estilo irreverente que la caracterizaba. El propio Carlos Mesa le dio un espacio en PAT, desde donde Galindo disparó contra quienes consideraba sus enemigas. El atractivo de Galindo es innegable y es tan transversal –como el que logra Lara– entre quienes sienten y creen que ella es la voz de los sin voz. Dogma populista que atraviesa clases, castas, partidos y que se ha mostrado especialmente en estos tiempos como un lenguaje exitoso.
No importa cuán ajena se encuentre la verdad, más importantes que sus ideas son las formas. Gusta cómo dice lo que piensa, no lo que piensa.
¿Por qué la sociedad tolera y hasta celebra el abuso? Una explicación tiene que ver con la ausencia, ineficacia y corrupción de las instituciones, especialmente las de la justicia. De la falta de legitimidad en las entidades que deberían proteger a las personas ha dado lugar al surgimiento de numerosos liderazgos proclives a tomar la justicia por mano propia. Eso es lo que Galindo hace desde hace mucho tiempo, ejerciendo un populismo punitivista que ha ocupado un espacio vacío. Ella puede ser fiscal, jueza, comunicadora y predicadora, y desde esos múltiples roles ha puesto en marcha un sistema de justicia paralelo y sesgado, por medio del cual acusa, juzga y sanciona. Esta vez, al parecer, ha probado de su propia medicina, la misma que reparte cuando ocupa oficinas públicas, interpela a funcionarios, candidatos e intelectuales (casi siempre salen contentos los que resisten y humillados quienes no juegan su juego). Sin embargo, aún así, no se merece el maltrato. Quizá por eso, el Círculo de Mujeres Periodistas, integrado por respetables profesionales, que nunca han criticados sus excesos, ahora defienden su derecho a la expresión, contrastando con su silencio ante sus agresiones habituales.
Galindo ejerce un tipo de liderazgo que no favorece a la democracia porque es unipersonal e irrespetuoso. Lo puedo decir porque fui una de las primeras feministas que recibió sus golpes físicos y mediáticos convertidos en barricadas, frente a las cuales es preferible callar; salvo hoy, cuando las vueltas de la vida me hicieron recordar las humillaciones vividas por mí y otras mujeres.
Es la crisis institucional y moral la que ayuda a entender por qué se han impuesto el abuso y la violencia, y por qué ocurre esto ante la mirada complaciente de mucha gente. Digo gente –no ciudadanía– acostumbrada a confiar más en los machos y machas, que con el látigo en la mano se hacen cargo de defender a los “más vulnerables, haciendo uso de un recurso que parece inocuo pero que en realidad produce mucho daño y tomará generaciones en ser extirpado.
Cada barricada es un momento de placer y desahogo para quienes quisieran estar en el lugar de los “justicieros” y cuya fuerza es un legado del MAS. Mientras no haya justicia habrá Galindo para rato.
Sonia Montaño es feminista.