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31/01/2020
El Compás

HCF Mansilla y la Biblia

Fernando Molina
Fernando Molina

HCF Mansilla ha publicado con Erika Rivera un artículo casi por completo dedicado a fustigarme. Sorprendentemente, apoyan sus ataques en una cita de... la Biblia: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3).

Este pasaje tiene belleza literaria, pero, como Mansilla debería saber, no puede aplicarse al debate intelectual, ya que constituye una falacia lógica. Incluso el peor criminal está facultado a decir una verdad exacta y pura (supongamos, un asesino exponiendo el teorema de Pitágoras). Por tanto, la opinión sobre “la paja ajena” puede ser veraz e incontrovertible, aunque la “viga” del que la enuncie posea un tamaño descomunal.

Así que esta “verdad revelada” no es más que una antiquísima versión del muy terrenal y muy indigente argumento “ad hominem”. Fernando Molina no puede criticar al gobierno transitorio, cuyos pecados son una “paja”, afirma Mansilla, porque nada ha dicho respecto a la “viga” del gobierno anterior.

Profundo.

Basarse en la Biblia está bien para beatos y, ahora último, para políticos demagogos, pero, el autor de “El carácter conservador de la nación boliviana” no tenía por qué infligirse a sí mismo tal recurso de una baja retórica.

Por otra parte, la sentencia bíblica que Mansilla ha dado en encontrar es, como el lector se habrá dado cuenta, completamente reversible. Yo también podría pedirle que deje de preocuparse por mi “paja” y que se haga cargo de su “viga”, etc. Solo que, despreocúpese el lector, no seré tan pueril.

¿Realmente no veo la viga del MAS? Para no apelar a mis al menos cuatro libros de crítica a este partido, publicados en épocas menos antimasistas que las actuales —Mansilla podría argumentar que he cambiado—, citaré algunos de mis últimos artículos: “Los silencios ‘decidores’ del MAS” (Brújula Digital, 17-12-2019), “Una relación tóxica” (La Razón, 23-1-2020), etc.

En el artículo de mi autoría que Mansilla usa para atacarme hay críticas al MAS que, inexplicablemente, este autor lee como si fueran lo opuesto, es decir, halagos al partido de Evo Morales.

Yo digo: “la lucha (opositora) por conservar la democracia” y Mansilla lee: “la lucha (del MAS) por conservar la democracia”.

Leer al revés no sería raro si mi oponente fuera un enemigo mío, un semianalfabeto agazapado en alguna de las encrucijadas de internet, pero resulta incomprensible tratándose de un escritor consagrado, que además solía considerarse mi amigo. ¿Qué bicho le habrá picado?  ¿Quizá Fernando Camacho y Jeanine Añez también llevaron “la Biblia al Palacio” de su mente?

José Ortega decía que la cortesía del filósofo es la claridad. Por otra parte, la moral del filósofo consiste en no leer mal a quien se va a criticar.

¿Y la estética?, ¿en qué reside el buen gusto del filósofo? En no sumarse a las olas masivas de opinión solo por preferir una conveniente popularidad a una sincera amistad (ya que no con Platón, con la verdad). Así lo enseñaba Mansilla cuando todavía prefería a Marco Aurelio que a Mateo. Pero el país ha cambiado.

Sigamos. Mansilla y Rivera dicen que los escritores de “la izquierda caviar”, categoría en la que me incluyen, “no vierten una sola palabra en torno a los problemas realmente serios” del país. ¿Y cuáles son estos problemas realmente serios? “El fraude electoral, la corrupción del régimen de Evo Morales, las manifestaciones de autoritarismo, las innegables conexiones entre el gobierno y el narcotráfico, el incendio del bosque tropical, el mal funcionamiento de las instituciones estatales y hasta las ejecuciones extrajudiciales (como los casos Porvenir y Hotel Las Américas)”.

Bien dicho, excepto porque, ay, no soy yo, sino Mansilla el que jamás ha dicho una sola palabra sobre estos temas (por lo menos no nombrando específicamente al gobierno de Morales). Como cualquier lector de diarios sabe, él siempre se ha ocupado de asuntos más abstractos y generales. Entonces, ¿de qué va su indignación?

Ser implacable critico de Evo Morales hoy mismo no tiene ningún mérito intelectual o moral especial, solo equivale a patear un árbol caído. Se trata de un medio banal para conseguir algunos buenos y sencillos placeres de la vida, como que la gente de los cafés lo considere a uno muy inteligente... Que a ello se entreguen los que crean que no pueden hacer algo más valioso con su vida, vaya y pase. Pero, ¿también HCF Mansilla?

En un apartado más interesante de su artículo, Mansilla y Rivera consideran que mi enfoque del proceso boliviano último como un enfrentamiento racial es “retrogrado” y “premoderno”. Luego no se dignan a justificarlo (¿tal vez sea mucho esperar que alguien cumpla hoy en día con el elemental deber racionalista de justificar lo que dice?)

En realidad, como sabe cualquiera medianamente informado, la cosa es al revés: las razas están de vuelta al debate sociológico; regresan de la mano de la preocupación por los Trump y los Bolsonaro. Mansilla y Rivera se hallan estancados en los años 90, en ese tiempo ya lejano en que el último grito de la moda era la indiferencia por la identidad.

Por otra parte, Mansilla y Rivera son bolivianos blancos y, como la inmensa mayoría de los bolivianos blancos, son inconscientes de su privilegio racial y, simultáneamente, pretenden esconderlo. Ergo, creen que el racismo no existe en nuestro país. Que es un invento del MAS y la “izquierda caviar”. Para ellos, todos los que se movilizaron en las postrimerías del año pasado actuaron por “razones éticas”, por valores, y nunca jamás por racismo, como dice el premoderno Molina.

Sí, claro, examigos Masilla y Rivero. Amén.

Fernando Molina es periodista y escritor.



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