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La aguja digital | 20/10/2025

El saqueo y la viveza criolla

Patricia Flores
Patricia Flores

Desde los albores de la República, Bolivia ha caminado una misma senda: la del saqueo sistemático de su riqueza común. Su historia no se explica por ideologías, sino por ciclos de apropiación donde militares, izquierdistas, derechistas, progresistas y liberales se han sucedido en la misma práctica: convertir el Estado en botín, los recursos naturales en presa, y al “pueblo” en testigo impotente del expolio.

El botín ha sido siempre el mismo: los minerales del Cerro Rico, el estaño, los hidrocarburos, las aguas, los bosques y las tierras fértiles. Desde los tinterillos y ministros hasta empresarios, ujieres, dirigentes de movimientos sociales y burócratas polimorfos, todos alimentaron una cleptocracia cuya codicia drenó las arcas públicas y minó los cimientos de la ética o la probidad.

De la colonia al capitalismo dependiente

La burguesía boliviana, como tantas en América Latina, no nació del trabajo ni de la invención, sino del despojo, el saqueo y la usura. Aplicada heredera del modelo colonial, construyó fortuna sobre la apropiación ajena. Nunca pensó el país como proyecto nacional, sino como propiedad privada.

Su raíz es feudal, élites criollas‑mestizas que transformaron la astucia en virtud y el robo en signo de éxito. En nombre de la “viveza criolla” se erigió un capitalismo híbrido: financiero y productivo, pero subordinado al capital transnacional, dependiente hacia fuera y autoritario hacia dentro.

Como apunta el periodista Cae Santivañez, esta oligarquía consolidó su poder mediante la concentración de bancos, minas, agroindustrias, universidades privadas, mega constructoras, medios de difusión, y redes de comercio informal, desde la importación de vehículos y alta gama hasta la venta de ropa usada. Su arquitectura corporativa se sostuvo en el compadrazgo y las lógicas deformadas de reciprocidad: una suerte de ayni corrompido en el que el favor reemplazó al mérito.

Los años del reparto

El Plan Bohan (1941–1943) marcó un punto de inflexión: con él nació la agroindustria moderna en Santa Cruz y una nueva burguesía terrateniente, nutrida por migrantes europeos, menonitas y élites andinas trasladadas al oriente. Las dictaduras de Banzer y García Meza consolidaron ese bloque de poder mediante concesiones de tierras y privilegios energéticos.

 

Los proyectos públicos como la electrificación Cochabamba–Santa Cruz o Misicuni fueron adjudicados a cooperativas privadas, reproduciendo un patrón: deuda externa para beneficio empresarial y privatización del resultado.

El desfalco también llegó al corazón financiero del país. Los años ochenta y noventa vieron quebrar al Banco del Estado, Banco Sur, Banco Cochabamba, Bidesa, Banco de la Vivienda o Banco Minero, con ejecutivos prófugos y deudas condonadas. Fue otro capítulo del saqueo institucionalizado.

El siglo XXI: el saqueo bajo discurso indígena

El siglo XXI prometió redención. El ascenso del Movimiento al Socialismo (MAS) en 2006 anunciaba el fin del despojo. Sin embargo, el ciclo se repitió, con discursos nuevos. El Fondo Indígena, emblema de justicia redistributiva, devino símbolo de corrupción: millones desviados, obras fantasmas y dirigentes convertidos en empresarios con decenas de inmuebles y vehículos de alta gama, con sus descendientes lejos del país disfrutando los frutos del despojo.

Casos emblemáticos como Gravetal, CAMC, las barcazas chinas, el tráfico de hidrocarburos y las concesiones mineras irregulares gestionadas por la AJAM revelaron la aparición de una burguesía azul: nuevos empresarios aliados al poder político, depredadores de ríos y bosques amazónicos. El extractivismo adquirió rostro popular, pero su esencia siguió siendo la misma: saqueo del territorio, expansión del narcotráfico y conversión de áreas protegidas en zonas de lucro privado.

El modelo se sostuvo en el espejismo de la bonanza gasífera, mientras el país avanzaba hacia una deflación encubierta, contracción del consumo y caída de ingresos, que hoy exhibe sus efectos: endeudamiento, devaluación y deterioro institucional. Los nuevos ricos del siglo XXI, hijos del poder, viajan en jets privados, obtienen préstamos millonarios y brindan con champaña ante un pueblo que retorna a la precariedad.

Continuidades del despojo

Ni los golpes de 1971 y 1980, ni la crisis de 1985, ni el “proceso de cambio” de 2006, ni el retorno conservador de 2019 alteraron la lógica del saqueo. Se trata del mismo poder que muta de uniforme y discurso. La oligarquía minera‑financiera del siglo XX encontró continuidad en la burguesía agroindustrial del siglo XXI, mientras nuevas castas político‑empresarias emergieron de las filas del masismo.

El saqueo, además de económico, es ecológico y moral. Los ríos amazónicos envenenados por el mercurio, la tala indiscriminada, el contrabando, la frontera agrícola que avanza sobre territorios indígenas, son manifestaciones de esa violación del futuro. Bolivia, que alberga una de las mayores reservas biológicas del mundo, ve degradarse su patrimonio natural al ritmo del cinismo de sus dirigentes, incluso con la naturalización de la pedofilia, el narcotráfico, la prostitución y la trata, ante la indiferencia ciudadana.

El espejo del fracaso

Los herederos del despojo no desaparecen con los cambios de gobierno. La cleptocracia boliviana conserva su genealogía, perfeccionando sus métodos y su estética. De la Patiño Mining Company a las cooperativas del oro y los consorcios del litio, el país repite su destino de proveedor barato y saqueado.

La institucionalidad ha sido corroída por compadrazgos y “puertas giratorias”, donde exgerentes de corporaciones son luego ministros y los ministros se vuelven consultores de las mismas empresas. Ni la izquierda ni la derecha lograron romper ese pacto tácito de corrupción.

El resultado es un Estado succionado, miserable, sin rumbo, con su soberanía hipotecada. Con una economía raquítica y nuevamente, con jóvenes anhelando emigrar. Detrás de cada “proceso histórico” queda la misma estampa: una minoría enriquecida y un pueblo empobrecido.

Mendigo en su propia tierra

Hoy, el país vuelve a caminar hacia los pasillos del Fondo Monetario Internacional, repitiendo el bucle de los ochenta: después del saqueo, la súplica; después del festín de unos, el ayuno de muchos. Bolivia, que tuvo recursos para sostener su libertad energética, alimentaria y social, se enfrenta otra vez al espejismo del rescate externo.

El ciclo se cierra como empezó: con un pueblo que contempla la riqueza que otros arrancan de su suelo. Entre el latrocinio y el saqueo, la nación se mira en su espejo más lúgubre: el de una república y un Estado Plurinacional que en el Bicentenario sigue pidiendo limosna en su propia casa.

 

Patricia Flores Palacios es magister en ciencias sociales y feminista queer.



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