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13/08/2020

Descomposturas bolivianas

Con motivo de celebrar los 195 años de la independencia de Bolivia se me ocurre un examen de conciencia con el objeto de determinar qué es lo más me irrita de este hermoso país, cuyo nombre anda en boca de tanta gente demagógica y que sin embargo es mi patria, primera, única y final. La verdad es que mientras más enojado estoy con este país, más veo que soy más boliviano.

En primer lugar, debo admitir que Bolivia, geográficamente hablando, no tiene peros. Tiene de todo. Tiene precipicios, un Illimani, llanuras, ríos, bosques; lugares que cuenta con climas diversos (puede llover, ser un día soleado o un día con vientos o toda una mezcla de climas), etc. Sobre todo en Bolivia hay dónde escoger. Si no le gusta a uno el calor, se va al lugar frío. Si a uno no le gusta los llanos y prefiere ver las montañas, puede elegir entre ellas.

Pero que tiene defectos. El principal de ellos es que Bolivia tiene bolivianos, muchos de los cuáles son acomplejados, metiches avorazados, desconsiderados e intolerables o en muchos casos no tienen resiliencia.

A la mayor parte de estas características, que son responsables, en parte, de que estemos como estamos, yo no les veo una compostura ni corto ni a mediano plazo, mucho menos a largo plazo. Como diría uno: a este país no lo arregla ni el mecánico.

El boliviano es acomplejado. Este rasgo no tiene nada de inexplicable. Raro sería que no lo fuera. Una buena parte de los bolivianos vive del favor que le hace a la parte de los partidos políticos. Este lugar es como el seno materno, que no es lugar propicio para desarrollarse y ser independiente. Otro grupo, más numeroso, está frustrado por su ocupación, es decir, el que estudió para ser abogado está de taxista o chofer de minibús para poder subsistir, aprendió a ser cálculos matemáticos y tiene que hacer de peón de albañil, y todos, absolutamente todos, saben que el único que prospera es que el hace política o candidatea para hacer política y así ocupar un puesto.

El boliviano está convencido de que el mundo está lleno de buenos y malos. Los buenos somos nosotros y los malos los demás o en su defecto, aquellos que tienen una ideología de opresión hacia el pueblo.

Además de eso, el boliviano tiene muchas burlas a cuestas. Sabe que vive en mundo infantil, en el que el que no llora no mama. Por eso marcha o bloquea o pone a la democracia (concepto en desuso en el contexto boliviano) como excusa para ser escuchado. Es avorazado no sólo de dinero, sino también de posición; finge que no ve la cola y se mete directo a la taquilla, da vuelta donde le conviene y causa un conflicto de tránsito; si es político o pretende vivir de la política (manera más fácil para ser reconocido y tener posición en el contexto boliviano) siempre debe encontrar a uno que le lleve las ideas contrarias para denigrarlo y así consagrarse como víctima de aquellos que ofendió.

Además de avorazados, los bolivianos son quejumbrosos, y peor, están satisfechos. “Ni modo”, dicen, “la culpa es de la derecha o del neoliberalismo”. Lo cual es mentira. 

Todos los pocos defectos que señalé podrían corregirse si no hubiera aquí fuerzas oscuras que los fomentan.

Milton Condori es periodista.



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