El país es un desastre de un millón noventa y ocho mil quinientos ochenta y un kilómetros cuadrados. Ni un centímetro de su superficie se salva de la catástrofe masista (en sus dos versiones, la canalla originaria y la cínica posterior). O sea, hoy Bolivia se proyecta en el continente como un foco perturbador de tinieblas.
Las calles presentan colas y colas de coches y transporte pesado. Rosario de penas diario. En los mercados los precios se disparan y los productos desaparecen. Purgatorio cotidiano. La Madre Tierra convertida en la madrastra del desastre.
Los azules decidieron pintar de gris ceniciento el verde natural (¡Y ni qué decir cuando se abran las puertas de la bóveda del Banco Central, entonces sucumbiremos todos a la experiencia existencialista de la Nada!).
En el Ministerio de Economía, un diagrama de indolencia, incompetencia y nulidad. Y así, en cada uno de los ministerios hasta llegar a la Presidencia, donde se encumbra el Mayor Incompetente. El Peor Error. Pero él, su gobierno y sus intelectuales fatigados orgánicamente, están apoltronados en el placer de la renuncia a toda acción de salvataje frente a la estanflación y así los instantes se precipitan como vampiros sobre la realidad nacional debido a la puerilidad gubernamental. Para qué intentar nada, en fin, si ya no van de salida sino de huida.
En este específico caso, hubiéramos tenido mejor gobierno sin gobierno alguno. Librados a nuestra suerte, por lo menos estaríamos librados de ese Mal que desde el Estado amplificó una mescolanza de pesares; porque en Bolivia el paraíso es la ausencia de estos políticos sin más alma que el doble fondo de sus bolsillos.
Y ojo: algunos sectores sociales ya se preparan para resistir las medidas que tendrá que ejecutar el próximo gobierno para salir del desastre mayúsculo. Y la resistencia será tan encarnizada como si el nuevo gobierno fuera el culpable de todos nuestros males, para así abrir la posibilidad del retorno de los verdaderos culpables, quienes, durante veinte años, batieron las tinieblas a diestra y siniestra con un furor irrefrenable (pronto los enceguecidos querrán hacer rimar obnubilación con rebelión). Bolivia para salvarse no solo necesita del voto, sino de claridad y lucidez. De una sencilla y rotunda lucidez ciudadana.
César Rojas Ríos es conflictólogo.