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Agua de mote | 18/09/2025

Culebrones azules

Puka Reyesvilla
Puka Reyesvilla

Entre el tabú y el morbo, la Historia de Bolivia –imagino que también la de otras naciones– está plagada de historias sobre las relaciones íntimas de los presidentes con sus amantes. Y no es que el resto de los mortales no las puedan tener; lo que sucede es que estas “aventuras” no están sometidas al escrutinio público, quedan en el dominio de lo privado.

De las primeras, algunas se ventilan con relativa discreción y otras derivan en descomunales escándalos por sus particulares características, y no siempre se trata de relaciones extramatrimoniales –presidentes solteros o divorciados han llegado al poder–.

Juan José Toro ha publicado sendos artículos al respecto y autores como El Chueco Céspedes (Las dos queridas del tirano) o Raúl Salmón (Juana Sánchez) han versado sobre el tema. Ambos, ¿casualmente?, sobre, probablemente, la relación de este tipo más icónica en estos 200 años. Pasado el tiempo, y con los protagonistas ya en otra dimensión, estos casos se tornan “sabrosos”, inclusive. Lo que no ocurre con los más frescos, que lindan con la sordidez y la ilegalidad, para no hablar de inmoralidad –y no me refiero a situaciones de infidelidad ni cosa por el estilo–.

Todavía llegan ecos de las “canas al aire” del cuatro veces presidente y del general que transitó de la dictadura a la democracia. A propósito de generales, sobre el General del pueblo hay referencias de su amplia descendencia no reconocida.

Con todo, aquellos hechos del pasado parecen “normales” al lado de los que llevan el sello masista en su comisión. En mi criterio, cuatro aspectos son lo que los diferencian: el rol de la(s) mujer(es) en estas relaciones, la ausencia del componente afectivo, el trato político–económico y, como ya lo dije, la ilegalidad, el delito.

Hace unos años (2016) escribí un artículo titulado “Evo, el culebrón” en alusión al escándalo Morales–Zapata. Escándalo, no por la relación misma –Morales Ayma era y es soltero–, sino porque la dama se benefició de una serie de canonjías en virtud a su “proximidad” al Primer Mandatario y padre del hijo que fue concebido cuando ella era menor de edad. Dos ministros aseguraban por entonces que “habían tocado la pancita” de la susodicha y luego adoptaron la posición oficialista: “Es un invento del ‘Cártel de la mentira’”.

Pasado el tiempo, un fiscal determinó que el niño no existió y se cerró el caso. Pero el estuprador volvió a incurrir en delitos similares, aunque las menores guardaran cierto perfil bajo, a excepción de la que ahora goza de asilo en Argentina, de quien parece, más bien, fue la madre quien obtuvo favores políticos.

Y ahora se ventila en tribunales de justicia un caso que involucra al Presidente saliente, también masista. Acá no se habla de pedofilia, la dama en cuestión tuvo un meteórico ascenso en puestos públicos merced a su noviazgo con el hijo de aquel. Pero el hijo, la verdadera víctima en estas situaciones, no había sido “para el junior”, como diría la caserita; sino para quien, en una situación regular, tendría que haber sido el abuelo de la criatura. Aun así, todo podría pasar por un entuerto, producto de una calentura mediada por una promoción burocrática, gentileza de un hombre casado; lo reprochable, si se llega a confirmar –cosa muy probable– es que el Presi haya cometido, como reza la demanda en contra suya, el delito de “abandono de mujer embarazada”, traducido en que no cumple con la pensión para la manutención del pequeñín.

Y así, la pasmada sociedad espera un nuevo episodio de este nuevo culebrón azul.

Puka Reyes Villa es docente universitario.



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