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01/06/2019
El Compás

Comunicación con el más allá: Una curiosa coincidencia

Fernando Molina
Fernando Molina
Haciendo la investigación para el estudio preliminar de las Obras Escogidas de un teórico marxista olvidado, Ernesto Ayala Mercado, me vi en la necesidad de leer la autobiografía de otro político ligado a la Revolución Nacional, Edwin Möller, quien en vida fue varias cosas, no todas muy armónicas entre sí. Dirigente sindical de los empleados públicos y de los trabajadores del comercio y los servicios, Möller fue uno de los fundadores de la Central Obrera Boliviana e impulsor del cooperativismo posterior a la Revolución. Ganado por las ideas radicales desde su primera juventud, comenzó militando en el MNR, luego se hizo trotskista del POR y finalmente, tres años después de la insurrección de abril, retornó al MNR como parte del destacamento de los “entristas” trotskistas a este partido.
Después de muchas vicisitudes, entre ellas su participación en el conflicto entre la COB y la burocracia emenerrista que Ayala denominó el “poder dual” de los albores de la Revolución, Möller continuó su lucha política en el PRIN de Lechín, junto a una de sus esposas, Lidia Gueiler, quien por influencia suya pasó del ala derecha a la “izquierda del MNR” (o al menos esto es lo que él sugiere en su autobiografía).

Además de todo lo señalado, este orureño descendiente de alemanes también se convirtió en algo muy distinto, algo que no solemos relacionar con la imagen de un “revolucionario profesional”: hizo estudios astrológicos, de adivinación del futuro en base a la lectura de las estrellas y otras prácticas parecidas, y en su autobiografía recuerda los clientes –o quizá mejor sea decir los discípulos– que tuvo en esta rama profesional, a fin de mostrar la influencia y el éxito con los que practicaba dicha ocupación alternativa.

Möller no explica bien cómo y por qué pudo mezclar el marxismo en su versión trotskista o aun el nacionalismo revolucionario, que se supone son ramas de la Ilustración, con la astrología, que también es una interpretación del mundo, pero opuesta a las otras (o al menos así parece ser; Umberto Eco habla de una genealogía diferente en sus libros).

En todo caso, lo que quiero contar no es esto; solamente tiene que ver con esto. Como podrá suponerse, Möller, a lo largo de su vida política, estuvo varias veces desterrado, exiliado y preso. Luego del golpe de René Barrientos en 1964, que trajo las dictaduras militares de vuelta a nuestra atribulada historia, fue confinado a la población norteña de Puerto Rico, donde tuvo una oportunidad de aplicar sus habilidades y conocimientos esotéricos. Cuenta que, junto a sus compañeros de destierro, organizó un rito para comunicarse con ¿el más allá?, ¿los fantasmas de los fallecidos? Ignoro todo acerca de esta clase de ceremonias y la autobiografía no entra en demasiados detalles.

Otro trotskista, Víctor Sosa, actuó entonces como “médium” y al parecer era excelente para establecer la conexión entre este barracón lleno de presos políticos, erigido en medio de la selva boliviana, y el ancho mundo espiritual. La pregunta que los recluidos hacían a los muertos era, obviamente, cuándo podrían salir de allí. Sosa adivinó o “fue informado” de que al día siguiente llegaría un avión de La Paz y recogería a una sola persona de las allí reunidas, que era nadie menos que el propio Möller.

Al día siguiente, en efecto, el avión llegó, pero para recoger a otro preso; sin embargo, de manera totalmente sorprendente, éste, apenas vio la nave aterrizando, escapó a la selva por temor de que en ella estuvieran llegando torturadores enviados por el gobierno. De modo que el jefe del centro de reclusión tuvo que sustituirlo y se decidió por... (adivine el lector) ¡pues Möller, claro está! Este explicaría dicha elección de una manera sencilla: él era el delegado de los presos y por tanto la persona que más líos ocasionaba a la administración militar. En todo caso, lo cierto es que la profecía de cumplió. Que vino un avión y que se llevó a quien había sido nombrado previamente por los “espíritus”.

Debo confesar que cuando leí esta historia me quedé de piedra. Y no porque haya decidido comenzar a creen en historias sobrenaturales, sino porque ya había escuchado una anécdota muy similar, solo que colocada en un contexto algo disímil. Es más, había relatado esta anécdota en uno de mis libros...

Hace años publiqué la biografía de otro político revolucionario, perteneciente a una generación posterior a la de Möller, el politólogo y comunicador Cayetano Llobet. Igual que Möller, Llobet fue perseguido, conoció el destierro, el exilo y la cárcel. Este es el sino que comparten muchos políticos bolivianos, tengan la orientación política que tengan, aunque en especial haya sido el de los izquierdistas...

Bueno, una vez Cayetano Llobet estuvo desterrado en Puerto Cabinas, otra pequeña población tropical escogida por su difícil accesibilidad para concentrar a los presos políticos provenientes del occidente del país, en un tiempo aún más duro que el de Barrientos, bajo la dictadura de García Meza.

Escribí la biografía de Llobet cuando él ya había fallecido, así que para averiguar qué había pasado en este su destierro recurrí al testimonio de un compañero de armas, quien también había sido llevado al mismo centro de concentración, el político chuquisaqueño Germán Gutiérrez. Este me contó varias historias sobre lo sucedido en Puerto Cabinas, las cuales mezclaban el terror por la situación que los detenidos habían acabado de pasar, y la incertidumbre sobre su futuro, con notas amables sobre la solidaridad entre ellos e incluso entre ellos y sus captores, pues estos, más que operadores de la maquinaria represiva, eran engranajes inconscientes de la misma.

Una de esas historias, que publiqué en mi libro, hablaba de un recluso que sabía “leer en coca” (la más boliviana de las formas adivinatorias). Como ocurría también en la historia de Möller, sus compañeros le habían pedido que usara su habilidad para averiguar cuándo serían liberados. Según Gutiérrez, el improvisado adivino les dijo que “al día siguiente” llegaría un avión que se llevaría a algunos de ellos, entre ellos a Cayetano. En efecto, así ocurrió. El avión aterrizó para sacar a los principales “insurgentes” al exilio y Llobet lo tomó para ir a La Paz y, desde allí, a México. La coca había visto el porvenir...

Dos historias simétricas y una casualidad curiosa. No sé muy bien qué nos enseña. Quizá que en todas las épocas incluso los más curtidos materialistas se vuelven algo más creyentes cuando la están pasando muy mal y su destino no depende de sus propias decisiones y fuerzas. O que todos tendemos a esperar aviones bienhechores que llegan al día siguiente, a anticipar su llegada; y que a veces también, memorablemente, los vemos aterrizar...

Fernando Molina es periodista y escritor.



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