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25/08/2020

Cochabamba, la “Ciudad Jardín” que no existe

Desde que tengo memoria se habla de Cochabamba como una “Ciudad Jardín” y aun cuando soy cochabambino hasta la medula, yo nunca he visto esa realidad. Tampoco he participado de ese falso o inconcluso imaginario colectivo. Y, para desgracia mía, la ciudad de mi realidad es incrementalmente más sucia, desordenada, polvorienta, caótica y sin rumbo que esa Cochabamba ficticia o añorada. ¿Acaso hemos dejado que la Llajta de nuestra imaginación se sobreponga a nuestra realidad? Se anteponen las memorias de lo que nunca fue a los problemas reales que debemos sobrellevar cotidianamente. Se ocultan nuestros reales desafíos detrás de la bruma de nuestra alucinación colectiva.

Por más de dos décadas y de varios alcaldes consecutivos seguimos presos de esa añoranza, del espejismo de inexistentes pasados idílicos, sin respuesta. Nuestra nostalgia no refleja ni la verdad ni los hechos. Tenemos una ciudad, sin duda, con mucho potencial, pero una ciudad que hemos descuidado en extremo. Y este descuido y falta de dirección recae en los hombros de todos; de los cochabambinos de ayer y de hoy, de pésimos gobiernos locales elegidos con nuestra firma y con votos intercambiados por promesas mediocres.

Nuestra ciudadana “contribución” al desorden y al desmejoramiento general se basa en culpar al político, al vecino, al “otro” y, aun así, no participar concienzudamente en ser parte proactiva en solucionar los problemas de nuestra ciudad. Todos los cochabambinos, de todas las edades, somos coautores de la mediocridad de nuestra ciudad y sus políticas. Nuestra apatía nos hace cómplices de la corrupción, el malgasto y la poca claridad de prioridades que tenemos en nuestro municipio. Somos compañeros de fórmula de todos los ladrones, ineptos y negligentes que hemos tenido de líderes y todos los que vendrán, a manosear nuestras instituciones municipales.

Nuestros gestores municipales son miopes y “obristas”, porque todos somos miopes y “obristas”. El “obrismo” municipal esa inclinación patológica al gasto público en cemento y en canchas de futbol, sucede en gran parte porque lo adoptamos o tácitamente lo aceptamos. La situación se pervierte y se naturaliza, nos parece normal que exista un “parque de aguas danzantes” ejecutado por nuestro municipio, con nuestros impuestos, ¡con nuestra venia y beneplácito, en una ciudad donde mitad de sus distritos tiene deficiencias críticas de acceso a agua potable!

Qué mejor ejemplo que éste, que, en los distritos de la zona Sur de Cochabamba, donde miles de miles familias cochabambinas enfrentan un calvario cíclico de esperas interminables por la cisterna. Familias expectantes, acopian desesperadamente su agüita en turriles decrépitos, gastando su poca plata en curarles la diarrea a sus hijos, o quizás, en enterrarlos.

Esto es miopía y crueldad. Es ceguera hecha burocracia y apatía hecha ciudadanía. Y quizás, más hiriente, es que esto se puede resolver, se debe resolver, y no lo hacemos simplemente porque no caemos en cuenta de lo que es verídicamente importante.

Nuestro municipio, autoridades y quienes comandan la gestión pública todavía no han intuido o descubierto que el “gasto” en lo medioambiental, cultural, desarrollo humano, profesionalización de sus burocracias, no es tal sino más bien una imprescindible inversión. Cada boliviano invertido en salud, medio ambiente, economías verdes y circulares, arte y cultura, retorna a la ciudad con dividendos cuantificables y medibles. Políticamente también hay retornos tangibles –votos, popularidad, aprobación de gestión– iniciativas incrementalmente más visibles en las prioridades del ciudadano en 2020.

Como ciudadanos, parecería que no hemos caído en cuenta que nosotros tenemos el poder y posibilidad de elegir, de elegir mejor y elegir mejores personas para representarnos. Debemos cuestionar las obras que nos quieren imponer y por ello participar, pedir y tener una mejor ciudad. Y si el sistema se ha pervertido, como creo que queda claro, debemos simplemente tomar acción y apurarnos en drásticamente corregir la dirección.

Los cochabambinos tenemos la oportunidad de eludir los errores de tantas otras ciudades qué han tenido que sufrir en carne propia los efectos reales de la depredación urbana, el mal manejo de sus administraciones municipales y la falta de priorización. Mal enfocada es la creencia de que “cemento” es sinónimo de progreso, lo contrario, el verdadero “progreso” es co-construir una comunidad, tener una visión colectiva clara de ciudad: emprendedora, limpia, ordenada, tolerante, compasiva y equitativa.

Es cierto que es difícil soñar, pensar y diseñar ideas que rompan el molde y que escapen a la lógica abrumadora de los rectángulos de cemento, pero sin duda son proyectos más necesarios, útiles y deseados por la población. Ante una coyuntura tensa, enfrentada e incierta, espero/esperamos que se tenga como resultado un mutuo crecimiento entre vecinos. Nuestra “Ciudad Jardín” no está en el pasado, pero tal vez sí en nuestro futuro.

Daniel Andrade es cientista político y magister en administración pública. Es emprendedor social.



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