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19/10/2022

Angelina Yolie Quispe Mamani

Una jocosa carga de risas y comentarios “graciosos” causó en redes sociales las determinaciones del SERECI de Potosí al presentar un catálogo de nombres “con identidad cultural” como sugerencia de alternativas frente a nombres “extranjeros”. Los usuarios de redes sociales se lanzaron a hacer burla de la propuesta. ¿Cómo pues no vamos a poder colocar a nuestros hijos “Leonel Messy Condori Mamani”, “Kilian Mamani”, “Messi Condori”, “Neymar Quispe”, “Michael Ronaldo Licuana Huacatiti” o “Brad Huallpa”? Jajaja, jejeje, jijiji… ¿“Brad Huallpa”?, jojojo, jujuju…

Ahora bien, una vez que la efervescencia de las carcajadas nos deja respirar de nuevo, vale la pena preguntarnos algo. ¿Por qué la combinación de ciertos nombres y apellidos suelta tal algarabía bromista en los bolivianos? ¿cómo entender los miles de reacciones y comentarios que desató la propuesta del SERECI?

Mi apuesta es que hay un tema de fondo que nos interpela. La importancia de si un nombre “funciona” o “cae bien” en su combinación con un determinado apellido es un claro ejemplo de cómo el racismo se impone como un “hecho social” en Bolivia. En la combinación de nuestros nombres y apellidos nos jugamos las representaciones de nosotros mismos en una sociedad racista, por lo tanto, nuestros nombres completos importan y nos importa cómo los demás juegan con sus nombres.

El juego de nombre y apellido es un gran ejemplo de cómo representaciones colectivas se imponen a las decisiones individuales. Piénsenlo así: nadie elige de forma consciente su nombre o su apellido al nacer. Apellidos + nombres llegan a nosotros de forma totalmente arbitraria. ¿Quién de ustedes decidió donde nacer? Ahora bien, a medida que crecemos, hay cierto margen de decisión individual. Por esta razón, muchas personas se cambian el nombre o el apellido cuando llegan a la mayoría de edad. Sin embargo, hay una carga socializante muy fuerte a aceptar nuestros apellidos: la mayoría de la población abraza a sus apellidos como símbolo de identidad y lugar en mundo. Lamentablemente, los apellidos también han servido y sirven para mantener desigualdades.

En Bolivia, una sociedad poscolonial, los apellidos demarcan diferencias racistas. Los apellidos con alguna relación “indígena” son menos valorados socialmente. Y por si fuere poco, hay reglas sociales no escritas que establecen que NO puedes combinar tu apellido con ciertos nombres. Por eso, combinar un apellido indígena con un nombre “moderno” o del “primer mundo” genera risa. Al contrario, a nadie en Bolivia le parecería gracioso el nombre Destry Spielberg, catalogado por varias revistas como un nombre “raro” que un famoso colocó a su hija.

La risa no es mala, dicen. La risa es una medicina, dicen también. “La risa es la distancia más corta entre dos personas”, decía Victor Borge. Sin embargo. Lo preocupante es que esa risa, totalmente inconsciente o sin intenciones malas, tiene consecuencias reales. El sociólogo Robert Merton llamaba a esto “las consecuencias no intencionales de la acción”. La consecuencia no esperada de las risas es que hay un grupo de la población que no tiene margen de decisión. La población con apellido indígena, además de las limitaciones económicas estructurales que deben afrontar, no tienen el derecho a la libre elección de un nombre.

En Bolivia, el apellido es un “signo” que genera diferenciación social. La combinación de nombres y apellidos va más allá de una composición meramente estética o de reglas inmanentes que simplemente “debe ser así”. 



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