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Ojo en tinta | 30/12/2025

2026, el riesgo de normalizar la crisis

Javier Medrano
Javier Medrano
En 2026 comenzaremos con una paradoja. Nunca en toda la historia de la economía tecnológica del siglo XXI se había invertido tanto dinero en Inteligencia Artificial. Nunca se había escuchado promesas tan ambiciosas y hasta incluso descabelladas. Y, sin embargo, como nunca antes –también– los mercados habían sido tan impacientes ante la capacidad real del sector para justificar semejante avalancha de capital digital en los entornos del mercado y de los negocios globales.

La pregunta de fondo que circula es ¿cuántas veces se ha visto en la ficción un futuro hiperautomatizado en el que un humanoide sustituye a un trabajador de carne y hueso mientras alguien, en algún despacho, se enriquece con la eficiencia? 

Hace apenas un par de años atrás a nadie se le habría ocurrido pedirle a una máquina “sabelotodo” que le detalle sus finanzas, le ayude a arreglar un coche, le resuelva una duda médica o le diseñe una estrategia de marketing.

Hoy, cada consulta gratuita que se realiza en internet, cada tarea automatizada y cada decisión delegada en un algoritmo produce –por lo menos esa es la sensación– eficiencia, siempre y cuando ésta se traduzca en beneficios reales para una compañía. 

La cuestión es quién los captura y cómo se reparten, pero, sobre todo, si este salto tecnológico será capaz, en los próximos años, de transformar el empleo, la distribución de la riqueza y el equilibrio de poder entre empresas, trabajadores e instituciones.

Lejos del entusiasmo tecnoutópico y del alarmismo fácil, en los últimos años ha trasladado ese análisis a uno de los grandes motores del cambio contemporáneo para desentrañar si el enorme desarrollo tecnológico que hemos alcanzado está mejorando de verdad la vida de la mayoría o si, por el contrario, está enriqueciendo de forma desproporcionada a una cúspide de empresarios.

Un libro de lectura obligada –aunque para Savater las lecturas obligatorias son las peores – es Poder y Progreso (Deusto) de Simón Johnson, un catedrático del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y Nobel de Economía en 2024, que ha dedicado su carrera a estudiar por qué unos países prosperan y otros no, y qué papel juegan las instituciones a la hora de repartir (o concentrar) los frutos del crecimiento.

Se han reabierto dilemas existenciales, como la automatización frente al empleo tradicional o acostumbrado, la concentración frente a la competencia y la innovación frente a un control democrático. 

Para los expertos, las empresas operarán en un entorno sin ninguna regla clara en 2026, en un contexto marcado por una geopolítica muy impredecible y volátil. Putin y Trump han desequilibrado el orden y han puesto de cabeza a Europa y a su cohesión frágil con la guerra en Ucrania. China es el nuevo todopoderoso y, en este caos, hasta, incluso, se muestra ante el mundo como el más ordenado y confiable, cuando en realidad es un brutal depredador.

Tampoco debemos olvidar que el descontento de la generación Z es cada vez más agudo por la precariedad laboral, la incertidumbre ante el futuro económico, que son un foco de protestas sociales no sólo callejeras sino en la nueva guerra hibrida que se genera en las redes sociales, que son mucho más poderosas que las tradicionales. 

El reporte RiskMap 2026 de la consultora Control Risks, también suma otro factor crítico, especialmente para Latinoamérica: el avance del crimen organizado en Brasil, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Venezuela y Nicaragua. Este es un factor, de lejos, el más desestabilizador para los expertos, ya que son un factor crítico de desestabilización política, de inseguridad social y de un copamiento de barrios, comunas y hasta incluso regiones enteras a manos del narcotráfico. Estos factores implican un riesgo “muy directo e inmediato” para la región el próximo año.

Estos factores incrementarán la volatilidad y la exposición a riesgos operativos, políticos y reputacionales para las compañías por el fin de las reglas tradicionales de la geopolítica global: las relaciones entre países son ahora más transaccionales y volátiles, lo que crea un “mundo con nuevas reglas o sin reglas”.

La creciente competencia geopolítica por los insumos tecnológicos y la energía, necesarios para alimentar los sistemas de inteligencia artificial, con mayores controles de exportación y tensiones comerciales, son otro factor crítico en las economías regionales.

Señaló que estas organizaciones criminales se están adaptando de forma constante, utilizando nuevas tecnologías y tácticas para operar sus actividades lícitas, infiltrando cada vez más la economía formal. 

Y acá entramos a un factor de altísimo riesgo ya que, según el reporte, las empresas deberán reforzar los controles contra el soborno, el lavado de dinero, la financiación del terrorismo e implementar el monitoreo en tiempo real de las cadenas de suministro y de las amenazas provenientes de múltiples direcciones. Sólo en Brasil y México ya se ha demostrado que el lavado de activos ha involucrado a bancos muy importantes de la región.

Colombia no escapa a esta tendencia y se ha documentado los intereses empresariales de narcotraficantes internacionales en distintos sectores, al igual que en México, los cárteles están teniendo una influencia creciente en actividades como el agroindustrial y la minería.

Todo esto crea un escenario especialmente complejo para las empresas y se debe tener mucho cuidado de no caer en la trampa de normalización de la crisis, ya que las instituciones y los mercados corren el peligro de normalizar los riesgos, subestimando amenazas que pueden tener consecuencias en sus operaciones.

El aumento de la tolerancia al riesgo y a la disminución de la sensibilidad dejan a las empresas sin preparación para eventos que parecen menores en la superficie, pero que tienen profundas implicaciones para las operaciones, las cadenas de suministro y la seguridad.

Javier Medrano es periodista y cientista social.

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