Brújula Digital|13|05|25|
Horacio Calvo
La elección de León XIV como nuevo sucesor de Pedro no sacude la historia de la Iglesia como un rayo, pero sí que envía un mensaje profundo, casi silencioso, que resuena en las entrañas de un catolicismo fracturado y de un mundo desorientado. Nacido en Chicago, misionero en Perú, teólogo agustiniano y reformador discreto en la Curia vaticana, Robert Francis Prevost Martínez no representa un giro radical, sino la maduración de una transición: la que inició el papa Francisco, y que León XIV parece decidido a completar.
Este pontificado arranca en continuidad, pero no en repetición. La biografía de León XIV lo sitúa en el corazón de dos mundos: el norte y el sur, lo institucional y lo pastoral, la tradición canónica y la experiencia de frontera. Su voz, suave pero firme, no grita novedades; propone arraigos. No busca maravillar al mundo, sino reorientarlo. Y en ello, su elección ha sido una jugada maestra del del Colegio Cardenalicio (o del Espíritu Santo, si se prefiere): un mensaje cifrado que conviene descifrar con calma.
No debe pasar desapercibido el hecho de que León XIV es, en muchos sentidos, un papa latinoamericano. No por origen (aunque posee la nacionalidad peruana) sino por vivencia. Pasó décadas en el Perú, en una diócesis pobre, compleja, muchas veces olvidada. Allí aprendió que el Evangelio no se predica desde los despachos ni desde las redes sociales, sino desde la escucha, el caminar conjunto y el servicio al más vulnerable. No es extraño que su primer gesto como papa haya sido una oración por la paz, y su primera palabra, “unidad”.
América Latina sigue siendo el continente con más católicos del mundo, pero su voz ha sido históricamente marginal en la Curia romana. Francisco cambió eso. León XIV lo confirma. La elección de un hombre que ha vivido y amado el sur global, que lo comprende en sus tensiones y potenciales, es una reafirmación de que el centro de gravedad católico ya no está en Europa, ni en los salones de Roma, sino en los márgenes: en los Andes, en África, en el sudeste asiático, en los barrios periféricos.
En una época de populismos eclesiásticos y en la que cada cardenal parece llevar su micrófono, León XIV irrumpe con un estilo casi contracultural. No buscará ser trending topic, ni romperá titulares con frases provocadoras. Pero tampoco se replegará. Su espiritualidad agustiniana lo convertiría en un hombre de interioridad, pero no de clausura. Escucharía mucho. Consultaría más. Hablaría cuando sea necesario. Y cuando lo haga, sería con una claridad que brota no del ingenio retórico, sino de la vida compartida con los sencillos.
No todo será continuidad serena. León XIV hereda una Iglesia con divisiones internas, presiones políticas externas y desafíos económicos. Entre sus prioridades estarán sostener la unidad doctrinal sin aplastar la diversidad, reformar aún más la Curia, asegurando eficacia y servicio y posicionarse frente a guerras, crisis migratorias y tensiones geopolíticas.
Muchos esperaban un pontífice capaz de zanjar conflictos dentro de la Iglesia, como los que se viven en Alemania o Estados Unidos, con autoridad y contundencia. León XIV probablemente lo hará con otro método: el de la paciencia, el discernimiento común y el testimonio. No aplastará las tensiones. Las acompañará. No simplificará las respuestas. Las tejerá desde abajo.
A nivel global, su desafío es monumental. Guerras que erosionan los valores humanos más básicos, migraciones forzadas, crisis climática, una creciente desafección hacia lo religioso… No será fácil para un papa que no levanta la voz hacerse escuchar. Pero quizás su mayor fortaleza será esa misma humildad, esa coherencia que no necesita gritar para que sus palabras pesen. En tiempos de exceso verbal, su mesura puede ser un signo.
Por eso, el mensaje tras su elección no es menor: es un llamado al cristianismo maduro, sin triunfalismos ni sentimentalismos; una invitación a la Iglesia a ser lo que siempre ha debido ser –una casa abierta, no una trinchera–. Y a los católicos, a dejar de mirar a Roma como si fuera un espectáculo. Roma no resuelve la fe: la acompaña.
Con formación en ciencias, derecho canónico y espiritualidad agustiniana, León XIV es un intelectual pragmático. Es probable que su papado continúe el acercamiento al mundo secular y al pensamiento contemporáneo, sin abandonar los principios fundamentales. En este ámbito podría reforzar el diálogo con la ciencia, especialmente en temas como inteligencia artificial, bioética y ecología, profundizar en el magisterio ecológico (cf. Laudato Si’, Fratelli Tutti) y promover una ética global de la fraternidad.
León XIV no cambiará el rumbo de la Iglesia: lo profundizará. No marcará una era de gestos espectaculares, sino de reformas sólidas. No seducirá a los medios, pero sí a los creyentes que buscan autenticidad. En su figura, la Iglesia parece querer recordar que la verdadera renovación no llega por ruptura, sino por fidelidad creativa.
Y esa, en tiempos de fuegos artificiales, puede ser la mayor revolución.