Parolin, Zuppi, Tagle y Grech encarnan diferentes modelos de Iglesia. El próximo cónclave decidirá entre gestión, testimonio o símbolo.
Brújula Digital|07|05|25|
Horacio Calvo
En el Vaticano crece la expectativa ante el inicio, este miércoles, de un nuevo cónclave. Más allá de la elección de un nuevo pontífice, el proceso determinará el rumbo que tomará una institución con más de mil millones de fieles, enfrentada a desafíos internos, divisiones doctrinales y una creciente distancia entre la religión institucional y la sociedad contemporánea. En ese contexto, tres figuras destacan como posibles sucesores de Francisco: Pietro Parolin, Matteo Zuppi, Luis Antonio Tagle y Mario Grech. Cada uno representa una visión distinta del liderazgo eclesial, y su perfil refleja las opciones estratégicas que enfrenta hoy la Iglesia.
Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, es el candidato de la estabilidad. Hombre de diplomacia refinada y de formación curial impecable, representa el poder ordenado de la maquinaria eclesiástica. Ha negociado con China, dialogado con dictaduras y contenido, desde las sombras, las turbulencias internas del Vaticano. No emociona, pero garantiza continuidad. No predica desde las periferias, pero sabe cómo mantener unido un cuerpo eclesial tensionado. ¿Su debilidad? Precisamente esa falta de carisma profético que parece exigir el tiempo presente. Y, aunque no ha sido implicado directamente, su cercanía con escándalos administrativos pasados lo deja vulnerable a las sospechas.
Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, es el rostro amable de una Iglesia en salida. Proviene de la Comunidad de Sant’Egidio, movimiento laical comprometido con la paz y los pobres. Ha mediado en conflictos africanos y caminado con los migrantes. Su estilo recuerda al de Francisco: cercano, pastoral, sin rigideces dogmáticas. Pero su pertenencia al núcleo eclesial italiano –a pesar de su espíritu internacionalista– puede jugar en su contra, sobre todo si hay cardenales que temen una “reitalianización” del papado.
Luis Antonio Tagle, filipino, teólogo de formación estadounidense y rostro carismático del catolicismo asiático, encarna la esperanza de una Iglesia verdaderamente global. Su palabra conmueve, su sonrisa evangeliza y su espiritualidad conecta con jóvenes y pobres por igual. Es probablemente el más querido fuera de Roma, y el menos influyente dentro de ella. Su paso por la Curia ha sido discreto, y hay quienes dudan de su capacidad para manejar el aparato vaticano. Pero si el cónclave se empantana, Tagle podría emerger como el candidato de compromiso, como lo fue Karol Wojtyla en 1978.
Mario Grech, cardenal maltés y secretario general del Sínodo de los Obispos, ha ganado visibilidad como uno de los principales impulsores del modelo de Iglesia sinodal promovido por Francisco. Más reformista en el método que en la doctrina, Grech ha defendido una Iglesia de escucha, participación y descentralización. Su perfil es el de un reformador prudente, sin estridencias, pero con una visión institucional clara. A pesar de su discreta trayectoria pastoral fuera de Malta y su limitada proyección internacional, Grech podría representar una vía intermedia entre la continuidad estructural y la renovación interna.
¿Qué Iglesia necesita el mundo
Este cónclave no decidirá solo entre conservadores y progresistas, como muchos intentan simplificar. Se decidirá entre cuatro formas de autoridad: la de la gestión (Parolin), la del testimonio (Zuppi), la del símbolo (Tagle) y la del método reformista (Grech). Cada uno encarna una forma de responder a la pregunta fundamental de cómo seguir siendo Iglesia en un mundo fragmentado, secularizado y escéptico.
Tal vez la Iglesia ya no necesita un nuevo Pedro que levante muros, sino un nuevo Francisco que los cruce. Pero incluso en ese caso, ¿será más creíble el pastor que camina entre los migrantes, el diplomático que sostiene la unidad, el teólogo asiático que conmueve a los fieles, o el cardenal que propone una reforma paciente desde dentro?
En el fondo, el próximo Papa no solo deberá gobernar el Vaticano. Deberá encarnar, otra vez, la paradoja de una institución milenaria que busca seguir siendo relevante en un mundo que ha dejado de buscar absoluciones. En esa tensión entre tradición, testimonio y transformación, está por decidirse el rostro de la Iglesia del siglo XXI.